El Papa y el paisa

Su santidad Benedicto XVI volvió a meter la pata al perdonar, la semana pasada, a cuatro obispos lefebristas, una comunidad díscola y ultragoda de la Iglesia. (Un símil para que nos entendamos: ser lefebrista es como estar, en política, a la derecha de Uribe).


Dicen que cuando el pobre saca a orear la cobija, llueve. Y eso le pasó al Papa: nunca perdona nada (homosexuales, condones, abortos, pastillas, divorcios, madres solteras, eutanasia) y el día que le dio por ponerse magnánimo, ¡taque, le llovieron palos! ¿Por qué? Porque dos días antes del perdón papal uno de los obispos había dicho, urbi et orbi, que el holocausto nazi contra los judíos nunca sucedió realmente y que las cámaras de gas eran un invento del cine. Que un lefebrista diga barbaridades no es noticia, pero que el Papa corriera a premiarlo, fue interpretado como un respaldo al obispo orate, y el mundo entero se indignó. Protestaron los teólogos ortodoxos, los judíos, los conversos, los fariseos, los columnistas y Ángela Merkel, la jefe de gobierno alemán. Creo que hasta Hamas protestó. (Otro de los lefebristas perdonados, Alfonso de Galarreta, había soltado esta perla: “El culto a los derechos humanos es un engendro masón”).

Para subsanar la fabilidad del Papa ante la bestialidad del obispo, el Vaticano le achacó la responsabilidad del impasse al cardenal encargado del caso de los cuatro obispos, Darío Castrillón, el paisa que preside allá la comisión pontificia Ecclesia Dei, una suerte de procuraduría vaticana.

Todo un personaje este Castrillón, mucho más interesante que Su Santidad y el obispo de marras. El cargo anterior de Castrillón fue el de Prefecto de la Congregación del Clero. En ese entonces dormía en la misma cama de bronce donde murió Pío XII. Desde su oficina controlaba los 400.000 sacerdotes de la Iglesia, firmaba los cheques del Vaticano que pasaran del millón de dólares, y podía ver por los ventanales el interior del despacho del Papa. Los fines de semana practicaba el esquí acuático o conducía un cupé Masserati rojo a 140 kph por las carreteras de Italia. Ahora tiene 79 años y dejó el esquí pero no han podido convencerlo para que conduzca serenísimo ni que deje de montar a caballo, su otra pasión. Nunca se separa del portátil que le regaló Bill Gates y lee, amén del español, en las siete lenguas que le son familiares: italiano, portugués, inglés, alemán, francés, latín y griego. (A finales del 2006 tuvo que aprender árabe en una semana y voló a desagraviar a los ayatolas del islam, que estaban furiosos por una cita del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, que el Papa había deslizado en un discurso: “¿Qué ha traído Mahoma de nuevo? Sólo cosas malvadas y el estilo de difundir el Corán por medio de la espada”.

Castrillón estuvo en la baraja de los papables en 2005. Cuando los periodistas le preguntaron si quería ser Papa, respondió como un Papa: “No se le puede decir no al Espíritu Santo”.

Se dice que medió entre Bush padre y Gorbachov en el proceso de distensión que precedió a la disolución de la URSS.

Recela de los diálogos de paz colombianos porque considera que ni la insurgencia ni el Establecimiento tienen un proyecto claro del país que deberíamos construir.

Algunos no lo quieren porque excomulgó a la gobernadora de Risaralda que osó separarse de su apostólico marido para reincidir luego por lo civil con otro señor. Otros lo admiran porque denunció a un comandante de Policía sospechoso de llevar a cabo trabajos de “limpieza social” en Pereira. A mí me encanta el cardenal porque me lo imagino raudo y despelucao en su convertible rojo cantando a grito herido La donna è mobile, cual piuma al vento por los caminos de Italia.

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