La justicia social de Jesús: Un aporte desde John Dominic Crossan

Bien, entremos en asunto. Decir justicia social pensando en Jesús es, ante todo decir justicia divina. Pero decir justicia divina no es pensar en términos abstractos, sino desde la percepción de esos desechables, de esos campesinos a los cuales los patronos les quitaban la tierra. Sólo para poner un punto de comparación contemporáneo, y cada quien ponga aquí el ejemplo que más convenga: al término de las protestas por la privatización del agua en Cochabamba (Bolivia), uno de los dirigentes populares exclamaba emocionado, tras el triunfo sobre las exigencias de las trasnacionales: “la gente quería justicia, no balas… saciamos nuestra sed de democracia”.


PRELIMINARES.

Para esta charla, quisiera no perdiéramos de vista tres indicaciones. La primera indicación es que lo que ahora expongo trata de ofrecer los aportes de un estudioso del “Jesús de la historia”, como se suele decir. El asunto es que cuando leemos los evangelios en particular, o la Biblia en general, nunca vamos a encontrar una biografía o una historia en sentido estricto, sino buena nueva o Palabra de Dios, es decir, una lectura creyente de las historias o símbolos que ancestros nuestros fueron percibiendo.

Esa percepción se puso en palabras hace mucho tiempo, por decir más con ánimo de referencia que de exactitud, entre el siglo IX a.c. y el siglo II d.c., en un largo proceso de redacción que no deja de ser contradictorio. Y no deja de ser contradictorio porque esas palabras las pronuncian por primera vez grupos marginados, los desechables del siglo XI o XII a.c., quienes perciben que Dios está con ellos y no con los patrones de Egipto o de las Ciudades Cananeas. Lo contradictorio del asunto, digo, es que tiempo después esas palabras de Dios percibidas a favor del desechable de aquel tiempo, son apropiadas y matizadas por los patrones, no ya de Canaán o Egipto, sino de su propia y recién fundada nación. Estos patrones también escriben su percepción de Dios, y por esto ven ustedes en la Biblia esas tradiciones mezcladas…

Lo que interesa indicar desde este panorama es que esa historia, que es leída de manera creyente (por eso hablo de percepción) muchas veces se nos olvida. Y eso es lo que hacen los eruditos: ayudarnos a recordar que el evangelio, que la Palabra de Dios, tiene una base biográfica, una base histórica. Lo que dice el erudito no suplanta la lectura creyente, pero puede ayudar a que esta lectura “ponga los pies en la tierra”.

La segunda indicación se refiere al autor. De su biografía y obra, que bien pueden consultar ustedes en internet, básteme decir que su sensibilidad es un cribado de cultura católica irlandesa y erudición posmodernista norteamericana. Los análisis que ofrece sobre el Jesús de la historia son muy sugerentes y, para muchos, heterodoxos. Pero sobre todo, y esto es lo que me interesa indicar, él trata de ofrecer en sus análisis la dimensión parabólica de Jesús, esto es, palabras y acciones que, tanto ayer como hoy, proponen un reto a la existencia: ¿dónde está tu Dios, estructuralmente hablando?

La tercera indicación se desprende de lo anterior. Esta charla, junto con otras, están situadas en un “ciclo” que ha sido llamado “Teología en Contextos”, con un subtitulo esclarecedor: “lectura creyente de la realidad social local, nacional y global”. Recordarán ustedes, además, las charlas precedentes a esta: esto que genéricamente llamamos “realidad social” pareciera ser un profundo dolor en la vida de tantos, no sólo provocadas por gentes en particular, sino por gentes que encarnan estructuras políticas, sociales y económicas injustas; estructuras que también tienen su propia teología, su propio Dios, seguramente como veremos en la charla dentro de ocho días.

JUSTICIA SOCIAL COMO SED DE JUSTICIA DIVINA

Bien, entremos en asunto. Decir justicia social pensando en Jesús es, ante todo decir justicia divina. Pero decir justicia divina no es pensar en términos abstractos, sino desde la percepción de esos desechables, de esos campesinos a los cuales los patronos les quitaban la tierra. Sólo para poner un punto de comparación contemporáneo, y cada quien ponga aquí el ejemplo que más convenga: al término de las protestas por la privatización del agua en Cochabamba (Bolivia), uno de los dirigentes populares exclamaba emocionado, tras el triunfo sobre las exigencias de las trasnacionales: “la gente quería justicia, no balas… saciamos nuestra sed de democracia”.

Esto es pensar en términos concretos, de justicia concreta. No se trata del cumplimiento de un contrato que pone en juego una relación comercial con ánimo de lucro, sino de la construcción de un proceso de relaciones en los cuales la comunidad en conjunto encuentra posibilidades de vivir y lucha contra aquello que no le permite o limita su vivir. Esto es lo que en cierta parte muy importante de la tradición bíblica se llama, en palabras de Crossan, sed de justicia divina. Miremos esto más despacio.

En lo que hoy se denomina “antiguo oriente próximo”, es conocida la existencia de toda una legislación social en beneficio de los pobres e impulsada por círculos gobernantes. Allí diosas y dioses esclavizan a estos pobres, pero los tratan bien. El Dios judío hace algo más radical: está con el esclavo, lo libera, porque entiende la existencia de estructuras políticas y económicas que, tarde que temprano, llevan a la muerte. De allí ustedes entienden ese intento de aplazar temporalmente la desigualdad, representado en el Código de la Alianza y el Año Sabático (redactados en Ex y Dt) y ese gran sueño de nivelación social que es el Código de santidad (en Lv). Poco se pudo hacer en esos años de sistema monárquico en Israel, pero quedó sembrada para siempre una “tradición de crítica implacable” que es la que conocemos como tradición profética.

Pues bien, esta justicia divina va en contra del endeudamiento, de la esclavitud, del desposeimiento, asuntos muy comunes en una sociedad agraria y campesina. Ir en contra de esto es el carácter del Dios judío de justicia, y “corresponde a los seres humanos entender cómo funciona en la práctica” y en su momento histórico particular. Se trata entonces de un proceso, de algo que se ensaya, se apuesta, y que, es muy previsible, va a encontrar dioses que no quieren que ese proceso liberador se realice. Como proceso, entonces, es una sed.

LA SED DE JUSTICIA DIVINA, EN JESÚS

¿Qué pasa con esa sed de justicia divina en Jesús? En tiempos de Jesús había justicia divina también, la de Roma, y se expresaba en el Reinado de Roma, esto es, una manera de ejercer el mando por parte del poder humano, que en aquellos tiempos implicaba procesos de patronato/clientela y honra/deshonra. Hablemos un poco de esto, que es lo que vive la gran mayoría de gente empobrecida, desposeída, en tiempos de Jesús.

Del proceso de patrocinio/clientela, digamos que hay como una especie de “normalidad aceptada” en las relaciones sociales, como una especie de cohesión social y deber moral para con el patrón, que funciona en dimensión horizontales como una amistad o solidaridad entre patrones, y en dimensión vertical como ese temor y subordinación hacia el patrón: es algo, además, que está en todos los niveles, desde la familia hasta el estado. Del proceso de honra/deshonra, se implica una pertenencia grupal o familiar a esa normalidad aceptada, a sus normas y jerarquías, a sus distinciones y exclusiones respecto de otros grupos y/o personas. Estos procesos, por demás, son un buen sustento para los procesos políticos y económicos. Roma es un imperio agrario y comercial; le interesa la monetarización de la vida toda, la explotación intensiva agraria y la creación de redes comerciales: todo esto perjudica al campesino, quien es atrozmente desposeído o reconvertido como trabajador asalariado. Pensemos todo esto simbolizado en torno a una mesa: los clientes o esclavos o trabajadores que sirven a sus patrones reclinados; los clientes o esclavos o trabajadores que, según sea su categoría, están más cerca o más lejos de la mesa principal; los clientes o esclavos o trabajadores a quienes en los murales públicoso en los murales decorativos de las casas privadas se les amenaza con el sometimiento forzoso si no lo hacen de buen grado…

Frente a todo esto, los campesinos judíos tienen una sed de justicia que viene de antaño expresada en los profetas. Este Reino del César, con todo lo que tiene de procesos así descritos, no es el Reino de Dios. Ese anhelo por el Reino de Dios, esa sed de justicia divina, se expresa de muy diversas maneras en tiempos de Jesús: para unos, será un asunto de destrucción radical, sea que participes o no en ella; para otros, como un asunto de sanación interior o de contacto ritual con la divinidad; para otros, como Jesús, se tratará de una ética no violenta, en resistencia y en rebeldía.

¿Cómo manifiesta esa sed de justicia divina un campesino que ha pasado o ha estado cerca de la degradación, como quizás lo fue Jesús? En su predicación, parece ir en contra de ese grupismo familiar que es el asiento de los procesos de honra/deshonra y patrocinio/clientela (Mc 3, 31-35 y par.), ir en contra de esas distinciones y exclusiones sobre los desechables de su tiempo, sobre los don nadies figurados como pobres y niños (Lc 6, 20; Mc 10,13), y reconocer que todos esos nadies, esos desechos de la sociedad romana, de formar una nueva familia a la manera del querer de Dios, esto es, sin jerarquías ni clientelas, puede ser como esa mala yerba llamada planta de mostaza (Mc 4, 30-32) que atenta contra los campos de labranza y sus cosechas, en manos del patrón romano.

¿Qué procesos se implican en esta sed de justicia divina que comienza a realizarse, en contra de esa presente justicia divina de Roma? Si estás al interior de la justicia divina romana, seguramente has de aceptar las líneas divisorias de la sociedad, de tal que la sociedad política se refleja o somatiza en el cuerpo particular o el cuerpo social. La muerte y tragedia aceptadas se ven reflejadas en el cuerpo enfermo o leproso, o poseído por potencias superiores que en aquel tiempo se les llama demonios, o incluso en la percepción que llevas una vida que no es vida, que estás muerto. Jesús rompe esas líneas divisorias y se acerca al leproso y al demonio, incluso al muerto, y les otorga una oportunidad de ser recuperados otra vez. Se sienta, come con ellos, habla con ellos. Podemos discutir sin fin si se trata de relatos literales o no; pero lo que no se puede dejar de lado, es que se trata de un proceso social en el cual Jesús se acerca a los intocables desechos de una sociedad.

Así vistas las cosas, palabras y actos de Jesús proponen una comensalía abierta y un igualitarismo radical. Comenta Crossan la parábola de los invitados al banquete (Lc 14, 15-24) así: “lo que defiende la parábola de Jesús es una forma de comensalía abierta, una forma de comer unos con otros sin que la mesa constituya una miniatura de las discriminaciones sociales en sentido vertical y horizontal. El desafío social que supone esa comensalía equitativa e igualitaria constituye el principal peligro y la amenaza más radical que comporta dicha parábola”, pues Jesús “no establece las distinciones y discriminaciones que debería”. Esto lo podemos ver ilustrado en un friso del siglo IV (véase figura 5): Jesús imparte sus enseñanzas a la manera de un sabio, mientras mezclada en la escena se participa en un abundante banquete, y alrededor de la palabra y comida vuelven a vivir los muertos… todo tan diferente de esa mesa vertical y domada que implica la Roma del siglo I, la Roma de toda época y lugar… Es todo este proceso lo que no murió en la cruz.

SED DE JUSTICIA DIVINA AYER, SED DE JUSTICIA DIVINA HOY

Con este panorama, empecemos a hilar hacia atrás. Decimos ética en su acepción general de manera de habitar el mundo; de parte de Jesús y sus seguidores, no como una manera violenta sino acogedora del desecho, lo que se manifiesta en concreto en actos y palabras como lo hemos mencionado. Es una ética en resistencia, pues se niega a funcionar a la manera como funcionan las relaciones sociales de su entorno, y según las posibilidades e inspiraciones de su momento, propone estrategias concretas y particulares para satisfacer en algo esa sed de justicia divina. Pero además de negarse y proponer, critica con sus gestos y palabras esa justicia romana: allí su rebeldía.

Negación, crítica, propuesta: no son cosas ingenuas, sino un constante proceso social y personal (ambos juntos, no uno o lo otro) para hacer cierto el carácter del Dios judío de justicia pues, como indicamos arriba, corresponde al ser humano entender cómo funciona en la práctica y en su momento histórico particular tal carácter. Llegar a ese entendimiento y ponerlo a funcionar es acercarse a la justicia divina, o si ustedes quieren, a la justicia social, que es un asunto que no sólo ubicamos en Jesús, sino en toda esa corriente profética y crítica que se inaugura desde la hondura de los tiempos, cuando un campesino desposeído se atrevió a alzar los ojos y gritar por su derecho a la existencia.

¿Qué queda de todo esto? Quizás sólo viejas preguntas, cuyas respuestas nos toca elaborar, así como en el pasado otros elaboraron las suyas. ¿De qué justicia se trataba en aquel entonces, de qué justicia se trata hoy? ¿Desde dónde elaboramos nuestra noción de justicia y a qué nos lleva? ¿Se trata de la justicia divina del César que nos lleva a procesos de jerarquías y distinciones y abusos, o de la justicia divina del Dios judío que nos lleva a procesos horizontales y de reconocimiento? ¿Qué instituciones o agrupaciones, hechas o por hacer, posibilitan la justicia en uno y otro sentido? ¿Dónde ponemos nuestro corazón, de manera personal y grupal? ¿Cuáles son las lecturas creyentes que nos posibilitan percibir esa sed de justicia divina, y cuáles aquellas que nos enceguecen y enmudecen ante esa sed?

Acercándome al término de esta charla, quisiera dejar unas sugerencias para la discusión. Recordarán ustedes la redacción de la invitación a estas charlas: “abierto a todas y todos, creyentes y no creyentes, interesadas/os en el análisis crítico de la realidad basado en las raíces éticas y teológicas de la tradición bíblica, y que se interesan por encontrar razones que inspiren las practicas transformadoras de la realidad social en la perspectiva de la justicia y la paz”. Supongo que todos ustedes y desde su mundo particular, están interesados en esas “practicas transformadoras de la realidad social”. Pues bien, una pregunta sería, tanto para creyentes como no creyentes, qué nos dice, en qué nos capacita o qué mirada nos abre o qué nos alimenta, esta tradición bíblica así referida desde un erudito particular, como es Crossan. Otra pregunta sería, si compartimos esa intuición de sed de justicia divina, cuáles son los procesos que merecen la pena ser compartidos y visibilizados aquí, y que de alguna manera satisfacen en algo esa sed, en tanto practicas transformadoras de la realidad social. Concomitante a esto, estaría también, por un lado, la pregunta por cuáles son los procesos que reproducen el estigma, la discriminación, la muerte, y que muchas veces compartimos consciente o inconscientemente en tanto estamos en medio de ellos, y por otro, cómo resistimos a esos procesos para que no nos contaminen el corazón.

Aparte de esto, ya harán ustedes también preguntas aclaratorias sobre lo dicho. Sólo una cosa más, para cerrar: cuando nos preguntamos por nuestros procesos en tanto posibilitan o imposibilitan prácticas transformadoras de la realidad social, estamos preguntándonos por una palabrita que mencioné al inicio: estructura. Preguntarnos por la estructura es preguntarnos por los procesos, y preguntarnos por los procesos es tomar conciencia de lo que vivimos, de lo que hemos vivido, y de lo que soñamos vivir, para andar con los ojos más abiertos respecto de aquello que nos mata o nos da vida. Esto es parábola: no palabras y gestos que nos acomodan o resignan a lo establecido, sino palabras y gestos que nos sacuden y nos capacitan para escuchar y actuar ese reclamo de justicia divina.

* Literato y Teólogo. Docente de la Pontificia Universidad Javeriana. Esta charla, realizada en 13 de noviembre de 2012, se presenta en el marco del Ciclo de Conferencias Teologías en Contextos: una lectura creyente de la realidad social local, nacional y global (Agosto 28 – Noviembre 20), organizado por Capellanía Universidad Nacional de Colombia, y Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, en Bogotá.

1. De todo esto, un buen estudio es: Albertz, Rainer, Historia de la religión de Israel en tiempos del Antiguo Testamento, 2V, Trotta, Madrid 1999.

2. Se trata de la llamada “Guerra del agua”, entre enero y abril del 2000 en Bolivia. Al respecto, un resumen en Wikipedia ( http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_del_agua_(Bolivia) ), y el fragmento respectivo del documental The Corporation (http://www.youtube.com/watch?v=uQ12LB_6STc ).

3. Véase: Crossan, El nacimiento del Cristianismo (Sal Terrae: Santander 2002), 182-208.

3. Crossan, El nacimiento del cristianismo, 198.

4. Crossan, El nacimiento del Cristianismo, 184.

5. Véase: Crossan, Jesús, biografía revolucionaria (Grijalbo: Barcelona 1996), 112-118, 82-86.

6. Véase: Crossan, Jesús biografía revolucionaria, 70-90.

7. Véase: Crossan, Jesús: biografía revolucionaria, 91-118.

8. Crossan, Jesús: biografía revolucionaria, 85.