Lo que hay que ver y oír

En este país asistimos a un concierto insólito permanente de hechos que escandalizan, intimidan o desconciertan, y que muy de vez en cuando agradan.


Esta semana, durante el debate en la Comisión Primera del Senado del proyecto de ley de inteligencia y contrainteligencia, el anodino senador Juan Carlos Vélez soltó una perla que describe de cuerpo entero la doctrina Uribe y también lo que fue ese gobierno.

Cuando se discutía una norma que prohíbe perseguir a alguien por razón de su credo, género, nacionalidad o ideología política, Vélez pidió la palabra para dejar constancia de su estirpe de dinosaurio. El pintoresco promotor de la Constituyente para reelegir al mesías, discrepó de esa disposición, porque en su sórdido universo sí es legítimo y útil hacer inteligencia a alguien por el solo hecho de su nacionalidad o su ideología. Para sustentar su descabellada propuesta, invocó como ejemplo, que si en algún lugar veía a alguien oriundo de Irak, ello despertaba desconfianza y debía ser objeto de inteligencia. Lo mismo aseveró respecto de quien hubiese expresado una idea o concepto que de alguna manera coincidiese con la insurgencia o con Chávez, porque para él todo aquel que esté de acuerdo con esa forma de pensar, merece las sospechas de la gente de inteligencia.

Oyendo semejante planteamiento tan cavernario y peligroso, se entiende por qué en el régimen de la seguridad democrática se persiguió a magistrados, periodistas y críticos. Por fortuna en el recinto estaban personas sensatas y respetuosas del Estado de Derecho, como Luis Fernando Velasco, Juan Manuel Galán y Germán Navas Talero.

Pero donde el asunto se pone bastante álgido, es en la creciente diferencia por el empeño del Gobierno de atribuirles efectos probatorios a los computadores de Raúl Reyes, negados por la Corte Suprema de Justicia.

Allí también la jauría de la ultraderecha criolla se hizo sentir, con notas cargadas de inexactitudes jurídicas e históricas, como la de Fernando Londoño, “El Héroe de Invercolsa”, cuyos argumentos en contra de la decisión de la Corte, fueron groseramente fusilados por ese otro troglodita del procurador Ordóñez, en el disparatado recurso de reposición que interpuso ante la alta corporación.

El Gobierno está en su cuarto de hora con la ley de víctimas, la cual aplaudimos los demócratas, aun corriendo el riesgo de que el “Gran Hermano”, Enrique Santos, se crea con derecho a extendernos credenciales de santismo que no estamos pidiendo. Debió ser por eso que al presidente Santos se le ocurrió pedirle a la Corte que dizque para favorecer las víctimas, no deseche los computadores. Lo que olvidó el mandatario fue mencionar una sola víctima que tres años después del operativo, pueda decir que ha obtenido verdad, justicia y reparación por cuenta de los archivos del guerrillero.

Los colombianos sabemos más de los wikileaks que de los computadores de Reyes. Salvo por las tergiversadas deducciones de la Procuraduría para privar ilegítimamente a Piedad Córdoba de su investidura como senadora, los ciudadanos ignoramos qué guardaba el criminal guerrillero. En cambio, por los wikileaks publicados en El Espectador, sabemos que siendo ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, con su viceministro, Sergio Jaramillo, enviaron los computadores de Reyes al Instituto Internacional para Estudios Estratégicos en Londres, para que éste los publicara en dos fases, además todo financiado por unos empresarios que nadie sabe quiénes fueron.

¿De cuáles víctimas habla el Gobierno para pedirle a la Corte “ponderación” en su decisión de dar crédito probatorio a unos computadores que, como los maridos engañados, los colombianos seremos los últimos en enterarnos? Claro, si alguna vez nos los dejan conocer.

Adenda. Agarradora la serie La Bruja, que transmite Caracol. Además del sello de la pluma exitosa de Germán Castro y la presencia de magníficos actores, la historia está bien recreada y salpicada con humor.

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