El porqué de los desvaríos

Es ridículo equiparar al Presidente con Jesucristo o Simón Bolívar. En parte se debe a la obnubilación que se produce cuando se pertenece al círculo cerrado de un grupo de poder. Todos siguen incondicionalmente al líder y el grupo se alimenta de la autoafirmación, rechaza la crítica y todo se reduce a elogiar al que manda con el fin de lograr su favor y reconocimiento.


Pero los afanes y fatigas para exagerar la loa y agrandar la imagen del jefe no explican la adoración, el enardecimiento y la fidelidad de las masas. La lambonería de los seguidores solo queda en eso, y sus frases exageradas solo reflejan la debilidad de los que las pronuncian, temerosos de quedarse sin nada cuando el jefe desaparezca.

Es la democracia limitada y no los aduladores lo que explica la dominación de las masas. La alta favorabilidad del Presidente sigue asombrando a seguidores y opositores. Lo reflejan las encuestas, una tras otra, entre poblaciones diversas y en tiempos distintos. Las elecciones presidenciales serían distintas si el Jefe del Estado se lanza o no. El favoritismo o legitimidad popular no responde al azar o a lo imprevisto. Hay razones que la oposición debería tener en cuenta para enfrentar al por ahora imbatible ostentador del poder. La tradición, la razón y el carisma son los elementos que legitiman a la autoridad.

Las normas tradicionales han sido esenciales en la política colombiana para la sustentación del poder. Basta recordar la continua afiliación a los partidos tradicionales, transmitida de padres a hijos, solo recientemente alterada por la descomposición de las instituciones políticas. La alternación de los partidos fue el eje del Frente Nacional. El cacicazgo, el clientelismo y la manipulación de elecciones han hecho parte de la tradición.
Aunque también lo ha sido, paradójicamente, el respeto de los principios democráticos y la separación de poderes, entre ellos.
Esos principios democráticos son los que le han dado el sustento de la legitimidad de la autoridad basada en la racionalidad. Los presidentes de Colombia usualmente tuvieron que ceñirse al ordenamiento legal, a la Constitución y a la adecuada utilización de los medios administrativos para el cumplimiento de objetivos y metas definidas por los programas de gobierno y los programas de Estado.

El carisma es base importante de poder, cuando un líder ejerce sobre las masas una atracción fundamentada en sus características personales, y en momentos que pueden ser providenciales. Todo comportamiento es aceptable y sublime ante las calidades del líder. Las normas las hace él, los demás deben seguirlas. En Colombia, el carisma fue evidente en líderes como Uribe Uribe, Gaitán o Galán, para mencionar a algunos de la historia reciente.

Pero hay carismas malos y abusivos. Nada que ver con el Libertador o el Salvador. Hoy, el carisma del Presidente está por encima del respeto a la tradición y la razón. Explota lo peor de la política tradicional y manipula los elementos que deberían ser la racionalidad del gobierno. Los ciudadanos del común desvarían por el carisma presidencial y no se percatan de los errores y torpezas del régimen. Están alienados en la defensa de sus derechos, y sus ojos y sus oídos se han cerrado ante la creciente desigualdad social, los abusos de poder, la corrupción, la compra de conciencias y el trato favorable hacia los paramilitares. A eso ha ayudado el consuetudinario bajo nivel educativo de las masas, la ignorancia política y la manipulación de la información y la opinión pública. Surten efecto el lenguaje ramplón, los consejos comunitarios y la acción agresiva. Dicen que ese es un “comportamiento a la colombiana”. El carisma aliena a las masas.
La oposición debe dejar el egocentrismo y la vanidad para buscar estrategias que desenmascaren las falsas bases que sustentan el poder del régimen.

Carlos Castillo Cardona