¡Oh libertad, libertad!

La alegría y la curiosidad anduvieron de la mano durante la semana en las liberaciones que la tenacidad y la prudencia de la senadora Piedad Córdoba hizo posibles contra viento y marea.


Ella logró lo que los llamados “países amigos” no pudieron. Alegría contagiosa y a ratos almibarada por el sentimentalismo fácil de muchos comunicadores; curiosidad no exenta de morbo por idéntica razón. Fueron actos políticos de comienzo a fin. Piedad puso a comer en el mismo plato a Uribe y a Cano, es decir, a negociar. Ambos necesitan publicidad política y la ocasión, aunque no calva, sí propicia. Bandido o no, terrorista o no, Uribe tuvo que aceptar condiciones de Cano; reaccionario o no; paraco o no, Cano tuvo que aceptar las condiciones de Uribe.

Piedad arregló una mutua ganancia mediática, que ambos a la vez trataron de escamotear a su contrario. La esencia del complejo asunto estaba en la publicidad, que es hoy la condición para ganar, ejercer o perder el poder. No hay manera de hacer política sin publicidad. Entre más autoritario y brutal sea un poder, más publicidad necesita. Por eso en lo visto, los medios no podían estar ausentes. Las condiciones para hacer el negocio que Uribe puso fueron simples: ni una pizca de imagen a las Farc, toda para el Gobierno. Es la razón por la que prefiere los rescates militares que permiten poner todos los reflectores a su favor, aun a costa de la vida de los rehenes, como en el caso del gobernador Gaviria y del ex ministro Echeverri. Por eso se salió del costal cuando Botero y Morris, periodistas de tiempo completo, no encajaron en el formato oficial. A Botero le tiene una broca atigrada porque sus reportajes tienen un valor periodístico excepcional que no contempla loas al Príncipe ni a su corte.

En el caso de la entrega de los militares, pudo haber un error; pero un error que al final impidió que los guerrilleros se regresaran con los prisioneros a sus refugios a la vista de los aviones enemigos que revoloteaban sobre sus cabezas. Los sobrevuelos no fueron pactados, según afirmó Daniel Samper Pizano, con el Comité Internacional de la Cruz Roja y el Gobierno tuvo a regañadientes que aceptarlo. El que salió a deber fue el general Freddy Padilla por no haber estado en el sitio que le correspondía. ¿Se trata de otra rueda suelta o una perrada más del ministro Santos que presume que todo el mundo es un majadero?

Por su lado, Hollman Morris es un periodista al que la opinión pública le reconoce valor y honestidad. Independientemente de la coincidencia que se puede alegar de manera legítima, todo periodista tiene no sólo el derecho sino la obligación de cubrir hechos que considere interesan a la opinión pública, de no revelar sus fuentes y, por supuesto, de editar y publicar lo que le parezca pertinente según sus principios éticos, que en el caso concreto, respetó rigurosamente.

¿Alguien ha leído las entrevistas que les hizo a los policías y al soldado, entregados por las Farc hace ocho días? Seguro que los prisioneros fueron libreteados por la guerrilla, como lo fueron también ¡y de qué manera tan chabacana! por Juan Manuel Santos y por los psiquiatras de las Fuerzas Armadas, antes de entregárselos bañados y uniformados a los medios. ¿Qué trampa pudo haber hecho Morris? Yo personalmente pienso que el hombre llegó al sitio de entrega guiado por los “vuelos humanitarios” que el Comandante de las Fuerzas Armadas ordenó para auxiliar a los helicópteros brasileños y que, según Santos, espiaban todos los movimientos en el lugar de encuentro. No eran vuelos tan limpios puesto que el señor Santos declaró que pasaría las filmaciones a la Fiscalía para acusar a Hollman de colaboración con el terrorismo.

Nota. Cambiando de tercio, la corrida de hoy en La Santamaría promete todo lo que se puede esperar de una gran corrida: José Tomás es el mejor torero del momento, pasará a la historia al lado Belmonte y Manolete. El hijo del espléndido Manzanares tiene personalidad propia y se gana el postín sin gota de ADN. Esperemos que Sebastián Vargas saque lo que a veces esconde. El resto corre por cuenta de los toros de César Rincón y del viento que nace en Monserrate.

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