“Resistencia a la dictadura global” y “La presidencia imperial y sus consecuencias”

Dos artículos [[Publicados en el diario El Espectador]], dos miradas del contexto global que se expresa en el año que termina y en el que comienza, el primero, una mirada desde el Premio Nobel de Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel, quien en su artículo “Resistencia a la dictadura global”, se refiriere al actual contexto mundial y a la situación de Colombia dentro de éste, expresando que: “Es trágico, pero es la realidad que debemos asumir y no quedarnos en diagnósticos, sino encontrar alternativas y desarrollar la resistencia cultural, social, espiritual y política para enfrentar una “dictadura globalizada”. Pérez, afirma la necesidad de contraponer al pensamiento unanimista de la actual política mundial, “la guerra antiterrorista”, el pensamiento propio de los pueblos basado en la memoria, rescatando del pasado los signos de esperanza, los valores éticos, sociales y políticos de una resistencia, que ilumine el presente y que genere nuevas posibilidades de vida, de solidaridades hacia una sociedad más justa y más humana.


El segundo artículo, del profesor Noam Chomsky, “La presidencia imperial y sus consecuencias”, resalta elementos de análisis de la política interna del gobierno de los Estados Unidos en su pretensión de ser una “autoridad imperial”, “Todo lo que ocurre en Estados Unidos tiene un impacto enorme en el resto del mundo. Y a la inversa.” Chomsky, a su vez, resalta los contrastes que se pueden evidenciar en la implementación de esa “política imperial”, el surgimiento, el desarrollo, de la lucha popular en los Estados Unidos, tal vez “demasiado tarde en desarrollarse, pero finalmente eficaz”. Chomsky les recuerda a sus compatriotas norteamericanos que “disfrutamos de un legado de gran privilegio y libertad”, refiriéndose al filósofo John Dewey, por citar un ejemplo, de cómo aquél pensamiento y acción que desarrolló de manera independiente la clase obrera en Bostón, desde los orígenes de la revolución industrial norteamericana, “permanecen apenas debajo de la superficie y podrían llegar a formar parte de nuestras sociedades, de nuestras culturas e instituciones… una de las lecciones más claras de la historia, incluida la historia reciente, es que los derechos no son graciosamente concedidos, sino ganados.”

Dos lecturas del contexto global, del “poder imperial”, de la “dictadura globalizada”, dos pensamientos de las posibilidades de mantener resistencias, de construir alternativas desde la memoria de los pueblos.

Dos artículos, de dos miembros honorarios de nuestra Comisión de Justicia y Paz.

“Resistencia a la dictadura global”

Siempre afirmé que el futuro se construye con el coraje de hacer el presente. Lo que sembramos recogeremos, no hay otro camino. Si pensamos en las perspectivas del 2005, debemos hacer una lectura del presente, de los acontecimientos que vivimos en el mundo. Observemos nuestro alrededor y encontraremos las respuestas.

No soy pesimista cuando miro la situación mundial porque soy un pesimista esperanzado que puede ver, sentir y sufrir el caminar de los pueblos y su resistencia frente a la decadencia y fracaso del sistema imperante que domina en el mundo. Basta ver las guerras preventivas desatadas con base en mentiras y buscando preservar los intereses económicos, políticos y militares de una gran potencia y de sus aliados. La exclusión de las Naciones Unidas y el desprecio a los pactos, convenciones y a la misma Declaración de los D.H., así como el desconocimiento de la Corte Penal Internacional, por los EE. UU.

Un país que fue impulsor de esas declaraciones y fundador del Derecho Internacional, hoy los desconoce. Es trágico, pero es la realidad que debemos asumir y no quedarnos en diagnósticos, sino encontrar alternativas y desarrollar la resistencia cultural, social, espiritual y política para enfrentar una “dictadura globalizada”. Después de la caída del Muro de Berlín en 1989, vimos cómo el pueblo alemán y el mundo trataban de derribar el muro que separaba a un pueblo, era el fin de la Guerra Fría, todos o muchos pensamos que la humanidad entraría en una etapa de entendimiento y cooperación, desterraría el hambre, la pobreza y, en lugar de armas, se formarían escuelas, universidades, centros de vida y no de muerte.

Nos equivocamos. El mundo se volvió más inseguro, nuestros países se atomizaron en la violencia y la pobreza y la globalización sirvieron para concentrar el poder y se impuso “el pensamiento único”. Y es este modelo neoliberal, o el abismo. Sólo nos queda sobrevivir dentro del sistema de dominación. Las puertas de la libertad y soberanía de los pueblos están cerradas y todo aquel que se oponga es un “terrorista, narcotraficante”. Esa historia la vivimos y sufrimos en la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, impuesta en todo el continente latinoamericano con graves consecuencias en pérdidas de vidas humanas y recursos de los pueblos.

Aún están las heridas abiertas, o las venas abiertas de América Latina que señala Eduardo Galeano; y que duelen profundamente a los pueblos. En este cuadro dramático en la vida de los pueblos debemos descubrir los signos de esperanza, de la resistencia cultural y de los valores, éticos, sociales y políticos. Frente al “pensamiento único”, los pueblos contraponen el “pensamiento propio”, basado en la memoria, no para quedarse en el pasado, sino que ese pasado ilumine el presente y genere nuevas posibilidades de vida a las personas y los pueblos.

Estamos frente a desafíos de construcción de paradigmas de vida. La concepción del pensamiento y la construcción de nuevos espacios de libertad nos cuestionan frente a la realidad y vida de los pueblos. La conciencia crítica y valores, como lo “mío y lo nuestro”, son conceptos antagónicos que tienen que ver con la situación de la humanidad. La posesión que representa lo “mío”, apropiación del “poder” y la contraposición de “lo nuestro”, del compartir y distribuir lo nuestro según necesidades y esfuerzos de solidaridad y valores para una sociedad más justa y humana.

Colombia viene soportando una violencia irracional que ha cobrado miles de vidas en más de 40 años de violencia. Han llegado a un punto sin retroceso y a un estancamiento donde lo único que avanza es la muerte y la destrucción, donde la víctima principal es el pueblo que las partes dicen defender. No creo que la solución sea más y más violencia y menos la intervención de los EE. UU., con sus asesores militares y tropas.
Los hechos demuestran que no se ha podido derrotar a las guerrillas y que éstas no han podido avanzar militar y políticamente. Una propuesta concreta es que se logren espacios para el diálogo, y si no se encuentran canales propios, que se busque el apoyo de mediadores y voluntad política de las partes para alcanzar una solución al conflicto armado, actualmente estancado y sin posibilidades de avanzar por ninguna de las partes.

Continuar con la actual política es suicida. No se ha logrado avanzar en estos largos y dolorosos años. Los muros más difíciles de derribar y los más dolorosos son los que tenemos en nuestras mentes y corazones, los muros de la intolerancia.

* Premio Nobel de Paz, 1980”

“Noam Chomsky*: La presidencia imperial y sus consecuencias
Todo lo que ocurre en Estados Unidos tiene un impacto enorme en el resto del mundo. Y a la inversa. Eventos internacionales constriñen lo que puede llevar a cabo inclusive el estado más poderoso. También tiene influencia en el componente interno de la segunda superpotencia el término usado por The New York Times para describir la opinión pública mundial luego de las grandes demostraciones de protesta efectuadas antes de la invasión a Iraq.

En contraste, serias demostraciones de protesta demoraron varios años en desarrollarse en Estados Unidos contra la guerra de Vietnam, lanzada en 1962 y brutal y salvaje desde el comienzo.
El mundo ha cambiado desde entonces, no debido al obsequio de líderes benevolentes, sino a través de la lucha popular, demasiado tarde en desarrollarse, pero finalmente eficaz.

El mundo está en muy malas condiciones en la actualidad, pero mucho mejor que ayer, en relación con el rechazo a la agresión y en muchas otras formas que solemos tomar por sentado. Debemos tener muy claras las lecciones de esa evolución. No resulta sorprendente que a medida que los pueblos se hacen más civilizados, los sistemas de poder extreman los recursos en sus esfuerzos por controlar la gran bestia (el término usado por Alexander Hamilton para designar al pueblo). Y la gran bestia es realmente temible.

La concepción del gobierno de George W. Bush de soberanía presidencial es tan extrema que ha generado críticas sin precedentes de los más sobrios y respetados medios de prensa. En el mundo posterior a los ataques del 11 de septiembre de 2001, el gobierno se comporta como si las normas constitucionales y legales hubiesen sido suspendidas, señala Sanford Levinson, profesor de derecho en la Universidad de Texas, en el último número de la revista Daedalus. La excusa de que puede hacerse cualquier cosa en época de guerra, podría definirse también como: no existe norma que pueda aplicarse al caos. La cita, señala Levinson, es de Carl Schmitt, principal filósofo de derecho durante el período nazi, a quien Levinson describe como la verdadera eminencia gris del gobierno de Bush.

Mediante la asesoría del consejero de la Casa Blanca Alberto Gonzales (en la actualidad nominado para el cargo de secretario de Justicia), el gobierno ha articulado un punto de vista sobre la autoridad presidencial muy cercano al poder que Schmitt estaba dispuesto a acordar a su führer, dice Levinson. En muy raras ocasiones se oyen tales palabras provenientes del centro del establecimiento. Esas concepciones de autoridad imperial subrayan la política de la Casa Blanca. La invasión a Iraq fue al principio justificada como un acto de autodefensa anticipada. El ataque violó los principios del Tribunal de Nuremberg, base de los estatutos de las Naciones Unidas, que declaró que el comienzo de una guerra de agresión es el crimen internacional más grave.

Y sólo difiere de otros crímenes de guerra en el hecho de que contiene dentro de sí mismo los malos acumulados de todos los demás. De ahí, los crímenes de guerra en Faluya y en Abu Ghraib, la duplicación de la desnutrición aguda entre los niños iraquíes desde la invasión (en la actualidad la desnutrición está al nivel de Burundi y es muy superior a la de Haití o Uganda), y el resto de las atrocidades. A comienzos de año, luego de que se informó que abogados del Departamento de Justicia de Estados Unidos intentaron demostrar que el presidente podía autorizar el uso de la tortura, el decano de la Facultad de Derecho de Yale, Harold Koh, dijo al Financial Times: “La idea de que el Presidente tiene el poder constitucional de permitir la tortura, es como decir que tiene el poder constitucional de cometer genocidio”.

Los asesores legales del Presidente, así como el nuevo secretario de Justicia, tendrán escasa dificultad en señalar que el Presidente tiene realmente ese derecho, si es que la segunda superpotencia le permite ejercerlo. El gobierno trata de encontrar maneras de liberar a sus principales funcionarios de toda responsabilidad. La sagrada doctrina de autoinmunización seguramente podrá aplicarse al proceso a Saddam Hussein (en momentos en que escribimos este artículo, estarían a punto de presentarse cargos contra ex miembros del gobierno iraquí y tal vez contra el propio Saddam).

Cuando Bush, el primer ministro Tony Blair y otros personajes en posiciones de autoridad lamentan los terribles crímenes de Saddam, siempre omiten las palabras: con nuestra ayuda, pues a nosotros no nos importaba. “Se están haciendo todos los esfuerzos para crear un tribunal que parezca independiente. Pero funcionarios norteamericanos han favorecido medidas para controlarlo, a fin de evitar poner en entredicho el papel de Estados Unidos y de otras potencias occidentales que respaldaron previamente el régimen”, dijo a Le Monde Diplomatique Cherif Bassiouni, profesor de derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad DePaul y experto en el sistema legal iraquí.

Eso hace lucir todo el proceso como la venganza del vencedor, algo que era previsible.
¿Cuál es la mejor respuesta a esta situación? En Estados Unidos disfrutamos un legado de gran privilegio y libertad que resulta notable si se toman en cuenta estándares comparativos e históricos. Podemos abandonar ese legado y optar por la fácil senda del pesimismo: no hay esperanza alguna, por lo tanto, hay que abandonar la lucha. Pero también podemos aprovechar ese legado para ampliar una cultura democrática en la cual el pueblo desempeñe algún papel a fin de decidir no sólo en el terreno político sino en la crucial área de la economía.
No se trata de ideas extremistas. Fueron articuladas con claridad, por ejemplo, por John Dewey, el principal filósofo social estadounidense del siglo veinte, quien dijo que hasta que el feudalismo industrial sea reemplazado por la democracia industrial, la política seguirá siendo la sombra que arrojan las grandes corporaciones sobre la sociedad.

Dewey se basó en una larga tradición de pensamiento y de acción que se desarrolló de manera independiente en la cultura de la clase obrera desde los orígenes de la revolución industrial norteamericana, cerca de Boston. Tales ideas permanecen apenas debajo de la superficie y podrían llegar a formar parte de nuestras sociedades, de nuestras culturas e instituciones. Pero, como otras victorias en favor de la justicia y de la libertad en el curso de los siglos, nada ocurrirá por su cuenta. Una de las lecciones más claras de la historia, incluida la historia reciente, es que los derechos no son graciosamente concedidos, sino ganados.

*Profesor de lingüística en M.I.T.”

Bogotá, D.C., 3 de enero de 2005

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz