Terremoto, temblores y réplicas en Washington

Era de esperarse que la presidencia más tumultuosa de la historia de Estados Unidos no terminaría de manera normal. Pero nadie jamás se imaginó las escenas delirantes, vistas por el mundo entero, de la asonada incentivada por el propio Trump y protagonizada por sus seguidores en el Capitolio, el templo de la república democrática más vieja y supuestamente más sólida del mundo.

El episodio inédito y bochornoso, que dejó 5 muertos, entre ellos un policía, marcará de manera indeleble el legado de Trump. La autoridad moral de EE. UU. a nivel internacional en cuestiones de democracia, ya de por sí bastante cuestionada desde hace rato, ahora sí quedó hecha trizas. Las consecuencias políticas y legales de los sucesos aún no son claras y se desconoce el papel que cumplieron la policía, el equipo de seguridad del Capitolio y la bancada republicana frente a la toma anunciada, como lo denuncia Michael Moore. También cabe preguntarse ¿cuál hubiera sido la reacción de las autoridades si los “manifestantes” hubieran sido afroamericanos, latinos o musulmanes?

A la vez, el asalto al Capitolio opacó dos noticias de ese día que constituyen hechos políticamente muy significativos.

La primera provino de Georgia: el triunfo de dos demócratas al Senado, asegurándole al partido de Biden el control de ambas cámaras del Congreso. Más llamativo aún son los elegidos: Raphael Warnock, pastor de la Iglesia Bautista Ebenezer, la misma de Martin Luther King, Jr., luchador por la salud pública, quien será el primer afroamericano elegido senador por Georgia y, por otra parte, Jon Ossoff, periodista progresista de 33 años, quien será el integrante más joven del Senado y el primer judío elegido senador por Georgia.

Que un afroamericano y un judío, ambos progresistas, hayan triunfado en la cuna del sur profundo, fortaleza del Partido Republicano por más de tres décadas, es muy significativo. En parte se debe a los cambios demográficos que se están dando en ese y otros estados, propiciando un viraje en la política a nivel estatal de las zonas rurales, que históricamente la han dominado, a los centros urbanos y suburbanos. Es también muy revelador que los dos republicanos derrotados contaron con el respaldo de Trump, quien viajó a Georgia en vísperas de las elecciones para apoyarlos. Los resultados indican que su presencia fue más tóxica que beneficiosa.

La otra noticia clave fue la proclamación por parte del vicepresidente Mike Pence de Joe Biden y Kamala Harris como los próximos presidente y vicepresidenta, luego de presidir una sesión conjunta de las dos cámaras del Congreso, interrumpida unas horas por los disturbios, propiciándole la estocada final a la infundada versión de Trump del robo de las elecciones y su delirante propósito de reversar el resultado. Se ratificaba lo anunciado anteriormente por las autoridades electorales de todos los estados – entre ellos los gobernadores republicanos de Arizona y Georgia-, los 60 fallos judiciales a nivel estatal y la decisión unánime de la Corte Suprema, tres de cuyos nueve magistrados fueron nombrados por Trump.

El establecimiento, poco a poco, fue dejando solo a Trump. Las élites lo utilizaron para la reducción de sus impuestos, relajar la regulación de políticas ambientales y financieras, entre otras, pero ya lo pueden descartar, como un encendedor desechable. Solo se diferencian en cómo y cuándo se desmarcan de Trump, cuidándose de no provocar la ira de sus fieles seguidores.

Eso sí, Trump se queda con su fanaticada. No se pueden menospreciar los 74 millones que votaron por él en 2020, 11 millones más que en 2016, aunque no se sabe cuántos de ellos todavía lo siguen luego de lo sucedido y que el trumpismo haya quedado simbolizado por un personaje de torso desnudo con cuernos de vikingo que grita locuras.

Trump también se quedó por ahora con la maquinaria del Partido Republicano, que dos días después de los incidentes en Washington se reunió para ratificar por unanimidad a una ficha suya como presidente del comité nacional (chairman). Y aún cuenta con el apoyo de la mayoría de los republicanos en la Cámara de Representantes, 139 de 211, que objetaron la elección de Biden, aunque en el Senado, solo lo hicieron 8 de 50. Un panorama que vislumbra la pelea por el futuro del partido.

Electoralmente Trump es un perdedor y, sobre todo, un muy mal perdedor. Nunca ganó el voto popular a nivel nacional (en 2016, Hillary Clinton le ganó por casi 3 millones y Biden por más de 7 millones en 2020). Por importante que haya sido su votación, fue mucho mayor el aumento histórico de los demócratas para frenar su reelección. En últimas Trump ni siquiera pudo ayudar a reelegir a dos senadores en un bastión republicano como Georgia. El trumpismo es una minoría, grande y peligrosa, pero minoría, al fin y al cabo.

Es evidente además que la asonada en el Capitolio representa un golpe para Trump. Cuentan que desde entonces se encuentra aislado en su residencia de la Casa Blanca, deprimido, sin cumplir con sus funciones presidenciales. Fue obligado finalmente por su hija Ivanka, 30 horas después, a condenar los hechos y reconocer que habrá una transferencia pacífica del poder. Entre tanto, le renunciaron varios ministros y funcionarios y terminó siendo silenciado por Twitter.

Es evidente que Trump no va a desaparecer de un día para otro. En su vida, se ha caracterizado por resucitar de las quiebras, convertir derrotas en triunfos y reinventarse. En pocos años, logró despertar y canalizar la rabia y el miedo de millones de estadounidenses que antes no se sentían reconocidos y que por eso lo idolatran. Ha logrado recaudar de ellos 250 millones de dólares para supuestamente sufragar los costos de detener el “robo de las elecciones”, que él puede usar a su antojo.

Mucho se ha escrito y muchísimo más se seguirá escribiendo sobre las fortísimas ondas de shock que sacudieron los cimientos de la democracia estadounidense en estos días. Después de los grandes terremotos, vienen las réplicas y los temblores. Prosigue el impeachment acelerado en la Cámara de Representantes y los ocho días que faltan para la posesión de Biden son una eternidad por todo lo que puede suceder, más aún cuando uno de los lemas de los trumpistas es “pelear hasta el final” y ya hubo la noticia de la desactivación de un carro bomba en la vecindad del Capitolio.

Afortunadamente, la era de Trump no solo produjo el trumpismo. También ha despertado a unas nuevas mayorías de estadounidenses que rechazan el oscurantismo y promueven ideales progresistas, que se reflejan en figuras como Warnock y Ossoff. El reacomodamiento de los cimientos de la democracia estadounidense estará determinado por la correlación de estas dos fuerzas.

danielgarciapena@hotmail.com

* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia y director de Planeta Paz.

Fuente: https://www.elespectador.com/opinion/terremoto-temblores-y-replicas-en-washington/

Imagen: (MICHAEL REYNOLDS / EFE)