Santos y la democracia.

Cuando en Google se digita “constitución política de Colombia”, el primer enlace que figura, de una lista de 3.890.000 posibilidades encontradas en 16 segundos, dirige a la página WEB de la Presidencia de la República. Sin salir de la primera página de la Ley de Leyes se lee:

ARTICULO 2o. Son fines esenciales del Estado: (…) facilitar la participación de todos en las decisiones que los afectan y en la vida económica, política, administrativa y cultural de la Nación (…)

ARTICULO 3o. La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público. El pueblo la ejerce en forma directa o por medio de sus representantes, en los términos que la Constitución establece.

Lo que de fondo se está haciendo en este par de artículos es definiendo el tipo de democracia a regirse en Colombia: una en la que el pueblo es el Soberano y, por ende, donde la participación del Soberano es la base de las decisiones de la Nación. Esto marca una distancia de otros sistemas de gobierno como aquel donde el Soberano era un Rey, quien ordenaba la sociedad a su voluntad. O aquel otro que reclamaba la legitimidad del poder por el saber (Platón), con lo que se daba trato de menores de edad (Kant) a los ciudadanos de una sociedad dada. La concepción de democracia invocada en nuestra Constitución me hace recordar las conferencias de Estanislao Zuleta consignadas en el libro “Colombia: violencia, democracia y Derechos Humanos”, en particular aquella en la que señala:

“Una democracia debe buscar la participación del pueblo, no sólo en el gobierno, sino sobre todo en la transformación de su propia vida.” (Democracia y participación, p. 48)

¿A qué viene todo lo anterior? Ha dicho el presidente Santos que ningún colombiano se meta en los temas de paz y que nadie se ponga a formular propuestas en este sentido. Este pronunciamiento permite develar las concepciones políticas del actual Presidente en Colombia. De un lado, se puede interpretar que de más de 40 millones de colombianos, sólo uno, él, puede pensar y actuar sobre el tema en cuestión. Pareciera absurdo tener que decirlo, pero al parecer al Presidente Santos se le olvida que la guerra en nuestro país ha dejado miles de víctimas, y que la guerra tiene como telón de fondo la histórica desigualdad e injusticia social, económica, política y cultural, drama que compete a la sociedad colombiana en general, y de manera especial a los pobres, quienes en Colombia son la mayoría. ¿Cómo puede entonces uno y sólo un colombiano abrogarse el derecho de un asunto estructural en la historia de la sociedad colombiana?

De otro lado, el pronunciamiento del Presidente Santos revela su concepción del poder: él es el poder. En una sociedad democrática, un gobernante se abstendría de hacer un pronunciamiento como el hecho por el Presidente Santos, pues ofendería a los ciudadanos en dos de los principios básicos de la democracia: el Soberano es el Pueblo y la participación del Pueblo como legitimación en el ejercicio del Poder. Estos fundamentos están dictados en la Constitución colombiana como lo referí al comienzo, pero si el Presidente Santos ha sido capaz de hacer el pronunciamiento que hizo, es en razón a que identifica que sus palabras caerán en una sociedad no precisamente democrática, pues insisto, insultaría.

Y no sólo un insulto a la democracia en los principios de soberanía y participación, sino a la inteligencia de los ciudadanos que componen la sociedad, puesto que dicha declaración los supone como menores de edad, es decir, incapaces de valerse de su propia razón y pensar por sí mismos, ante lo cual se requiere que otro (el Presidente) piense y dirija sus vidas. De esta manera, pensará Santos, las elecciones (concepción bastante limitada e instrumental de la democracia en nuestro país) no son más que la delegación en otro de la capacidad de valerse por la razón propia. Vuelvo a recordar a Zuleta, pero ahora en otra conferencia del mismo libro:

“ya el viejo Kant decía con deliciosa ironía que los tutores de siempre, que tan bondadosamente han cargado sobre sus hombros la responsabilidad de pensar y decidir por sus pupilos, consideran un paso en extremo peligroso la emancipación de los pueblos, ya que estos carecen de la pericia necesaria y de la costumbre de dirigirse a sí mismos[ii]. Pero no hay que creer que el ciudadano debe estar ilustrado de antemano para tomar decisiones responsables; por el contrario, es la intervención en los asuntos públicos lo único que puede ilustrarlo. Es el debate, la necesidad de rectificar las opciones que se demostraron erradas, de retirar el apoyo a los dirigentes que no cumplieron sus promesas, de modificar las ideas que una vez ensayadas no condujeron a los resultados que de ellas se esperaban; es todo ello, en fin, lo que forma la cultura política de un pueblo.” (Estado y sociedad, p. 38)

Si el Presidente Santos aspirara realmente a buscar una sociedad democrática y a alcanzar la Paz para el país, aplaudiría todas las iniciativas que la sociedad colombiana gestara, independientemente de la afinidad que él mismo tenga con algunas de éstas, pues la diferencia y el conflicto son fundamentos también de la democracia. Iniciativas venidas desde los sectores populares, las comunidades campesinas, los pueblos étnicos, el sector académico, los sindicatos, el gremio empresarial e industrial, los partidos políticos, las iglesias, las mujeres, los jóvenes, etcétera. El gobierno que él preside animaría debates públicos, consultas populares, plebiscitos, referendos, animaría manifestaciones públicas, etcétera. Una sociedad democrática es activa, no pasiva como invita el Presidente con sus palabras, es heterogénea, vive conflictos, mantiene tensiones y disensos, al tiempo que puede construir consensos, es creativa y festiva, al tiempo que con fricciones y roces, sin que éstos se tramiten de manera bélica. Un ejemplo de ejercicio democrático fue el movimiento estudiantil que logró hundir el proyecto de reforma a la Ley 30.

Al tiempo, y a manera de conclusión, un gobierno democrático facilitaría aquella aspiración de William Ospina en su ensayo “La franja amarilla”, que no es otra que el protagonismo de la sociedad en la búsqueda de la Paz, más allá de los gobiernos y los grupos alzados en armas. Me temo que el Presidente Santos, a pesar de que quizá haya leído a Ospina, a Zuleta y a otros tantos, prefiere los libros de José Obdulio Gaviria o los de Alfredo Rangel.

[i] Profesor en la Universidad del Valle. Miembro de la Asociación para la Investigación y la Acción Social NOMADESC. Miembro de la Comunidad SIRIRÍ.

[ii] Se refiere al ensayo ¿Qué es la ilustración? En este mismo volumen aparece el análisis de este texto en la conferencia Kant y la democracia. (N. del E.)