La inocente barbarie

Hace parte del engranaje propagandístico norteamericano contra el Islam, contra lo que Bush clasificó como integrante del Eje del Mal, contra lo que denominan el bárbaro, ya que Estados Unidos, según la visión imperial, es el civilizado, el demócrata, el campeón de la libertad. Qué raro, sale la película (dicen que de bajo presupuesto y pésima calidad) en momentos en que Siria es objeto de una vasta agresión subsidiada.

La película ya ha causado varias muertes, entre ellas las del embajador estadounidense en Libia. Filmada a punta de mentiras (engañaron a los actores), muestra escenas en las que el profeta Mahoma tiene sexo explícito hasta con animales y lo inclina hacia la homosexualidad y la pedofilia, según reseñas de prensa. A esta faena de desprestigiar a Mahoma y sus creyentes, se suman, entre tantos actos de intolerancia e irrespeto a un credo, las caricaturas de un periódico danés, la quema del libro sagrado de los musulmanes, orinar sobre cadáveres de afganos y convertir en terrorista a todo lo que suene a árabe y no sea aliado de los Estados Unidos.

El fanatismo fundamenta sus ataques al otro cuando lo reduce a estereotipos o le inventa acciones criminales. En un tiempo se decía que los judíos raptaban niños cristianos y los devoraban. En los días del presidente Woodrow Wilson, en los Estados Unidos, gracias a la comisión Creel, una maquinaria diabólica de propaganada, los alemanes fueron transmutados en peligrosísimos enemigos que cometían masacres y otros actos de barbarie. Los fundamentalismos (incluido el de ciertos musulmanes) crean enemigos y miedos con los que justifican sus atentados y persecuciones.

Cuando al otro se le torna estereotipo se ocultan entonces su cultura, sus raíces, su memoria y aportes. Esta ha sido una vieja táctica a la que han apelado, entre otros, los imperialistas. Al colombiano, por ejemplo, se le ha reducido al cliché del mafioso, del narcotraficante. Cuentan que en Hollywood (no sólo fábrica de sueños sino de algunas mentiras) se filmó el año pasado una película, mejor dicho, un bodrio, en la que una chica de Medellín, transformada en sicaria, elimina a un cartel de narcotraficantes.

Claro que a esto último, es decir, a la producción de basura, contribuyen también programadoras colombianas, dedicadas a ensalzar los métodos y personalidad de capos y otros bandidos, porque, según parece, eso eleva la sintonía y da buenos dividendos. Qué carajos. Para qué, por ejemplo, hacer una telenovela sobre García Márquez o el científico Julio Garavito, o sobre Rodolfo Llinás y sus teorías neurofisiológicas, si eso no vende. No da pauta ni caché.

Volviendo a La inocencia de los musulmanes, que alborotó buena parte del mundo árabe, el pastor norteamericano Terry Jones, que ha promovido algunas inquisiciones en su país, como la quema del Corán, dijo que la película tiene como fin mostrar “la ideología destructiva del islam” y que es una “sátira” de Mahoma. A lo mejor, el fanático Jones todavía aspira a revivir el Ku Klux Klan que además de quemar negros, de vez en cuando llevaba libros a la pira. Ah, y se nota que confunde “sátira” con calumnia y desconocimiento de la historia.

El fanatismo y la intolerancia siempre conducen a la barbarie. Ya sabemos –o creemos saber- todo lo que sucedió con la inquisición, la cacería de brujas, las persecuciones a científicos y escritores. Los fundamentalismos, cualesquiera que estos sean, son una talanquera para la civilización y la razón. Su uso ha llevado a la creación de campos de concentración, al exterminio de culturas, a la macartización y persecución de opositores.

Con la peliculita de marras, que es calumnia y agresión, vuelven los métodos irracionales a ganar espacio, en donde deberían estar la argumentación, el debate civilizado y el conocimiento histórico. El “hermano” Jones, que sabe a qué temperatura arde el papel (¡oh, Bradbury!), confunde insulto con sátira. Sátiras las que hacían Aristófanes o, más recientemente, Voltaire (Cándido, por ejemplo) y el gran Jonathan Swift con sus Viajes de Gulliver. Lo del filme en cuestión es bazofia. Peligrosa y sectaria. Es una vuelta al oscurantismo, con el riesgo de que los inquisidores también podrían terminar en la hoguera.

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