Madre Laura: Pasión de Mujer en la misión indígena

Cuando el presiente de la República, Carlos E. Restrepo le dijo a la señorita Laura: “para mí los indios de Antioquia son irreductibles”, ella le contestó: “Así los califican todos… pero yo considero que donde el valor no puede nada, le queda la victoria a la debilidad, entre los débiles y pequeños, el triunfo está reservado a la mujer”. (Auto. IV Ed. Pg. 332)


Dos rasgos sobresalientes del profetismo de Laura Montoya queremos destacar en este artículo. El primero es la inmensa capacidad, anticipándose al Vaticano II, de ver las semillas del verbo en los pueblos indígenas excluidos, “evangelizados” con la cruz y con la espada por modelos de cristiandad basados en el poder antes que en el reconocimiento de la condición y dignidad de las hijas e hijos de Dios; expropiados de los recursos que les pertenecen por parte de empresas nacionales y extranjeras y desprovistos de una legislación que ampare sus derechos como habitantes del territorio. Y el segundo la fidelidad a su conciencia, al llamado de Dios como mujer y religiosa a pesar de la estructura patriarcal incubada en la iglesia que puso obstáculos a su respuesta fiel a Jesucristo.

El impulso de sus prácticas consecuentes tuvo como fuerza motivadora la presencia de la divinidad en ella, captada en la persecución e incomprensión de la que fue objeto, en los rostros sufrientes de sus hermanas y hermanos indígenas, en la agreste naturaleza que pudo contemplar, sentir en su propia piel y que expresó contemplativamente en su espiritualidad misionera:

“Instrumentos de roca, inflamados en amor de compasión, eran los que Dios necesitaba para desarrollar sus misericordias… y esta servidora debía ser la formadora o el instrumento formador de Dios. Cuerpos puestos a prueba de toda dureza, sensibilidad sin mimos, casi de bronce, voluntad intrépida y corazón ardiente como un serafín, me parecían condiciones indispensables y para conseguirlo debía tratarlas con alguna energía y poner en juego muchos resortes… debía educarlas como almas reales. ¿Y a mi quien me formaba? A esto puedo responder con la mayor verdad: la santidad de Dios estrellándose sobre mi alma, en aquellas amarguísimas noches, la amargura de ver a Dios desconocido, la calumnia y la persecución, unidas a lo incomprendida de todos, hicieron de mi vida un noviciado para lo que iba a emprender por la infinita condescendencia de Dios”. (Auto. II ed. Pg. 392,393).

Los indígenas su pasión amorosa

La Autobiografía de la Madre Laura brinda testimonios insignes: Dios le había constituido apóstol lo mismo que la había hecho cristiana.

Inspirada por Dios funda la Congregación de Misioneras de María Inmaculada y Santa Catalina de Sena (Misioneras de la Madre Laura), que llevan inscrita en la cotidianidad la quinta Palabra de Jesús en la cruz “tengo sed ”, “sed de saciar la Tuya”, hambre y sed de extender el Reino de Dios: Reino de justicia, paz, vida y amor. Marcada por el celo apostólico (pasión, fuego) traducido en solidaridad, inserción en las culturas, anuncio del Evangelio y denuncia de todo aquello que atropella la vida, la tierra, la cultura, la autonomía, la dignidad de los pueblos indígenas, Afro, marginalizados y no cristianos (Vaticano II. Documentos. A.G. Pg. 481/23,24. Madrid 1967).

Para Laura Montoya iniciar esta obra, “la obra de los indios” como dice ella, se convirtió en la concreción del llamado que Dios le hacía.

En el año 1.907, en búsqueda de su vocación, se le ocurre un día decirle a su hermana Carmela: “Sería cosa muy buena conseguir permiso para irme con algunas compañeras a vivir entre algunos indios. Haríamos ranchitos cercanos a los de ellos y viviendo de la agricultura podríamos hacerles de paso algún bien”. (Auto. 2 ed., Pg. 207)

Se va a lomo de mula junto con cinco compañeras acompañadas por su mamá Doña Dolores Upegui. Era una caravana de diez mulas entre trochas montañosas y selváticas; demoraron nueve días de Medellín a Frontino (del 5 al 14 de mayo de 1.914) donde no fue bien recibida… porque esta empresa no era para mujeres. Prosiguió luego a Dabeiba y de ahí hasta la selva más agreste a donde avanzó, al sentir el rechazo de algunos pobladores hacia los indígenas que ya le acompañaban porque para el indio no hubo hospedaje junto a ella en esta población.

Ahí con sus propias manos construyeron el primer rancho para habitar el cual sirvió de dormitorio, cocina, comedor y salón de acogida.

Cuando el presiente de la República, Carlos E. Restrepo le dijo a la señorita Laura: “para mí los indios de Antioquia son irreductibles”, ella le contestó: “Así los califican todos… pero yo considero que donde el valor no puede nada, le queda la victoria a la debilidad, entre los débiles y pequeños, el triunfo está reservado a la mujer”. (Auto. IV Ed. Pg. 332)

Es así como su testimonio y presencia en el lugar del pobre la hacen profeta lo mismo que misionera, hace crecer y madurar la Iglesia la que en su universalidad se preocupa por hombres y mujeres de todo pueblo y nación (VATICANO II.

Documentos. L.G. El Reino de Dios. Pg. 37. Madrid 1967) ella quería llegar hasta los confines de la tierra.

No más espada y cruz para los indígenas… un mea culpa necesario
Con brillante ironía contestó a las críticas que recibía de algunos de sus hermanos de iglesia, en relación con los indígenas a quienes desde miradas eclesiocéntricas y etnocéntricas se les despreciaba como infieles, desconociendo la fuerza de la espiritualidad ancestral de la que son portadores y portadoras:

“Los infieles también son dignos de respeto y a casi nadie se le ocurre que debe respetar sus afectos más queridos cuáles son sus tradiciones y costumbres. De aquí vino el mal éxito de muchas empresas de catequización y reducción de salvajes. Ellos no miran bien el desprecio con que las razas privilegiadas miran sus cosas más amadas! ¿Y qué perdemos con respetárselas, mientras les mostramos sus inconvenientes y les damos sustitución digna? (…) Del mismo modo las culturas indígenas no se han explicado el por qué la conducta dura de aquellos que los han destrozado. Creen ser condición de la civilización cebarse en su raza. No he entendido casi nunca, lo que quieren los que los tiranizan”. (Autob. II ed. Pg. 541).
Su crítica eclesial a los métodos usados para adoctrinar a los pueblos indígenas, fue severa: “Y en el mundo civilizado creen que catequizar indios es cogerlos y vestirlos, y luego sentarlos en los bancos a repetir oraciones como en nuestras iglesias se preparan para la primera comunión los niños. ¡Ay! ¡Si supieran! (Autob. II Ed. Pg. 540).

¡Qué expresión de una mujer que vivió en la selva basando su religión en el amor! ¡Qué fuerza para resistir el peso de la crítica destructiva de quienes desde sus concepciones erradas se sorprendían de la novedad de la construcción de una relación entre sujetos planteada por la Madre Laura y por los Indígenas!:

“Así me decía al principio de la obra un señor que iba demasiado lenta, porque los indios todavía hablaban en su propia lengua y no se vestían, y hasta con indignación les dijo a los indios que estaban presentes, que no hablaran así y que se quitaran esas pampanillas y se vistieran”. (Autob. II Ed. Pg. 540).

Economía y política adversa a los indígenas

El conocimiento de la realidad del indígena por parte de la Madre Laura la llevó a reconocer los factores estructurales que generaban exclusión y comprometerse con la denuncia de estas estructuras y a proponer cambios que garantizaran la dignificación de estas comunidades.

Se dedica al servicio de los más pobres entre los pobres para clamar, llamar la atención para que fueran tenidos en cuenta y crear leyes que los amparen. Se trataba de llevar a cabo la obra de los indios, los indios que no valen nada para la sociedad excluyente (Vaticano II. Documentos. A.G. Pg. 479/15, 16,22. Madrid 1967).

Dando pasos concretos para la incidencia política en favor de los indígenas, se valió de un Congreso Misional en Bogotá, “propuesto por mí con la esperanza de que los Misioneros reunidos en Bogotá hicieran algo por mejorar las leyes en favor de los indios, pues aunque los gobiernos han tenido mucho celo y buenas intenciones con los indios, las leyes resultaban supremamente deficientes por lo desconocidos de los sujetos para quienes legislaban, y lo mal que cumplían las autoridades amen de los atropellos de los agiotistas y demás gentes que quieren siempre abusar de los pequeños y de los indefensos. Para ver si se conseguía que el Congreso dejara a los Misioneros el cuidado de legislar para sus misiones y así se pudiera llegar alguna vez a tener algo fijo y que sirviera para las distintas tribus de Colombia…” (Auto. IV ed. Pg. 930).

Así mismo, su aproximación a la realidad de las comunidades indígenas, le permitió hacer resonancia a los llamados de exclusión, llamados que convirtió en denuncia, desde el testimonio de una vida que se comparte y de una cercanía que acompaña para liberar. “En el hotel en donde estábamos, nos proporcionaron manera de vernos con algunos indios que salían al pueblo. Entre otros, vimos allí al capitán de Chontaduro, viejecito el más entendido de cuantos había en la región. En éste confiaba un poco el padre Uribe, pero él manifestó que no nos recibiría en su tribu.

Hicimos servir comida en el hotel, para cuantos indios llegaban. Esto, y que los sentáramos a la mesa con nosotras, causó suma extrañeza al pueblo entero, que no quería abandonar el hotel, para ver aquello tan raro. Todos decían: Si son animales, ¿cómo los sientan a la mesa? Tuvimos que decirle a la señora del hotel que rehusaba que los indios comieran en sus trastos, que se los pagábamos. Tan bondadosa fue, que al fin no quiso cobrarlos”. (Autob. 4 Ed. 365).

Por los medios de Comunicación de la época, denunció la situación de marginación del indígena, se hizo famosa con sus cartas publicadas en el semanario El Católico; en una de ellas fechada el 10 de noviembre de 1917, leemos el siguiente párrafo: “sí señor, director las cuevas son el único recurso que les queda a estos dueños de América; en otro tiempo ya histórico cuando se sentían pacíficos poseedores de cuanto el sol alumbra en este continente, quizá ni advertían las cuevas, más tarde conocieron que las piedras del río les ofrecían la hospitalidad que les negaban los hermanos de otras razas…”. (Autob. 2 Ed. 268).

Profetismo femenino

Estamos hablando de una mujer que siente el llamado de Dios para comprometerse con los más empobrecidos y obedece con inmensa coherencia, asumiéndolo desde el interior de la vida religiosa. Su llamado y misión se dan en las dos primeras décadas del siglo 20, décadas en que la mujer no tenía siquiera derecho al voto, derecho conquistado solo hasta 1958, no podía ingresar a una universidad, lo consiguieron solo hasta 1935. Como religiosa estaba subordinada a la autoridad de los sacerdotes, condición que sigue muy presente en algunos sectores de la iglesia actual. Por lo general las ocupaciones de las mujeres eran la costura, lavandería, planchado, carguera, servicio domestico, niñeras, y en la clase media y alta el salón de belleza, en el juego, tomando té, en la casa de la amiga, en teatro que se consideraban los deberes sociales.

No pocas congregaciones religiosas femeninas centraban su apostolado en el servicio al hombre sacerdote, práctica que se reproduce aún hoy en la liturgia. Sorprende por eso el arrojo de la Madre Laura en un contexto adverso a la iniciativa y al compromiso libre de la mujer en seguimiento al llamado de Dios.

Debió padecer el rigor del patriarcado, sobreponerse a él, exigir respeto a su llamado y obrar con suma astucia de modo que sus obras no fueran arruinadas por el poder de algunos sacerdotes y jerarcas.

Uno de sus confesores ocasionales le aprueba la idea de avanzar en la fundación de la comunidad y en el acompañamiento en la selva a las comunidades indígenas. Pero el padre Z.Z, como le llama ella en su autobiografía, que a veces se retiraba y a veces volvía en auxilio de Laura, le respondió terminantemente: “déjese de pensar en indios ni en cosa contraria a su condición de mujer” (Auto, II ed. Pg. 208). A esa obra misional tan ardua que desdice de una mujer, en la mirada patriarcal, le puso el pecho, arrancó y a las selvas de Dabeiba fue a llegar.

Las fundaciones misioneras se encontraron con la oposición de los encargados de las jurisdicciones eclesiásticas donde se iban a construir: “Se arregló todo lo conducente a la fundación del Caraño, no sin que tuviéramos que hacerlo todo con mucho sigilo por temor a que por algún resquicio fueran a ponerle trabas a la nueva fundación, pues ya varias fundaciones que proyectaba y están para hacerse en el Chocó, habían fracasado por los muchos informes que le habían dado al Ser.

Gutiérrez, Prefecto apostólico de allí… ya le habíamos cogido, al Ilmo. Sr. Prefecto de Urabá, la licencia canónica, arregláramos todo lo demás con el mayor sigilo. También la misión del Sarare se arreglaba bajo de cortinas, porque todo era temor alrededor nuestro. (Auto. II ed. Pg. 735).

Del lado de los obispos y sacerdotes que tuvieron que ver con la fuerza de la intrepidez de la Madre Laura, se dejan oír algunas voces de apoyo y hasta complicidad, como la de el obispo Maximiliano Crespo, pero otras de severa censura, miedo, sorpresa, celos, cuestionamiento, patriarcado.

El primer prefecto apostólico de Urabá, el carmelita José Joaquín Arteaga, así se refería a la Madre Laura:

“Las misioneras se atribuyen lo que solo el sacerdote le corresponde al querer salir a evangelizar a los indígenas. Las religiosas solo le obedecen a sus superiores y no al sacerdote. Se van para la selva a evangelizar y se alejan de los sacramentos y se creen más santas que los demás. La Madre Laura no pide consejo al sacerdote y no consulta a nadie cuando dirige sus misiones en las selvas recónditas. La Madre Laura publica unas carta a sus misioneras y a su público y habla de sus hazañas, olvidándose de los sacerdotes-(que cómodamente en las ciudades-), no quieren acompañarla a la selva. Sus viajes a la selva a evangelizar son muy peligrosos, moral y materialmente, ponen en peligro la vida de los sacerdotes que la acompañan. Su abnegación y heroísmo no tiene mas móvil que la vanidad y el deseo de superar a los sacerdotes para ganar nombre”. (http://elconservador.jimdo.com/periodico-el-conservador-no-104-marzo-2013/).

De acuerdo con uno de sus biógrafos, el sacerdote capuchino Manuel Díaz Álvarez (Beata Laura Montoya Mujer Intrépida, Paulinos 2004), monseñor Vicentini apoya al prefecto Arteaga y ordena levantar en 1925 todas las comunidades existentes en Urabá y Bajo Atrato chocoano y las remplazan con sacerdotes, por lo que se desplazan con sus comunidades para el Sarare y Caraño, en los límites con Venezuela.

Mauricio Botero Montoya, pariente de la Madre Laura, describe también otros dardos de persecución, provenientes de Monseñor Builes: “En Caldas monseñor Builes intentó utilizar a esas religiosas como empleadas domésticas… La madre Laura trasladó a las monjas y se acogió al derecho canónico que las amparaba.
Iracundo, Builes exhortó a sus sacerdotes a combatir “esas mujeres soberbias, capitaneadas por una madre que es la soberbia misma y que está plagada de vicios”. Las demás jerarquías las apoyaron. (http://www.elnuevosiglo.com.co/articulos/3-2013-mauricio-botero-montoya.html)

En su canonización

Entre los milagros certificados de la Madre Laura está la curación de un médico enfermo. Hay otros, dos que aparecen, seguramente, mencionados en el expediente pero que muy poco salen a relucir en medio de la alegría que este acontecimiento significa para Colombia la canonización de nuestra fundadora: 1) el aportar con su tenacidad a abrir espacios para la mujer en la iglesia y en la sociedad y, 2) el ser un testimonio de inserción en el lugar del pobre y en particular en el lugar del indígena denunciando valientemente su exclusión.

Queremos pedirle a la madre Laura que en razón del milagro de posicionar su congregación a pesar del patriarcado excluyente, de fuerza a las religiosas católicas de los Estados Unidos que, como ella en su tiempo, están hoy siendo sometidas a una revisión exhaustiva de su misión en los Estados Unidos, por asumir una postura evangélica a los sectores más desfavorecidos. Pedirle también que interceda ante Dios para que los obispos encargados de esa intervención desde la Santa Sede, sepan descubrir la voluntad de Dios, en el valioso trabajo que vienen haciendo las congregaciones femeninas de ese país.

Así mismo pedirle que nos siga dando fuerza para reavivar nuestra misión de servir a los más excluidos, de proseguir con el servicio a los pueblos indígenas con fe viva, con ánimos renovados, con análisis atento de las situaciones de exclusión que los aquejan. Que toque el corazón de los gobernantes que con políticas como las de las “locomotoras del desarrollo” desconocen el derecho de los pueblos indígenas a la consulta previa, libre e informada, para que desistan de atropellar sus lugares sagrados, sus fuentes de agua, su madre tierra. Que su fuerza profética toque al presidente de Colombia y lo haga desistir de los planes que afectan a estos pueblos, ya que se ha dejado tocar por este acontecimiento y viajará a Roma para participar de las ceremonias de canonización.

Imagen tomada de internet