Más vale tarde que nunca… pero…

A juzgar por lo que presentan los medios de comunicación, nos estaríamos llenando de buenas noticias. Con la renovación del gabinete y las ‘Conversaciones de Paz’ pareciera que estuviéramos entrando en un mundo diferente. No es solo el salto abrupto en las encuestas de popularidad, de aceptación y de confianza en el primer mandatario (que indican más lo veleidoso de la opinión pública y hasta dónde es manipulable con simples noticias), sino la cantidad de informes sobre programas y realizaciones futuras del gobierno.

Varias cosas llaman la atención.

Uno, la falta del análisis correspondiente a lo hecho (o no hecho) hasta ahora. Las reformas estructurales más necesitadas —salud, educación, justicia— se hundieron con bastante más pena que gloria. Las leyes que supuestamente responderían a las angustias inmediatas del país no se han concretado en nada, hasta el punto que no se sabe en que están: bajo la de Restitución de Tierras no se ha producido un solo fallo; la de primer empleo se agotó en 16.000 nuevos puestos; las de las emergencias para ayudas a los damnificados a pocos aliviaron, achacándole la culpa el gobierno central a la ineficiencia de las autoridades locales; lo mismo pasa con la mermelada de las regalías petroleras y se empieza a repetir con el programa de las cien mil viviendas que remplazó la promesa de un millón durante el periodo. Y nos dicen que solo para mediados del 2013 se reactivará la locomotora de la infraestructura con la licitación de las primeras concesiones viales, o que se sigue ‘ajustando’ la Ley de Desarrollo Rural.

Por supuesto no todo está paralizado, y con un tercer paquete de impuestos extraordinarios acabamos de montar la fuerza armada proporcionalmente más grande —y costosa— del continente, nos dedicamos a dar en concesión minera algo como la mitad del país (aún pendiente de poner en vigor una reglamentación al respecto), y atrajimos la inversión extranjera para entregarle la explotación tanto de nuestros recursos naturales como la de nuestro mercado interno.

Una segunda inquietud es hasta dónde debe existir coherencia entre el mandato recibido y el ejecutado. Que lo que el Presidente considera una variante de la ‘seguridad democrática’ es muy diferente y más aceptable, y que es mejor el ‘diálogo de Paz’ que a lo que aspiraban quienes promovieron su elección –a comenzar y principalmente por el doctor Uribe— no hay duda. Pero que desde el punto de vista institucional un mandatario no tenga que cumplir un mandato, y que además convierta en una decisión y un manejo discrecional y personal ese proceso, asemeja el sistema más a una monarquía que a una democracia, aún si consigue el respaldo de las mecánicas partidistas o parlamentarias mediante los diferentes instrumentos clientelistas (burocracia, presupuesto).

No se debe dejar de lado el ¿por qué hasta ahora? O tal vez ¿por qué ahora? Nos encontramos como si fuera el inicio de un gobierno, como si no se fueran a completar casi tres años de haber sido elegido, y apenas hoy se hubieran podido tomar las primeras decisiones y arrancar los primeros programas. O, lo que también da la impresión, que estamos en una campaña electoral donde se presentan toda clase de promesas de lo que va suceder si se respalda al candidato.

Y esta última consideración debe acompañarse naturalmente de la evaluación de hasta dónde se repite la historia de que muy poco de lo que se ofrece como candidato se cumple como gobernante. No sabemos si las leyes que se están presentando y las medidas que se están tomando se podrán cumplir dando los resultados prometidos (aunque sí sabemos que ‘de eso tan bueno no dan tanto’). Es obvio que tiene bastante más difusión y parece ofrecer más credibilidad lo que se dice desde el poder que lo que viene de quienes están reducidos al escenario de la plaza pública, pero es bueno tener en cuenta los antecedentes para evaluar si por eso tiene mayores posibilidades de convertirse en realidades.

La imagen, la retórica, el manejo de los medios de comunicación pueden confundirnos; incluso en un ‘plan de desarrollo’ de un gobierno en ejercicio se pueden pintar proyectos muy interesantes (y que igual se pueden cumplir que no cumplir); pero lo que se requiere tener son unos principios, una definición del objetivo que se desea como sociedad, y un marco institucional adecuado para alcanzarlo; o sea, la concepción de un modelo de desarrollo político, social y económico, que nos permita no solo cambiar hacia un rumbo más acorde a lo que aspiramos, sino evaluar si como vamos, vamos bien.

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