Malas compañías

Hace varios años fui a buscar en la Dordoña, región al suroeste de Francia, a la Duquesa Roja, una mujer que había luchado contra Franco no sólo en la guerra civil, sino durante la dictadura. Vivía exiliada en una gran mansión rural.

Me abrió el mayordomo y me invitó a esperarla. Una hora después me recibió en su alcoba. Estaba acostada, rodeada de perros. Yo quería hacerle una entrevista sobre su lucha como mujer y como noble. Los animales se metían debajo de las cobijas, lamían manos de la duquesa y ella los acariciaba y llamaba por sus nombres, todos en diminutivo. Media hora después renuncié a conocer su historia, me bastó verla rodeada de semejante pegajosa soledad. Al salir vi que también tenía tras de la casa un corral de gansos. Formaron una algarabía cuando me vieron salir aburrido. Cinco obreros los alimentaban por turnos abriéndoles el gaznate, metiéndoles un embudo y empujándoles por ahí manotadas de maíz. Es la manera de engordar gansos hasta que arrastran el hígado por el suelo. Entonces los sacrifican para fabricar el famoso paté de foie. El mismo cuadro de tristeza sin gansos se ve en el atrio de la iglesia de las Nieves. Un mendigo alimenta con lo que saca de las canecas una manada de perros que lo siguen a todas partes. Duermen juntos, unos encima de otros, y el hombre debajo de todos. Otro efecto de la soledad y de la miseria humanas.

Los perros han dejado de ser guardianes y se les ha transformado en compañeros de personas atenazadas por la soledad, la melancolía y el egoísmo. En general, tras un fracaso amoroso, el personaje termina amando a un perro o a una perra. Los animales son más fieles que los cónyuges. Más baratos, además. Y hacen presencia: se cagan en la sala, derraman la comida. Y “sufren” cuando el amo o la ama no llega a darles el hueso de plástico. En Europa las parejas son cada vez menos y los pets, o sea las mascotas son cada vez más. Los animales se compran en otoño, se consienten en invierno, se capan en primavera y se botan a la autopista en verano. Son, de hecho, artículos de compañía. Comen alimentos balanceados, algunos hasta son vegetarianos como el dueño. Se les habla, regaña, besa y sirven para hacer amigos y amigas en los parques mientras el perro se le monta a la perra. Los amos suelen ponerse colorados y las amas felices: a tal extremo llega la soledad y sobre todo la identificación con los animales. Hay clínicas con todos los servicios humanos; hay consejeros sicológicos y sicólogos especializados para los casos más graves. Hay también agencias matrimoniales, boutiques de ropa de moda, funerarias especializadas. En fin, todo lo que los amos necesitan para sentirse acompañados. Es tal la soledad. Muchos perros terminan pareciéndose a sus amos y a sus amas. Tienen los mismos tics, les molestan las mismas personas, les gustan los mismos paseos. El hombre los vuelve idénticos, se refleja en ellos, los vive. Caso más grave es cuando el amo se parece al perro y termina echándose en el pulguero, comiendo del mismo enlatado, levantando la pata para orinar. Algunos animales llegan al Gobierno: famoso el caso de Incitatus, caballo de Calígula que fue nombrado senador. En nuestra historia no pasó inadvertida la perra dálmata de López Michelsen que acariciaba mientras daba entrevistas, pero nunca llegó a pasársele por la cabeza nombrarla consejera especial en materia de política animal, como ha hecho el alcalde Petro, al que seguramente su perra Bacatá le enseñará muchas cosas de su vida pasada que su dueño considerará verdades incontrovertibles. Bacatá odia los toros y los caballos. Tiene una fijación desde cuando era cachorra y andaba por ahí de muladar en muladar. Tanto terminará pareciéndose el alcalde a su perra y tan obediente se volverá de sus caprichos, que un día Bacatá amanecerá veleidosa y suprimirá el ro del apellido de su amo para llamarlo simplemente Pet.

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