Por la senda equivocada

El gobierno de Estados Unidos ahonda en su error histórico de concebirse como Imperio y no como un par entre pares en un mundo multipolar. El presidente Obama fue flor de un día.

Preso de la maquinaria militar, del biopoder y de los intereses de las multinacionales, su aspiración de cultivar relaciones constructivas, cooperativas y no hegemónicas con los países de Latinoamérica se desvaneció rápidamente. Las ideas de cambio por las que votaron millones de esperanzados americanos, hastiados del realismo político de los halcones neoconservadores, fueron reemplazadas por la instalación de un nuevo conflicto regional, ahora en el norte del continente suramericano. La presencia de tropas, aviones y portaaviones del Tío Sam en siete bases militares colombianas y su intromisión directa en el conflicto colombiano, bajo el elástico argumento de la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo, desquicia el equilibrio de fuerzas en la región e irrespeta la tradición civilista de las relaciones exteriores de sus países.

Algunos escenarios son previsibles en el futuro. El primero presenta a países libres de la guerrilla, del narcotráfico y de la pobreza, prósperos gracias a los tratados de libre comercio que asegurarían el bienestar general de sus pueblos. El segundo augura el aumento del terrorismo, de la criminalidad propia del narcotráfico y del saqueo de los recursos naturales nacionales y regionales para mantener el nivel de vida del coloso del norte y combatir a los enemigos creados para justificar sus aparatos de poder. Una tercera opción se coloca en el intermedio de ambos extremos. Cuál sea el escenario más probable para unos y otros depende de qué tan ingenuo, realista o malpensado se sea.

Hillary Clinton corre a precisar que los países vecinos pueden estar tranquilos porque el accionar militar estadounidense no pretende interferir su soberanía. El canciller Bermúdez nos promete que no habrá impunidad ante posibles hechos delictivos de militares extranjeros, pese a asegurarse su inmunidad en el territorio nacional. Difícilmente una y otra explicación es creíble si consideramos antecedentes y experiencias pasadas de agresiones y violaciones. Ambos gobiernos sufren de una miopía estructural y ausencia de imaginación para lidiar con los factores que explican la persistencia del conflicto armado colombiano. Quieren resolver militarmente lo que sólo es superable mediante un consenso fruto del uso pacífico de la inteligencia.

Los resultados ventajosos para el Gobierno no se harán esperar: aumento del apoyo militar de la superpotencia, tratado de libre comercio, aceptación de la reelección indefinida en Colombia, al mejor estilo de los consulados romanos bajo regencia de nacionales aliados al Imperio para neutralizar a la Amenaza Roja. Triste que por preservar el poder el nuevo Príncipe haya olvidado los consejos de Maquiavelo. Advertía el florentino que los fundamentos de todos los Estados son las buenas leyes y los buenos ejércitos propios. Los ejércitos mercenarios (léase paramilitares o neoparamilitares) y los auxiliares o extranjeros “son inútiles y peligrosos”. Las tropas auxiliares son “las que se tienen cuando se pide a alguien poderoso que venga a ayudarte y a defenderte con su ejército”. Estos ejércitos pueden ser útiles y buenos en principio, pero “casi siempre resultan perjudiciales para quien los llama, porque si pierdes, acabas derrotado, y si ganas, acabas siendo prisionero” (del poderoso).

Valdría recordar en estas circunstancias a Tácito, citado por Maquiavelo, cuando afirma: “Que no hay nada más débil e inestable que la fama del poderoso que no nace de su propia fuerza”.

Rodolfo Arango