Una segunda oportunidad sobre la tierra

En medio de las investigaciones periodísticas sobre las semillas transgénicas, el paro agrario, la destrucción de los páramos, el aumento del uso de agrotóxicos, la contaminación del agua, entre otros agobiantes tópicos apocalípticos, los vericuetos de la red me condujeron a un artículo que me hizo recobrar las esperanzas.


En una página modesta alguien se había tomado el trabajo de averiguar sobre la maleza que se está tragando cientos de kilómetros de cultivos de soya y algodón transgénico en las planicies de Norteamérica. Se trata de una especie de amaranto, primo hermano de un cereal nutritivo que fue cultivado por los indígenas de toda América. En épocas prehispánicas, el llamado kiwicha en Inca, proveía a la población originaria de una enorme cantidad de nutrientes. El amaranto, después de la conquista europea del territorio americano, cayó en el olvido y fue reemplazado por otros cereales y leguminosas. Pero sus semillas no murieron nunca. Por una de esas aparentes casualidades de la naturaleza, el Amaranto Palmieri se hizo resistente al Roundup de Monsanto, y se ha fortalecido, al parecer con una rápida evolución genética, hasta convertirse en el dueño de una enorme área antes cultivada con soya y algodón genéticamente modificados.

El fenómeno de las “superweeds” todavía requiere un escrutinio científico riguroso. Pero pone a reflexionar, y a soñar, sobre lo que sucederá con las semillas manipuladas genéticamente y otros experimentos humanos. La primera reflexión que viene en mente es la de la arrogancia suprema de la especie humana; la creación, sin embargo, siempre acaba saliéndose con la suya. Un amigo creyente me decía: “No se preocupe tanto, pues cuando quieran de Arriba soplar y hacer de nuevo este asteroide, les tomará un segundo”. Bonito pensamiento que no nos exime de las responsabilidades con el cosmos.

El planeta aguanta hasta cierto punto, pero llega un momento, a no dudarlo, en el que se sacude: arroja fuego, desordena el agua o desencadena la furia de los vientos, saca nuevas enfermedades de la manga, se inventa nuevas formas de proteger la vida y de restablecer el equilibrio de unas leyes que el hombre transgrede a su propio riesgo. La sensación de que los humanos estamos en control de la naturaleza es desvirtuada paso a paso. Si acabamos con los acuíferos, literalmente nos traga la tierra que se abre y se hunde; si modificamos una semilla, aparece una más poderosa que nos recuerda que la vida como un todo es más inteligente que una de sus especies; si creemos tener en control a las bacterias, éstas rápidamente se inmunizan contra los antibióticos hasta que pierden toda eficacia y las bacterias se fortalecen. Los ejemplos son muchos, y se toman su tiempo en hacerse patentes. Pero existen.

Por último, otra esperanza: que las mujeres al empoderarse recuperen su feminidad sólida y compasiva, cultiven su poder ancestral sobre la naturaleza y el conocimiento entrañable de sus leyes y entren ahora a cumplir un papel preponderante en el manejo de la madre tierra.