Piedad, el capitán y la ballena

El episodio de las liberaciones de los secuestrados deja muchas reflexiones. La primera, muy simple, es: qué bien Piedad Córdoba.


Logró sacar adelante su gestión humanitaria contra viento y marea, desafiando la taimada hostilidad del Gobierno, enfrentando amenazas de muerte, y derrotando a su propio carácter vivaz y sanguíneo. No sólo obtuvo un éxito resonante: también encontró el tono adecuado, su tono, para hablarle al país y a la comunidad internacional.

Toca decirlo: en contraste, Uribe y su gabinete hicieron un triste papel. Sin atreverse a atacar abiertamente la iniciativa, le pusieron palos en la rueda. Y ya en la recta final, como se ha vuelto costumbre, emitieron periódicamente declaraciones enfáticas que tuvieron que retirar a regañadientes poco después. Que no hubo sobrevuelos. Que sí, que sí los hubo, pero sólo a esta o a aquella altura. Que el grupo de Piedad no podía participar en la liberación (que es como decir que en un concierto de U2 no puede participar Bono). Que ahora sí, pero sólo ella. Que había que restringir a toda costa la participación de la prensa. Que no, que ya no. Hasta en los detalles nimios: que el almirante XY no le mentó la madre a los periodistas. Que sí, pero que pedía excusas. Estamos gobernados por unas gentes que carecen totalmente de la noción de dignidad republicana. Son estridentes, a veces amenazantes, pero poco serios.

La verdad, no termino de entender la histeria en las alturas que ha provocado el episodio. Una hiperestesia asociada a estos bandazos continuos, y que culminó con la pataleta de niño chiquito del Comisionado de Paz, porque no lo dejaron estorbar aún más la labor de los periodistas. ¿Será que la gente termina siendo víctima de sus propias teorías, y Restrepo ha sufrido la infantilización que preconizó como gran solución nacional (adoptar a Uribe como padre; y entonces le hace la escena al padre)? Quizás.

Pero la historia nos muestra que en todos los conflictos más o menos prolongados los intercambios se hacen; cómo no sentir alegría ante una liberación unilateral. Los palestinos e israelíes, trenzados en una guerra que está transida por odios identitarios, practican esta clase de cosas con regularidad. No es necesario ir tan lejos, sin embargo. El propio Uribe propició una liberación unilateral en la dirección contraria, que incluía a figuras importantes de las Farc, como Rodrigo Granda, quien por cierto no se abstuvo de hacer su show con sinceridad y desenvoltura implacables. ¿Por qué eso no fue terrible y molesto, y lo que está sucediendo ahora sí?

Tuvo razón Alan Jara cuando dijo que no le había pasado por la cabeza que la política de seguridad democrática fuera tan frágil como para que este —afortunado— episodio la debilitara. También acertó al exponer los detalles escabrosos de la espantosa práctica del secuestro. La brutalidad de las Farc le ha hecho un enorme daño al país. Hay que defenderse de ella. Pero eso no equivale a poner al frente de la nave a un nuevo capitán Ahab, movido no por consideraciones estratégicas sino por oscuros odios y temores. Estar dirigidos por Ahab puede resultar peor para la nave que para la ballena.

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