Una gran oportunidad vs. un gran dilema

juzgar por las explosivas declaraciones del otrora jefe narcoparamilitar alias Don Berna, según las cuales el operativo criminal conocido como “las chuzadas” del DAS” fue activado por una asociación suya con el círculo más cercano del Jefe de Estado —que se configuró en principio para desacreditar a la Corte Suprema y por ende sus fallos contra los parapolíticos, incluyendo la condena al primo de Álvaro Uribe—, el Watergate que tumbó a Nixon de la Presidencia de Estados Unidos en los años 70 no sería igual, como se ha dicho, sino que vendría a ser apenas un pálido reflejo de lo que habría ocurrido aquí bajo la dirección del exmandatario.


En efecto, nadie puede creer a estas alturas —tampoco se le creyó a Nixon— que sus secretarios jurídico, general, de prensa y al menos dos de los directores de su organismo de inteligencia, amén de sus consejeros, posibles coautores de esa conspiración contra la democracia, complotaran a espaldas del adorado jefe para desprestigiarlos a él, a ellos mismos y al gobierno que querían perpetuar.

Si los jueces encuentran que las afirmaciones de Don Berna son comprobables, tendríamos razones para concluir que quienes desconfiamos abiertamente de ese régimen a pesar de la opresión uribista sobre la libre expresión, nos quedamos cortos en nuestras pesquisas. No habla bien del periodismo colombiano su incapacidad investigativa y la ausencia de independencia de la mayoría de los medios. Pero habrá momento de practicarnos el autoexamen. Por ahora lo importante es que la justicia pueda establecer qué fue lo que pasó en esa época de despotismo político. Hoy parecen soplar vientos reveladores, dado el declive del expresidente. Con sus familias en el exterior y con la presunta posibilidad de conseguir beneficios aún del sistema estadounidense, los extraditados y algunos habitantes de las cárceles criollas estarían dispuestos a contar de lo que se habrían guardado. No sólo Don Berna. Y lo que sería más jugoso: a entregar pruebas. De concretarse tales versiones, se podría develar la trama completa de las alianzas del poder con fuerzas del bajo mundo para mantener el control estatal.

Lo paradójico y triste de esta maravillosa ocasión es que a la cabeza del ente investigador esté una funcionaria que podría pasar a la historia si ejecuta lo que le corresponde, pero que ha enredado su gestión con decisiones emocionales, no por eso ajenas al interés general. Señora fiscal: usted está metida en tremendo lío de legitimidad. Y no debido a la venganza de unas columnistas envidiosas, de acuerdo con lo que le han señalado sus aduladores; ni al aprovechamiento ciertamente abusivo de su situación por parte de sus investigados de cuello blanco. Sino a que no se concibe (ni aquí ni en Cafarnaún) que quien representa a la justicia pueda conservar intacto su peso moral mientras se liga afectivamente con quien ha representado la ilegalidad. Mire usted más allá de lo que quieren dejarle ver sus malos consejeros. Lea la frase, después de la del presidente Santos, de uno de sus electores, el presidente de la Sala Penal de la Corte Suprema: “considero que… la fiscal ha hecho un excelente papel… pero… la Corte no sabía que ella mantuviese relaciones con el señor Carlos Alonso Lucio. Seguramente si las hubiese conocido, habría ameritado otra reflexión (sobre su elección)”. ¿Supone que esas palabras también son “suspicacias de mala fe” de un magistrado o de toda la Corte? Ponga los pies en la tierra, afine su cerebro y su corazón y haga lo que tenga que hacer, según se lo indique su fuero profesional o su fuero íntimo. Pero no permita que por su debilitamiento institucional, Colombia pierda la oportunidad única de saber hasta dónde son capaces de llegar los prohombres que los votantes entronizamos, bobaliconamente, en el manejo del país.