José Obdulio, el sofista

José Obdulio Gaviria, en un programa ama de televisión que le dieron y desde donde le pone minas quiebrapatas a Santos, ha resuelto cargarla contra la figura de Reservas Campesinas (Ley 160 de 1994) y las Comunidades de Paz, acolitado por un señor Restrepo, de la Asociación de Víctimas de la Guerrilla.


El argumento es simple: son organizaciones de las Farc. La evidencia: videos de personas que lo afirman. Punto. José Obdulio es un maestro del sofisma. Un publicista dogmático amparado en el poder de Uribe y miembro de esa escuela conocida y decadente que encabezan Plinio Apuleyo y Fernando Londoño. No es buen escritor como Plinio ni buen orador como Londoño, pero es mucho más cansón que los dos juntos.

José Obdulio está furioso porque el Premio Nacional de Paz fue otorgado a la Asociación Campesina del Valle del Cimitarra (ACVC). Por tanto, dice, se ha premiado a las Farc. No sé si la afirmación justifique un juicio de injuria y calumnia, porque es falsa, temeraria e insidiosa, como todas las que hace. Más aún, acusa veladamente al Programa de Paz y Desarrollo del Magdalena Medio (PPDMM) y al Banco Mundial de financiar a los campesinos del Cimitarra y así, a la guerrilla. Su razonamiento induce a cerrar el silogismo con una conclusión ridícula: la Compañía de Jesús y la banca mundial están apoyando la subversión. Pero además criminaliza a priori: Todo aquel que defienda a la Asociación, a cualquier ONG, e incluso a un gobierno extranjero que haya contribuido con el PPDMM, es un defensor de las Farc. Con idéntica lógica José Obdulio podría acusar a Uribe de simpatizar con la guerrilla por haber financiado a través de la Red Social los programas de Pacho de Roux, creador de los programas de paz y desarrollo en el Magdalena Medio que contribuyeron a mermar el derramamiento de sangre en la región. De Roux es hoy provincial de los jesuitas. Oír a José Obdulio es oír al siniestro Escobar Sierra, ministro de Gobierno de Turbay, acusando al Cinep a finales de los años 70, de ser un nido de comunistas, o a Rito Alejo del Río, a finales de los 90, gritando que la Comunidad de Paz de San José de Apartadó estaba en el organigrama de la guerrilla.

Resbalar acusaciones por medio de silogismos, donde las premisas son gratuitas, nos permitiría decir que como en el Congreso hay paramilitares, el Congreso es paramilitar. Yo no sé —ni me corresponde investigar— si en tal o cual asociación, comunidad o reserva hay miembros de la guerrilla. Pero si los hubiera, nadie tiene derecho a decir que, por tanto, son organizaciones guerrilleras. Nadie puede afirmar, sin exponerse al ridículo, que los gremios de ganaderos son frentes de las Auc porque Visbal Martelo fue investigado en la Corte Suprema de Justicia por parapolítica. Tampoco puede afirmar que puesto que Miguel Cifuentes, miembro de la asociación del Cimitarra, estuvo detenido por presuntos vínculos con las Farc, los campesinos del Valle del Cimitarra sean una célula subversiva. Cínico y tramposo el argumento.

José Obdulio es ordinario y tosco, pero no bruto, y toda la acusación contra la ACVC es el primer tiro disparado contra la Ley de Tierras que el Gobierno presentará en marzo al Congreso. Para buen entendedor, como es Juan Camilo Restrepo, pocas palabras bastan para saber hacia dónde van las balas trazadoras. El caso es simple: si se resuelve el problema agrario, la guerra se debilita y así se demostraría que la Seguridad Democrática fue una estrategia brutal que no liquidó el conflicto, pero alimentó negocios. Las Reservas Campesinas no son, como dice el calanchín de José Obdulio, zonas de repliegue de las guerrillas para negociar coca. Son un mecanismo para que la tierra que llegue a ser devuelta a los campesinos no vuelva a caer en manos de los terratenientes unos años después, como siempre ha sucedido. Debe ser eso lo que le duele. Las Reservas Campesinas de El Pato, Calamar y Cabrera fueron financiadas con dineros del Banco Mundial, y el resultado de sus programas estudiado y valorado por la Universidad Javeriana.