Semestre negro

Por primera vez en el gobierno Uribe las cifras de la guerra son desfavorables para los militares. ¿Qué está pasando?

Las bajas de guerrilleros disminuyeron un 60 por ciento pero las de soldados y policías aumentaron un 26 por ciento. La simetría de resultados entre las dos partes preocupa al gobierno


El presidente Álvaro Uribe siente fascinación por las cifras. Sea cual sea el tema del que está hablando, saca a relucir los millones de subsidios que les ha dado a los pobres, los desmovilizados que han dejado las armas, la disminución de los homicidios y secuestros. Aunque en ocasiones estas cifras han generado controversia, todo el mundo reconoce que reflejan los éxitos de la seguridad democrática, y que en esta materia el país ha avanzado mucho.

Sin embargo, este año las cifras de la guerra cambiaron radicalmente de tendencia. Por primera vez desde que Álvaro Uribe es Presidente, los resultados de la Fuerza Pública, relacionados oficialmente por el Ministerio de Defensa, son desfavorables para el gobierno y siembran muchos interrogantes sobre lo que está pasando en el campo de batalla.

Cayeron todos los resultados en la lucha contra los grupos armados. Los guerrilleros muertos en combate pasaron de 736 durante el primer semestre de 2008 a 298 en el primer semestre de este año. Una disminución del 60 por ciento, la tasa más baja de la era de Uribe. Más dramática aun es la disminución de las cifras de miembros de bandas criminales abatidos. Mientras en el primer semestre del año pasado murieron 375, en los primeros seis meses de este año van 34.

Los militares dan dos explicaciones. La primera es que para frenar el controvertido body count, el Ministerio de Defensa ordenó privilegiar la desmovilización y las capturas, por encima de las muertes. No obstante, estos indicadores también disminuyeron. Las Fuerzas Armadas explican también que la caída se debe a que las Farc son más pequeñas que antes (8.500 combatientes). Pero hace cuatro años, cuando las Farc estaban en 12.000, perdían tres veces más hombres que ahora.

Lo que tiene aterrados a varios observadores es la posibilidad de que los números de hoy sean mucho más realistas, y que de los del pasado, varios estuvieran distorsionados por los falsos positivos.

Dentro de las Fuerzas Militares hay quienes piensan que los batallones se han paralizado por miedo a terminar involucrados en procesos judiciales y que no están combatiendo. Pero las cifras dicen lo contrario. Durante este año, sólo el Ejército ha realizado cerca de 7.000 operaciones o misiones tácticas. La cifra de soldados muertos y heridos ha crecido, lo que demuestra que lejos de estar eludiendo la pelea, los soldados están poniendo el pecho en zonas muy complicadas.

Las fuerzas oficiales han tenido un mal semestre. De enero a junio hubo 259 soldados y policías muertos, lo que significa un aumento del 26 por ciento si se compara con los 205 del primer semestre del 2008. También hubo 911 heridos, una cifra mayor que los 871 del año anterior.

Aunque las minas son el factor más crítico para los soldados y policías (representan casi el 60 por ciento de las bajas), preocupa que hay un repunte de otro tipo de acciones como emboscadas y el uso de francotiradores.

Pero más alarmante resulta comparar los datos de las Fuerzas Armadas y de las Farc. Mientras hace tres o cuatro años, cuando estaba en pleno auge el Plan Patriota, la guerra arrojaba una relación de cinco insurgentes fuera de combate por cada soldado o policía que caía herido o muerto, hoy esa relación es de uno a uno. Algo que los analistas consideran preocupante si se tiene en cuenta que en Colombia hay 50 miembros de la fuerza Pública por cada guerrillero.

El body count es un termómetro importante para saber qué esta pasando en una guerra, pero no necesariamente sirve para medir quién gana o quién pierde en una confrontación. Baste recordar que en Vietnam murieron 725.000 vietnamitas y apenas 55.000 soldados norteamericanos. Y, sin embargo, Estados Unidos perdió esa guerra. Y que un conflicto empantanado como el de Irak ha dejado más de 150.000 muertos, de los cuales apenas el 3 por ciento es del Ejército invasor, y la inmensa mayoría, civiles.

Las cifras no permiten ver, por ejemplo, el control territorial. En este campo, las Farc han perdido muchísimo terreno. Según estimativos oficiales, su influencia ha retrocedido en el 68 por ciento del territorio, y mientras en 2003 la guerra estaba al rojo vivo en sitios donde vivía el 34 por ciento de la población, hoy ésta se desarrolla en zonas remotas y aisladas donde apenas vive el 9 por ciento de los colombianos.

Los números en bruto tampoco permiten ver qué está pasando en el plano estratégico, donde las variables políticas son importantes. Puede que las Farc tengan menos bajas ahora, pero han perdido tres miembros del Secretariado y varios cuadros de muchos años de antigüedad. Y eso cuenta mucho a la hora de un balance. También su legitimidad política ha disminuido en zonas donde el Estado la está ganando, como es el caso de La Macarena, y han perdido libertad de movimiento en países vecinos.

No obstante, las cifras sí permiten ver tendencias en el corto plazo y a encender las alarmas sobre lo que está pasando.

Una primera observación es que por más sangrientas y trágicas que sean estas cifras, que incluyen campos minados, ataques con francotiradores y emboscadas brutales con explosivos, reflejan que los combates cada vez más producen bajas solo del Ejército y los grupos guerrilleros, y que menos civiles mueren en el fuego cruzado como ocurría, por ejemplo, cuando las Farc tomaba pueblos.

Eso no quiere decir que la tragedia humanitaria haya cesado: una tercera parte de las víctimas de minas son civiles, el desplazamiento forzado no ha menguado, y en muchas partes se han incrementado el reclutamiento y los homicidios.

La minas les están haciendo un daño enorme a los militares y les han dado una ventaja relativa a los guerrilleros. Alfonso Cano les escribió a sus hombres en un documento reciente que “con el uso de las minas y explosivos se equilibran las cargas frente a un enemigo numeroso, bastante equipado y con gran poder de fuego”. Hasta ahora lo están logrando en zonas como Meta, norte de Antioquia, Tolima y Cauca, donde han construido verdaderas murallas de minas. Un segundo aspecto del análisis es que están muriendo más soldados porque la guerra está en zonas más profundas, donde están los cuarteles generales de la guerrilla y desconocidas para los militares. La pregunta que muchos se hacen hoy día es si es necesario pagar el costo humano de llevar la guerra al corazón de la manigua, o se requieren estrategias más eficaces, con más inteligencia, que ahorren muertes inútiles.

En los últimos meses, sin embargo, el Observatorio del Conflicto de Nuevo Arco Iris ha constatado que mientras las Farc llevan a los soldados a sus más remotas madrigueras, donde hay campos minados, también tienen unidades, posiblemente del movimiento bolivariano, acercándose de nuevo a las cabeceras urbanas. “Este año han hostigado 11 veces a Miraflores, en el Guaviare”, dice Ariel Sánchez, investigador de este observatorio, quien recuerda que tanto en este municipio como en Garzón, Huila, han sido secuestrados dos concejales, a pesar de la presencia de la Fuerza Pública.

Un tercer elemento que señalan analistas como Gerson Arias, de la Fundación Ideas para la Paz, es que después de siete años de ofensiva militar y de los golpes sufridos, la guerrilla -en cabeza de Alfonso Cano- se ha adaptado y ha empezado una reingeniería de sus fuerzas y su modo de operar.

Al respecto, el profesor Alejo Vargas, del Grupo de Seguridad y Defensa de la Universidad Nacional, se pregunta con qué velocidad el gobierno y las Fuerzas Militares podrán responder a esa “adaptación” de las Farc. Es decir, si el gobierno tiene la capacidad de recobrar la iniciativa.

Para el analista David Spencer, del Center for Hemispheric Defense Studies, “la guerra es así, tiene altos, planos, bajos y estancamientos”, como expresión de momentos tácticos. Lo importante es que las Fuerzas Militares encuentren cómo superar estos estancamientos. La guerrilla está protegiendo más sus fuerzas y quizá del lado del ejército el impacto de los falsos positivos, más la euforia que dejaron los éxitos pasados, ha llevado a bajar la guardia.

En todo caso, las cifras, por controvertidas que sean, muestran que algo está cambiando y que las Farc, en su debilidad, tienen gran capacidad de hacer daño. El interrogante es si este gobierno, con sus últimos aires, es capaz de darle un viraje a la estrategia y mantener la iniciativa con operaciones de inteligencia y alta tecnología que le sigan dando resultados contundentes contra la dirigencia de las Farc. Al tiempo que le permita ahorrar la sangre de los soldados que hoy se está derramando en una persecución cuerpo a cuerpo en lo profundo de la selva.

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