Dejar atrás el uribismo por Rodolfo Arango

El país necesita dejar atrás el Uribismo. Su presidente, si piensa en la educación política de las nuevas generaciones, debería dejar de llamar “enemigos” a sus opositores y cesar su desafío a los tribunales cuando le disgustan los fallos.


Tales actitudes envalentonan y aúpan a militares con pobre noción del Estado de derecho. Dejar atrás no significa olvidar, sino superar críticamente un legado. Muchos son los puntos de contacto entre el uribismo y el fascismo: fanatismo, nacionalismo, militarismo, odio y muerte acompañados de sueños delirantes de sociópatas con gran capacidad de interpretar los anhelos del pueblo en situaciones de crisis. Tal es el poder manipulador del líder que seduce a los medios con su verbo, pese a la apabullante evidencia que vincula a su gobierno con narcotraficantes y paramilitares. La estrategia de deslegitimar a la justicia ha sido puesta en marcha hace años, a sabiendas de que ella es la encargada de investigar y juzgar la terrible verdad de los paramilitares extraditados. Por ahora el uribismo tiene como meta hundir la reforma a la justicia en el Congreso para allanar el camino a una constituyente, propuesta elevada por el sublevado Luis Carlos Restrepo desde la “clandestinidad”.

A propósito del excomisionado de Paz, éste pretende convertir su caso en un martirio político, cuando lo que debe demostrar es si pecó de ingenuo y lo engañaron, desvirtuando así su participación en el concierto para delinquir de la falsa desmovilización de un bloque de las Farc para legitimar una normatividad penal hecha por y a la medida de los paramilitares. Difícil creer que el insigne psiquiatra no conocía la situación psicológica de su jefe, huérfano de padre por las Farc, promotor de las Convivir en Urabá, Córdoba y Antioquia, amigo de políticos confesos y militares condenados por paramilitarismo. Pero es cierto que todo puede obedecer a especulaciones perversas de mentes enfermas por el odio y la venganza. Sólo la administración de justicia, mediante el examen racional y científico de las pruebas, podrá desentrañar la madeja de responsabilidades penales ante los innegables delitos de lesa humanidad cometidos por décadas en Colombia.

Los colombianos podremos sacudirnos del uribismo si aprendemos a diferenciar y hacer más matices basados en las evidencias empíricas, evitando así ideologizar las discusiones, como cuando se acusa a “la izquierda” de oponerse a la restitución de tierras por criticar la manipulación que el Gobierno hace de cifras y normas con fines electorales. El senador Jorge Enrique Robledo ha puesto sobre el tapete dos graves cuestionamientos sobre la Ley de Víctimas aún sin responder: ¿prometió el Gobierno cumplir metas precisas sobre restitución y las está cumpliendo? ¿Por qué se ha esfumado el crucial mecanismo de la “inversión de la carga de la prueba” en los decretos que reglamentan la ley, pasando de un importante avance para garantizar a los despojados la restitución de sus predios a una normatividad en favor de los demandados, todo disfrazado con las promesas de ayuda de un inoperante aparato de Estado?

La esperanza está depositada en las nuevas generaciones. Éstas han empezado a sacar la cara por el país y a conducir a la sociedad fuera de la pesadilla uribista. Otro tanto será necesario hacer frente a la pesadilla farciana, sin condenar en uno y otro caso a la derecha o a la izquierda, tendencias irreductibles y necesarias para que exista una política democrática, antagónica y pluralista.

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