¿Dónde están las bacrim?

¿Dónde se ven sus miembros? ¿EN qué lugar hablan, escogen sus blancos, acuerdan formar una disidencia, intercambian teléfonos, plata, chismes?


En Barranquilla son difíciles de encontrar. Se sabe, en cambio, en dónde se materializan sus planes. La vendedora de chance Ana Blanco fue asesinada en un Uniapuestas del centro de la ciudad. Gloria Galván también. Alexandra Hincapié sobrevivió a un ataque en el Uniapuestas de La Sierra, pero fue asesinada en un segundo atentado. Íngrid Muñoz fue abaleada en Soledad. Tatiana Rivera en San Roque. Se conoce la calle del crimen y la ubicación precisa de los demás extorsionados: ferreterías, restaurantes, tiendas, misceláneas, farmacias y talleres de carros.

También se sabe quién concibe el plan. Oriundo de San Juan Nepomuceno, Brayan Borrero, Tío Guillo, fue paramilitar en los Montes de María. Capturado en El Carmen de Bolívar, recapturado en Turbaco, condenado en Bogotá y trasladado a Cómbita, hoy está preso en Girón. Desde allí (a 584 kilómetros) funge como cerebro de la extorsión en Barranquilla.

Las autoridades aíslan a “los cerebros”. Se intenta, sin éxito, bloquear la señal de celulares en las cárceles. Se les sorprende con visitas de policías bogotanos a la media madrugada. Han sido trasladados 85 presos, y aun así el aislamiento es ilusorio. Casi un tiro al aire pues existen cartas, redes sociales, correos humanos, palomas mensajeras, recados en clave.

Y no se conoce el lugar en que se toman las decisiones prácticas. Los de la idea están presos, pero hacen llamadas para concordar el plan. ¿A quién llaman? ¿Quién les vende la sim card? Si seguimos la interpretación oficial, todo pareciera indicar que nadie se encuentra con nadie. Que las bandas criminales no tienen banda.

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