La realidad en pedazos

La fragmentación de la realidad es uno de los aspectos más decisivos de la modernidad, y quizás el autor más sensible a ese hecho fue Ernest Hemingway.


El norteamericano había visto de cerca el nuevo paisaje del siglo XX, humeante y devastado por la guerra, visible en la temblorosa luz de relámpagos. Hemingway estuvo en las trincheras de la Gran Guerra, en Fossalta, cuando una bomba de chatarra explotó a sus pies; aturdido y sangrando, se echó un compañero herido al hombro y lo cargó 50 yardas cuando recibió un balazo en la rodilla. Se levantó, logró andar 100 yardas más, todavía cargando al soldado herido, hasta llegar al puesto de mando en donde se desplomó; lo pusieron en una camilla y lo llevaron a la enfermería, bañado en sangre, y allí un cura le aplicó los santos óleos. Tenía 237 esquirlas en el cuerpo y sobrevivió de milagro. Hemingway vio el mundo estallar en pedazos, y por eso cuando se encontró en París, años después, influenciado por Cézanne y meditando en la mejor forma de representar la modernidad, el escritor concluyó que ahora se requería una prosa limpia para describir tanta suciedad; carente de sentimentalismos, dado que los sentimientos habían sido pisoteados; desprovista de adornos porque los adornos, en ese contexto, eran inmorales; y eficaz para retener en el aire los trozos del universo partido en fragmentos.

Esa intuición de Hemingway no era casual en ese momento. En 1900, al despuntar el siglo XX, Friedrich Nietzsche moría de sífilis y demencia después de haber pasado la última década recluido en un sanatorio de Jena; 18 años antes, había dicho lo inconcebible: Dios había muerto. Y no sólo Dios. Todos los valores tradicionales y lo que jamás se había cuestionado, ahora, por primera vez, era puesto en duda. Había que formular nuevas preguntas, y por eso los primeros 25 años del siglo fueron fecundos en respuestas. En efecto, en el mismo año que muere Nietzsche, Freud publica La interpretación de los sueños. Luego, en 1905, Einstein presenta su teoría de la relatividad. Pablo Picasso termina Las damas de Aviñón en 1907. Stravinsky estrena La consagración de la primavera en 1913. Ese año Proust publica el primer volumen de En busca del tiempo perdido. La Primera Guerra Mundial estalla al año siguiente y se prolonga hasta 1918. Kafka concluye La metamorfosis en 1915. La revolución rusa brota en 1917. T.S. Eliot publica The Waste Land en 1922. Ese mismo año Joyce finaliza el Ulises, y en 1925 se publica El proceso de Kafka. La conclusión del primer cuarto de siglo es que ya no existen verdades absolutas, sino que prevalece la incertidumbre, y la interpretación de cada uno determina su realidad. Lo que antes se sabía con certeza se había esfumado, y el espejo tradicional del arte, en el cual el hombre reconoció su rostro durante siglos, se había quebrado en astillas. Era la tierra baldía que anunciaba Eliot, con los fragmentos arrumados contra sus ruinas, y en medio de la modernidad que nacía con tanto dolor, sólo se adivinaban parcelas de significados fugaces.

Desde entonces, quizás una de las grandes funciones del arte sea ésa: iluminar, desde la orilla de cada uno, trozos de la realidad fraccionada, y congelar momentos significativos en medio del caos, la incoherencia y la continuidad de la vida.

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