La viva memoria del hermano Mayor: Gerardo Valencia Cano

En el proceso de la recuperación de la memoria son muchas las preguntas que nos surgen dentro de la tensión entre los reconocimientos oficiales y el recuerdo de la gente común y corriente de los sectores urbano y rural de Buenaventura. Después de 37 años de su muerte, en las sacristías el polvo cubre sus fotos, la estatua en su memoria, levantada en el parque principal está desteñida por el las inclemencias de la desatención, las jóvenes generaciones no lo conocen.


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¿En dónde vive su memoria? ¿Cómo hacer para encontrarla? Paseándonos por las calles de Buenaventura, en las cuencas de los ríos y visitando familias la encontramos! Las familias afrodescendientes tienen en su sala un viejo retrato de Monseñor Valencia Cano que adornan semanalmente con heliconias nuevas y una lucecita a veces animada por una mecha de petróleo y otras por la parafina de las veladoras.

En las lágrimas de María Paz que al preguntarle por Monseñor no dejaba de sollozar , mientras lamentaba la orfandad, en la que su ausencia había dejado al pueblo: “todavía no era el momento de irse, por eso Buenaventura es lo que hoy es …si él estuviera las cosas serían muy distintas: los jóvenes hubieran podido continuar sus estudios y la corrupción no estaría campante …” La memoria en ella, de Valencia Cano, está marcada por una vida de servicio y entrega a los demás.

En la emoción de los profesores Ferdinando y en la de Armando, quedó la coherencia de vida del hermano Mayor, la que sostienen su mística para continuar educando. Moncho, como le llaman con cariño, refrendaba sus palabras con la práctica coherente que le dada autoridad para ser tremendamente cercano y compresivo con los empobrecidos y fuerte con los adinerados que provocaban la exclusión de la gente.

En la gran mayoría de habitantes adultos de los barrios San Francisco, Lleras o otros humildes, quienes como si fuera hoy cuentan anécdotas y repiten las palabras que al compartir un tinto o un almuerzo que ellos con mucho cariño le ofrecìan al llegar a sus casas y que él apreciaba con su trato de hermano y amigo.

La señora que en una comunidad de la cuenca del Calima se prepara para hacer la celebración de la Palabra con un grupo de niños y unos cuantos adultos. Al preguntarle ¿ por qué hace eso? Responde segura: “Monseñor Gerardo me enseñó y después de 37 años continúa animando así la pequeña comunidad de base”.

En el río Naya una noche llegó tarde a pedir posada en una humilde casa, la señora le ofreció el corredor para dormir. Al otro día, la anfitriona supo que su huésped era el Obispo Valencia. Muy apenada por haberlo puesto a dormir en el corredor, trató de remediar la ligereza ofreciéndole una mejor cama en una de las pequeñas habitaciones dispuestas para su familia. Monseñor no la aceptó pues había dormido muy bien la noche anterior y no tenía por qué aceptar un trato privilegiado.

En la poesía de una mujer afrodescendiente, trabajadora del puerto, que al conocerla, confeccione versos aduladores que le hizo llegar, que también en buena rima fueron respondidos pidiendo que quitara tanta palabra rimbombante. Desde ahí se construyó una relación que marcó el ritmo de su poesía y la orientó hacia la denuncia de la injusticia que aprendió de un obispo que, para sus opositores era calificado como ROJO, compartiendo con don Helder Cámara este calificativo.

En la admiración casi mágica de una mujer afrodescendiente del barrio San Francisco “Yo lo recuerdo como si fuera ayer, venía aquí al barrio caminando y se iba caminando, nuca lo vi en ningun carro ¿cómo haría?, él se acercaba, se metía casa por casa, tomaba tinto, seguía a otra casa, no parecía un obispo, muy sencillo”

En el recuerdo de las víctimas de los desalojos de los barrios de baja mar donde el mercado empujaba a los habitantes tradicionales al desplazamiento forzado para la construcción del malecón: “Cuando Monseñor supo que iban a rellenar sus casas con arena usando una draga desde el mar, en los barrios Cristo Rey y Balboa, fue a decirles a los encargados que no lo hicieran pero no lo escucharon. El se metió en la arena y gritó: ´tendrán que pasar sobre mi cadáver; empezaron a rellenar el barrio y el no se movía de allí, después de muchas horas ya la arena le llegaba a las rodillas. Los bomberos trataban de convencerlo para que saliera, pero él les dijo: ME DEJO MORIR PARA QUE MIS HUESOS CLAMEN JUSTICIA POR ESTA CRUELDAD. Al final lo sacaron contra su voluntad pero debieron detener las obras y hoy día el malecón está sin terminar”.

Monseñor está presente y vivo en la memoria del pueblo de Buenaventura: marcó la vida cotidiana de los pobladores del común e intervino en los momentos difíciles porque èl se hizo hermano de ese pueblo. Decenas de testimonios dan cuenta de su intervención para la construcción de 7 colegios, de un centro para la educación propia de las y los afrodescendientes, de su abierto compromiso con los empobrecidos inspirado en el documento del CELAM de Medellín, de su papel facilitador para la constitución del grupo Golconda que permitió a sacerdotes y trabajadores sociales avanzar en la concreción de la relación entre fe y política. Para muchas y muchos fue el confidente , podían contar con él actuaba cuando el pueblo lo necesitaba: propuso un PLAN DE DESARROLLO digno para el pueblo basado en las posibilidades agrarias y pesqueras de la zona, ponía todo su ser al servicio del más necesitado.

Algunos datos biográficos

El 21 de enero de 1972 la noticia recorrió rápidamente el país: un avión de la compañía aérea Satena, que volaba entre Medellín y Quibdó con 35 personas a bordo, se estrelló en uno de los cerros limítrofes entre Antioquia y Chocó, pereciendo todos sus ocupantes. Entre ellos estaba Monseñor Gerardo Valencia Cano, Vicario Apostólico de Buenaventura. … Los titulares de todos los periódicos registraron la muerte del “Obispo rojo”, del “Obispo rebelde” o del “Obispo revolucionario”.

En su Diócesis de Buenaventura acogió a muchas religiosas, sacerdotes y laicos inquietos y respetó profundamente sus búsquedas. En diciembre de 1968 se convirtió en anfitrión del Segundo Encuentro del Grupo Sacerdotal Golconda, cuyo controvertido Manifiesto suscribió y defendió públicamente.

Como todo profeta auténtico, su vida y sus mensajes se volvieron incómodos para todos los poderes. Cuando en 1969 viajó a Medellín a participar en una “toma simbólica de la Universidad de Antioquia para el pueblo”, en compañía de varios sacerdotes del grupo Golconda, fue obligado, en el mismo aeropuerto, por autoridades eclesiásticas y militares, a regresarse, en momentos en que los otros sacerdotes eran encarcelados.

Los últimos meses de su vida los vivió bajo profundos sufrimientos morales que se reflejan en su Diario íntimo. Se rumoraba su inminente destitución por parte del Vaticano. Se rumoraban también otras medidas drásticas que serían adoptadas por en Instituto de Misiones, como la de retirarle a todos los misioneros del Vicariato, o por el Episcopado, como exigir la presencia de un visitador del Vaticano”.(Aquellas Muertes que Hicieron resplandecer la vida, Javier Giraldo S.J http://espanol.geocities.com/memoriacolombia/testi01c.htm)

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz

Enero 27 de enero de 2009