¿Hacia un nuevo tipo de aislamiento?

Nadie afirmó que preservar el chavismo sería fácil en un país que fue sorprendido por la “insostenible levedad del ser”, inherente a los mortales y a los inmortales. El 14 de abril la victoria ajustada del excanciller Nicolás Maduro, con una diferencia del 1,7% de los votos, puso sobre la mesa la fragilidad de una sucesión inesperada y de un modelo que a la larga reafirmó la clásica frase: “El Estado soy yo”.


En una Venezuela elitista, desigual y con una fuerte ausencia del Estado, la Revolución Bolivariana transformó a su líder en la figura mesiánica que en sus “Cien años de soledad” gran parte de América Latina había esperado. Contra viento y marea, nada ni nadie lo detuvo y se transformó en un héroe para las clases vulnerables y un villano para los detentores del poder y la riqueza.

Sin embargo, se abrió una fisura irreversible en la Venezuela de Chávez. Se disminuyó la pobreza, la desigualdad social bajó, pero se incrementó la brecha entre dos proyectos antagónicos. Venezuela se dividió y se polarizó en su territorio y en todas las partes del mundo en donde haya chavistas y no chavistas, ambos representantes legítimos de una Venezuela que no logra encontrar la ruta para que quepan todos.

Horas después de la victoria de Nicolás Maduro, Enrique Capriles anunció una campaña para desconocer el proceso electoral. La violencia tomó las calles de Caracas y, desde ese momento, la campaña no termina, las elecciones no se cierran y Venezuela y los venezolanos sufren en un país aún más dividido, en un chavismo sin Chávez, un pueblo que perdió a su líder.

Como si todo eso no bastara, es importante registrar el 46% de devaluación de la moneda, el desabastecimiento, los sabotajes eléctricos y la delincuencia común, lo que en cualquier lugar del mundo nos acerca al imaginario de inestabilidad. En esa hora los barriles de petróleo no son suficientes.

El miércoles 29 de mayo el presidente Santos, uno de los líderes y estadistas regionales más cotizados, recibió al líder de la oposición venezolana, Henrique Capriles. Aparentemente, el mandatario colombiano no carecía de ingenuidad política, nacido y creado en las alas del poder, ciertamente conocía las consecuencias de su actitud “cordial”.

No hay cómo desconocer el liderazgo de Henrique Capriles y su expresivo número de votos. No obstante, para nadie es un secreto la dimensión y el impacto de su “cruzada” internacional para deslegitimar el gobierno del presidente Nicolás Maduro. Al analizar la dimensión de la crisis actual, uno se remite al Acuerdo de Santa Marta, firmado el 11 de agosto de 2010 y anunciado de esta forma por el presidente Santos: “Hemos decidido que los países restablezcan sus relaciones diplomáticas y relancen una hoja de ruta para que todos los aspectos de la relación puedan progresar, avanzar y profundizarse“. Días después, el jefe de Estado colombiano llamó a su homólogo venezolano como su “nuevo mejor amigo”. El estadista Juan Manuel Santos ponía fin al aislamiento regional de Colombia y preanunciaba el potencial de un nuevo líder.

El 12 de diciembre de 2010 el Teatro Santo Domingo abría sus puertas al Concierto Binacional, dirigido por Gustavo Dudamel, uno de los momentos apoteósicos del “reencuentro” Colombia-Venezuela, ocasión en la cual el presidente colombiano fue recibido con aplausos emocionados de todo el auditorio, porque era imposible desconocer la dimensión humana de la relación bilateral.

Dos años y medio después, en pleno proceso de Paz, con una Venezuela que vive una de sus más drásticas crisis domésticas, el presidente Santos, después de la reunión de la Alianza Asia-Pacífico y de la visita del vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden, recibió a Henrique Capriles y puso en riesgo la continuidad del proceso de paz.

¿Qué vale más o qué vale menos? ¿El proceso de paz, el apoyo de los segmentos más conservadores de Colombia a la reelección, garantizar la seguridad a las inversiones extranjeras o como aliado estratégico de Estados Unidos desestabilizar aún más a Venezuela, fracturar la integración regional soñada y debilitar el Consejo de Defensa Suramericano mediante el sorpresivo anuncio de la intención del ingreso de Colombia a la OTAN? ¿A qué juega Colombia?

La entrada de Colombia a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) —conformada hoy por un mundo político y económico que se derrumba— le propiciará el ingreso a un selecto club, pero las decisiones en serie, tomadas por el gobierno en las últimas semanas, pueden conducir al país a un aislamiento regional de nuevo tipo y a la pérdida de una oportunidad histórica para lograr una paz negociada, con el apoyo incontestable de la Venezuela chavista y de Cuba, blancos permanentes de la oposición “liderada” por Henrique Capriles y, sobre todo, pueden impedir la creación de reales y transparentes mecanismos de confianza entre el Palacio de Nariño y el Palacio de Miraflores.

¿Error programado? A un eximio jugador como el presidente Santos no se le justifican los errores estratégicos. No se puede servir a Dios y al diablo, y salir ganador.

Beatriz Miranda Cortes | elespectador.com

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