El podio del voltearepismo

Si hiciéramos un campeonato nacional de voltearepismo entre la clase política actual, ¿quién lo ganaría?, ¿quiénes subirían al podio?, ¿quién se llevaría la presea de oro, quién la de plata, la de bronce?


Opinión: Rodrigo Rivera es otro audaz atleta que ha practicado todos los ismos posibles: ha sido galanista, gavirista, samperista y uribista pura sangre

Si hiciéramos un campeonato nacional de voltearepismo entre la clase política actual, ¿quién lo ganaría?, ¿quiénes subirían al podio?, ¿quién se llevaría la presea de oro, quién la de plata, la de bronce?

La idea de hacer una competencia de este tenor se me vino a la cabeza cuando leí en SEMANA una columna de Antonio Caballero en la que exaltaba, con esa generosidad que lo caracteriza, las innegables habilidades de Noemí Sanín en ese campo. Concuerdo con Caballero en que Noemí, tal como va, puede convertirse en nuestra Chechi Baena del voltearepismo, lo que no creo es que ella sea la atleta más completa que tiene el país en esa disciplina.

Sería injusto no reconocer el esfuerzo y la dedicación de toda una camada de políticos de distintas pelambres que se han esmerado tanto o más que Noemí por perseguir la excelencia en este dominio. Son tantos y tan numerosos los que practican esta disciplina, si es que así se le puede llamar, que el voltearepismo ha llegado a ser considerado un deporte nacional. Quienes lo practican con dedicación son motivo de orgullo patrio y una razón de más para demostrarle al mundo que Colombia, gracias a la seguridad democrática, se ha convertido en un país donde todo es posible.

Uno de esos orgullos nacionales es, sin duda, Juan Manuel Santos, de lejos mi candidato a llevarse la presea de oro en este campeonato. Comenzó en la política como lopista. Fue Designado de Gaviria y posteriormente, en el de Samper, en su orden, fue samperista y golpista -hazaña que pocos han superado-. Cuando se descubrió que la campaña de Samper había recibido plata del cartel de Cali, intentó de manera infructuosa montar una trinca entre un sector del establecimiento legal representado por él y otro del establecimiento ilegal, para lo cual habló con el entonces jefe de los paras, Carlos Castaño y con el finado ‘Raúl Reyes’ de las Farc. (No es que su propósito no fuera loable. Muchos queríamos que el presidente Samper renunciara a su cargo. Pero derrocar al presidente Samper para imponer esta trinca nos pareció a los lunáticos que tenemos principios, un remedio peor que la enfermedad).

De golpista frustrado pasó al antipastranismo hasta cuando lo nombraron ministro de Hacienda y comenzó a ejercer un pastranismo tan activo y militante como su antipastranismo. Al ganar Uribe las elecciones en 2002, recurrió a la misma pirueta, acaso mejor perfilada: por un rato fue antiuribista -votó en contra de la primera reelección de Uribe-, pero desde cuando fue nombrado ministro de Defensa, se convirtió en un uribista pétreo y en el más preclaro heredero de su legado en la eventualidad todavía muy lejana, de que el Presidente desista de seguir en contra de la marea y de las normas, con su campaña reeleccionista.

Semejante palmarés no lo tiene ni Fabio Valencia Cossio, otro de mis candidatos a ocupar el podio en este campeonato nacional de voletearepismo. En la campaña del 94, estuvo al lado de Andrés Pastrana, pero cuando el pastranismo perdió, se pasó al samperismo. Participó en ese gobierno con una gruesa cuota burocrática -le dieron dos ministerios- y de ahí se fue de nuevo a las entrañas del pastranismo cuando Andrés ganó las elecciones en el 98 y se convirtió en el negociador de las Farc en el Caguán; en la campaña de 2002 fue el bastión político de Noemí y junto con ella alcanzó a decir que Uribe era un candidato paramilitar. Hoy, sin embargo, sus poros exudan uribismo y ni él se acuerda de lo que fue ni de lo dijo. Sin embargo, su mayor hazaña es la de haber llegado a donde llegó luego de ser el enemigo número uno de Alvaro Uribe en Antioquia. Es famoso el episodio aquel en que en se fueron a los puños en la Registraduría de Medellín luego de que un conteo electoral levantó suspicacias en Uribe sobre la validez de unos votos. Un volantín así de bien logrado es difícil de superar.

La buena noticia es que detrás de Valencia Cossio viene una camada de atletas con menos experiencia pero con unas ganas de superación que podrían perfectamente ser parte de los colombianos para mostrar que busca Colombia es pasión. Uno de ellos es Juan Lozano, quien comenzó haciendo política como secretario de Luis Carlos Galán y hoy anda rindiéndole cuentas a José Obdulio Gaviria. Otro es Rodrigo Rivera, audaz atleta que ha practicado todos los “ismos” posibles: ha sido galanista, gavirisita, samperista y uribista purasangre. Obviamente, esta lista quedaría incompleta sin Marta Lucía Ramírez, una de las pocas políticas que han mantenido una cierta coherencia en el voltearepismo: se inició como directora del Incomex nombrada por el entonces ministro de desarrollo, Ernesto Samper. Ha sido samperista, gavirista, pastranista, uribista, independiente por un minuto, y desde hace unos días anda con la idea de ser conservadora. ¿Será que en unos años la reciben en el Polo?

¿Faltan más nombres? Estamos estudiando la hoja de vida de Daniel Samper Ospina, quien en cada columna cambia de jefe político.

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