11 asedios a la memoria del 11 de septiembre de 1973

*1. Censura.* Hace algunos meses un representante institucional de una
universidad privada en Santiago nos decía que la cuestión de los Derechos
Humanos y la memoria era un tema que ya no tenía relevancia en Chile, “es
algo que ya sólo les interesa a ustedes los profesores extranjeros” dijo.

Por aquellos azares que tiene la vida, unos meses después un profesor de
esa misma universidad me cuenta que el decanato censuró su clase sobre
literatura y memoria porque incluía visitas a centros de tortura como el
Estadio Nacional y entrevistas con supervivientes y testigos de la
represión dictatorial. El asunto, entonces, no es que el pasado no importe,
sino que los gritos de la tortura y las razones de la Unidad Popular no
desborden las hojas de los libros para tocar el presente. Que no pueda
escribir aquí los nombres del profesor y de la universidad es un síntoma
que apunta hacia la denegación de las prácticas genocidas implementadas por
la dictadura fascista del general Pinochet.

*2. El pasado que no pasa. *Aquello que no se recuerda está destinado a
repetirse compulsivamente; el pasado sigue retornando al presente
tozudamente porque, a pesar de los esfuerzos encomiables e imprescindibles
de las organizaciones de Derechos Humanos, todavía no ha sido reconocido
como tal ni simbolizado apropiadamente en su dimensión social. Una pequeña
pieza de lo Real basta para que lo ominoso se vuelva a colar en el
presente. El general en retiro del ejército Juan Emilio Cheyre y a la sazón
director del servicio electoral SERVEL decide acudir a un programa de
televisión para confrontar a Ernesto Lejderman, hijo de desaparecidos
argentinos en Chile. En diciembre de 1973 la DINA asesinó a los padres de
Lejderman y Cheyre fue el encargado de llevar a su hijo Ernesto a un
convento de monjas en Arica. En el programa Lejderman anima a Cheeyre a
romper el pacto de silencio que tienen los militares, “Es tiempo de cerrar
heridas, y para cerrarlas no se puede olvidar: se tiene que recordar y
profundizar en la verdad” – explica Ernesto Lejderman que también afirma
que se sigue sin hacer justicia 40 años después. Al día siguiente Cheyre,
que fue nombrado por Ricardo Lagos general en jefe del ejército chileno,
sigue sin hablar, pero dimite como Director del SERVEL, aunque sigue sin
ser imputado. *Back to the past*.

*3. Radio. *La radio de la Universidad de Chile me despierta todas las
mañanas con historias que vuelven con fuerza del pasado, porque nunca se
fueron. Tras el caso Cheyre, y a medida que se acerca el 40 aniversario del
golpe, la sociedad se vuelve a conmocionar. Vuelven, por ejemplo, los
“secretos abiertos”, todo el mundo sabe que los pilotos que bombardearon La
Moneda en 1973 fueron Fernando Rojas Vender, Ernesto Amador González Yarra,
el capitán Eitel Von Mühlenbrock y el teniente Gustavo Leigh Yates, hijo
del comandante en jefe de la FACH y miembro de la junta militar. La
operación habría sido coordinada desde tierra por el comandante Enrique
Fernández Cortez. Según el periodista Eduardo Labarca, estos pilotos que
participan de una triste tradición latinoamericana –los ejércitos que
bombardean a su propio pueblo —son considerados héroes por sus compañeros
de armas: “En la Fuerza Aérea, todos estos pilotos, menos el hijo de Leigh
que erró el blanco, son héroes y gozan de mucho respeto. Y Rojas Vender,
que fue Comandante, era respetado por sus dotes y entre otras cosas porque
había disparado contra La Moneda y había acertado. En la Fuerza Aérea,
entre los militares, eso cosa de prestigio” [1].
Y vuelve también la violencia y el terror que no fue reconocido la primera
vez. Muchas mujeres detenidas durante la dictadura empiezan a denunciar
ahora que fueron además de torturadas violadas durante los interrogatorios.
En su momento no lo denunciaron porque eran incapaces de distinguir entre
los múltiples asaltos físicos a su dignidad humana y probablemente porque
la impunidad instaurada durante la postdictadura no les daba ningún espacio
para hacerlo.

*4. Chile, las imágenes prohibidas. *El canal Chilevisión emite un programa
enfáticamente titulado “Chile, las imágenes prohibidas” presentado por el
popular actor de telenovelas, Benjamín Vicuña. La estructura del programa
es simple, pero efectiva: el programa muestra imágenes de archivo
registradas en muchos casos por corresponsales de prensa extranjera, las
exhibe y después entrevista a las personas que aparecen en las imágenes
nunca antes mostradas en la televisión. Por ejemplo, en el capítulo 2 se
habla del “caso de los degollados”: en 1985 (recordemos también los años de
plomo y fuego que fueron los ochenta) los cuerpos de Santiago Nattino,
Manuel Guerrero y José Manuel Parada—todos miembros del Partido
Comunista—aparecieron degollados en los aledaños del aeropuerto de
Santiago. En el programa Vicuña entrevista a Javiera Parada, hija de una de
las victimas, que cuenta, entre otras cosas, como fue el último día que vio
a su padre con vida. En la calle hay acuerdo, todo el mundo habla del
programa, para algunas familias es difícil recordar al ver estas imágenes,
pero es también catártico. Por otro lado, el Consejo Nacional de Televisión
(CNTV) recibe más de 100 denuncias de particulares y asociaciones
conservadoras pidiendo la retirada del programa porque alienta al odio y la
división; como si la tortura, el asesinato y la desaparición forzada
alentaran a la reconciliación y la justicia.

*5. Perdón/Justicia. *En un gesto sorpresivo e inesperado el senador de la
UDI Hernán Larraín pide perdón “por lo que haya hecho y por lo que haya
podido omitir” durante la dictadura como contribución a la reconciliación
entre chilenos. El gesto provoca dos reacciones en la derecha: los que
quedan profundamente molestos porque les deja en evidencia si ellos no
piden perdón y los que se apresuran a afirmar que, en cualquier caso, el
perdón es una cuestión individual, el que así lo desee que pida perdón.
Están tan colonizados por su propia ideología neoliberal que no entienden
que el problema de la dictadura y sus efectos en el presente sólo puede ser
colectivo. El “perdón” de Larraín tiene cierto valor (en España, por
ejemplo, ninguno de los cómplices de la dictadura se plantea pedir ningún
perdón) y genera una cascada de perdones y peticiones de perdón en la clase
política, en el poder judicial, en los medios (El Mercurio, no obstante,
sigue sin reconocer su papel en la intervención de la CIA y en la
justificación del golpe). Sin embargo, cabe recordar aquí que el perdón y
la reconciliación no tienen nada que ver con la justicia. Tal y como
explica Derrida en su libro sobre el perdón en Sudáfrica:

“Cada vez que el perdón se pone al servicio de una finalidad, sea noble o
espiritual (reconciliación, redención, salvación, expiación), cada vez que
su objetivo es restablecer la normalidad (social, nacional, política,
filosófica) a través de algún trabajo de duelo, de alguna terapia o de
alguna ecología de la memoria, entonces el “perdón” no es puro –ni tampoco
lo es su concepto. El perdón no es, *no puede ser*, normal, normativo,
normalizante, debe permanecer como excepcional y extraordinario, como
experiencia imposible que pudiera interrumpir el curso ordinario de la
historia”.

Pero no lo tiene que decir Derrida, lo dice también Alicia Lira presidenta
de la Asociación de Familiares de Ejecutados Políticos (AFEP), lo dicen
todas las víctimas y familiares de las víctimas del terrorismo de Estado
–memoria, justicia y verdad– ; lo dice una camiseta que vi el domingo
pasado en la manifestación organizada por las Asociaciones de Derechos
Humanos para conmemorar el golpe: “Ni olvido, ni perdón, Revolución”.

Ese perdón tan católico, aunque es menos que nada, no busca la justicia,
busca la expiación de la culpa tal vez para seguir pecando, es normalizador
de una situación absolutamente anormal: la perpetuación de la impunidad y
el olvido.

*6. Memoria electoralista*. La derecha chilena es ahora mismo una jaula de
grillos. El presidente Sebastián Piñera concedió una larga entrevista al
diario *La Tercera* en la que condena en términos muy duros el golpe de
estado de 1973 y, a contrapelo de sus correligionarios de la Alianza,
indica que nada justifica las violaciones de Derechos Humanos que
acontecieron durante la dictadura del general Pinochet. Piñera habla
incluso de las responsabilidades tácitas de aquellos miembros de la
sociedad civil que callaron o fueron cómplices de estas atrocidades. Parece
ser que ya se le olvidó que le fue a pedir permiso al general Pinochet la
primera vez que se presentó a las presidenciales, ¿será eso también una
forma tácita de complicidad por omisión?

Con todo y con eso, las declaraciones de Piñera han colocado a la candidata
conservadora Evelyn Matthei en una posición sumamente incómoda. Matthei,
que es hija de uno de los generales golpistas, se ha visto obligada a hacer
acrobacias retóricas: un día contesta que ella tenía 20 años en 1973 (como
si con 20 años no se tuvieran nociones fundamentales de ética) y al otro
que ella voto que sí a la continuidad del “gobierno militar” en el
plebiscito de 1988 porque ya sabía que iba a ganar el no.

No obstante, las declaraciones de Piñera apestan a electoralismo
anticipado. Quiere volver a La Moneda y capitalizar la “suerte” que tuvo de
que el golpe de estado le pillara en Harvard preparándose para continuar el
legado neoliberal pinochetista por otros medios. La prueba de que las
declaraciones de Piñera son un brindis al viento está en que El martes 3 de
septiembre, integrantes de la AFEP, entre ellas Alicia Lira, Mónica
Monsalve y Raquel Roa, se tomaron el Programa de Derechos Humanos del
Ministerio del Interior demandando al gobierno que firme las querellas por
violaciones a los derechos humanos y que todavía no han sido firmadas pese
a que los abogados del mismo Programa han hecho llegar los documentos al
gobierno.

*7. Allende. *Mario Amorós abre su recientemente publicada biografía sobre
Salvador Allende afirmando que éste es, pese a todo, un desconocido. En el
acto de presentación de este monumental e imprescindible libro en el GAM
(Centro Cultural Gabriela Mistral) el historiador Sergio Grez afirma que el
legado de político de Allende sigue estando inmovilizado en el pasado, que
pese a los esfuerzos encomiables y esperanzadores del movimiento
estudiantil, las alamedas no terminan de abrirse y Allende sigue condenado
a los márgenes de la historia. El ruido mediático y las acusaciones de la
derecha *aprés coup* –valga la redundancia–no nos dejan ver a la figura
histórica del presidente ni volverla relevante para el presente.

En ese sentido, creo que a veces somos prisioneros de ese mismo discurso de
la derecha, sobre todo cuando, con las lentes del presente, transformamos
al presidente Allende en una especie de campeón pacifista de los derechos
humanos en su acepción liberal contemporánea. Sí, es verdad, que la vía
chilena al socialismo fue pacífica, que Allende estaba a punto de convocar
un plebiscito para ese mismo once de septiembre, que su apoyo electoral
crecía, pero es absolutamente improductivo y ahistórico contraponer, como
ha hecho recientemente José Pablo Feinman en el diario Página 12, las
decisiones de Allende a las de Miguel Enríquez para condenar las de éste
último por apostar a la lucha armada.

La decisión de armar o no armar los cordones industriales, por ejemplo,
siempre me ha parecido una cuestión agónica; en puridad una decisión
imposible, y de hecho, su misma indecibilidad no debe estar desconectada
del suicidio posterior del Presidente. Ninguna decisión era buena en ese
momento. Desde el presente, de manera un poco defensiva y probablemente
como resultado de la desaparición de la lucha armada como estrategia
emancipatoria en América Latina, preferimos la opción trágica y pacifista
de Allende. Pero desde este mismo presente deberíamos poder también
discutir, sin caer en la teoría del empate o los dos demonios, bajo qué
condiciones un pueblo tiene derecho a defenderse de una agresión fascista.
Mientras sigamos atrapados en una defensa abstracta de la vida y los
derechos humanos, no seremos capaces de distinguir entre las razones de la
lucha armada revolucionaria y las razones, contrapuestas, de la
intervención fascista que impuso el modelo neoliberal que padecen la
mayoría de los chilenos hoy. Nos repugna la violencia, por supuesto que
admiramos la defensa pacífica del socialismo que hizo Allende, pero ninguna
de las dos cosas nos debe impedir pensar críticamente la relación entre
violencia y política, porque no hacerlo es ceder al imperativo categórico
liberal pacifista que preserva el monopolio de la violencia para el Estado
como instrumento de dominación de la clase hegemónica heredera de la
dictadura.

*8. Conciencia popular. *La otra mañana en el Transantiago (otra
manifestación nefasta del programa privatizador neoliberal) viajando como
sardinas enlatadas no pude evitar leer un mensaje de texto en el teléfono
de la persona que tenía al lado “va a quedar la cagá, cualquier cantidad de
Pacos a esta hora para reprimir la marcha del pueblo”. Ese día 5 de
septiembre el movimiento estudiantil había llamado a una marcha en defensa
de la educación pública y contra la herencia de la dictadura. Al leer ese
mensaje que no estaba destinado para mí, no pude evitar pensar que a pesar
de la asepsia inducida por el consumo y los cuarenta años de programa
neoliberal sigue quedando conciencia popular. En la marcha del 5 de
septiembre los estudiantes cantan “ y va a caer, y va a caer la educación
de Pinochet” y de un plumazo borran los engolados argumentos de cientistas
políticos, transicionologos y otros apologetas del gatopardismo elevado a
la categoría política de Estado.

Cuando los estudiantes piden asamblea constituyente, educación pública y de
calidad, la desmunicipalización de la educación, la renacionalización del
cobre, el fin del lucro en la educación, la disolución de las AFP’s (fondos
privados de pensiones), una nueva legislación laboral, también están
luchando contra la herencia de la dictadura, porque como se puede leer en
Londrés 38, uno de los antiguos centros de tortura recuperados por
familiares y supervivientes, “La actividad de hacer memoria que no se
inscriba en el proyecto presente, equivale a no recordar nada”.

*9. Violencia. *Y quedó la cagá, los voceros de las organizaciones ni
siquiera pudieron terminar sus discursos cuando los guanacos (carros
antidisturbios) y las fuerzas de choque de carabineros irrumpieron en la
mitad del improvisado escenario para reprimir a estudiantes y simpatizantes
con la excusa de que hay encapuchados que alteran el orden público.
Contemplando estas imágenes desde uno de los puentes del río Mapocho no
pude evitar pensar que aquello era como contemplar *La batalla de chile *en
color y en alta definición, ¿qué ha cambiado desde entonces?

Después es ya costumbre ritual que los medios no discutan las propuestas de
los estudiantes –en este caso un excelente documento que hace un compendio
de sus propuestas—sino que se centren compulsivamente en las imágenes de
los violentos encapuchados destrozando mobiliario urbano. Pero ¿Quiénes son
estos encapuchados? Una parte son probablemente infiltrados por la policía
para justificar la represión, pero la otra son, como me indican los
hermanos Pérez Ahumada –mis cientistas sociales de cabecera estos días–,
jóvenes de las poblaciones más humildes. ¿En qué diálogo van a creer estos
jóvenes a los que les han robado la vida y la dignidad? ¿Qué esperanza de
futuro van a tener después de cuarenta años de condena al olvido y la
marginación? Creer o no creer en el diálogo y las vías pacíficas también es
una cuestión de clase. En cualquier caso, habría que preguntarse
parafraseando a Bertold Brecht, ¿Qué es tirarle una piedra a un carabinero
o romper una farola comparado con privatizar la educación o la sanidad?

Probablemente hoy 11 de septiembre de 2013 ardan las poblaciones, habrá
enfrentamientos en lugares con La Pintana o La victoria entre pobladores y
carabineros, mientras en La Moneda o en el Museo de la Memoria conmemoran
“civilizadamente” la violencia soterrada sobre la que se asientan sus
privilegios. No podemos alegrarnos ni celebrar estos estallidos, son un
fracaso colectivo, pero tampoco podemos dejar de reconocer que son el
resultado de las desigualdades y de la violencia estructural que impuso el
ominoso 11 de septiembre de 1973, no hacerlo es simplemente faltar a la
verdad o al menos a la verdad de los pueblos que siguen sufriendo las
consecuencias de la dictadura.

*10. Estallidos de memoria. *Imposible dar cuenta de la cantidad ingente de
conferencias, obras de teatro, homenajes a los desaparecidos, entrega de
títulos póstumos, performance callejeras, discusiones formales e informales
y, por supuesto la conmovedora y multitudinaria marcha desde Los Héroes al
Cementerio Municipal de Santiago del pasado domingo 8 de septiembre. De
hecho, viniendo de ese reino de la impunidad y el olvido llamado Estado
español, uno contempla con sana envidia el vigor con que la sociedad
chilena se ha aplicado a redescubrir y discutir el pasado dictatorial.
Conviene, no obstante, tener en cuenta que este proceso ha sido en parte
alentado y fomentado por los medios y que la lógica de los medios tiende a
la espectacularización y al vaciamiento de la historia. Sería un fracaso
colectivo que después del 11 todo volviera a la normalidad, vale decir, al
olvido, porque nada termina hoy, todo debe volver a empezar para romper los
múltiples cerrojos plasmados en esa constitución de 1980 que hace de Chile
uno de los países más desiguales e injustos de la región.

*11. Poesía contrafactual para el futuro. *A todos nos gustaría que nada de
esto fuera como fue, sería mejor que el 11 de septiembre nunca hubiera
sucedido. En ese deseo se cifran muchos de nuestros anhelos. Mi querido y
admirado colega Jaime Concha me cuenta que Gonzalo Millán lo llamaba a
veces desde su exilio en Canada a su casa de San Diego y permanecía en
silencio del otro lado de la línea. Silencios ruidosos del exilio. Pero
entre silencio y silencio, Gonzalo Millán fue capaz de escribir este poema
que hoy, a cuarenta años del golpe, tiene más sentido que nunca:

*E*l río invierte el curso de su corriente.

El agua de las cascadas sube.

La gente empieza a caminar retrocediendo.

Los caballos caminan hacia atrás.

Los militares deshacen lo desfilado.

Las balas salen de las carnes.

Las balas entran en los cañones.

Los oficiales enfundan sus pistolas.

La corriente se devuelve por los cables.

La corriente penetra por los enchufes.

Los torturados dejan de agitarse.

Los torturados cierran sus bocas.

Los campos de concentración se vacían.

Aparecen los desaparecidos.

Los muertos salen de sus tumbas.

Los aviones vuelan hacia atrás.

Los “rockets” suben hacia los aviones.

Allende dispara.

Las llamas se apagan.

Se saca el casco.

La Moneda se reconstituye íntegra.

Su cráneo se recompone.

Sale a un balcón.

Allende retrocede hasta Tomás Moro.

Los detenidos salen de espalda de los estadios.

11 de Septiembre.

Regresan aviones con refugiados.

Chile es un país democrático.

Argentina es un país democrático.

Las fuerzas armadas respetan la constitución.

Uruguay es un país democrático.

Los militares vuelven a sus cuarteles.

Renace Neruda.

Vuelve en una ambulancia a Isla Negra.

Le duele la próstata.

Escribe.

Víctor Jara toca la guitarra.

Canta.

Los discursos entran en las bocas.

El tirano abraza a Prat.

Desaparece.

Prat revive.

Los cesantes son recontratados.

Los obreros desfilan cantando.

¡Venceremos!

*Nota:*

[1]

La impunidad de los pilotos que bombardearon La Moneda


.

*Luis Martín-Cabrera es Profesor de Literatura y Estudios Culturales en la
Universidad de California, San Diego.*

Tomado de: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=173769