El mal olor de la impunidad

Huelen mal, a huevo rancio, los últimos desarrollos del lío de los congresistas Yidis Medina y Teodolindo Avendaño. Ya despedían mareantes tufaradas los votos que en el 2004 cambiaron o dejaron ellos de depositar para aprobar la reelección inmediata que favoreció al presidente Álvaro Uribe…


Ahora huele mal el juicio a los altos funcionarios del Gobierno acusados de cohecho, que dio una voltereta cuando estaba a punto de culminar con destituciones e inhabilitación para cargos públicos de, entre otros, el ex ministro del Interior Sabas Pretelt y el ministro de la Protección Social, Diego Palacio, acusados de “faltas gravísimas”.

Y huelen mal también:

la actitud del antiguo Procurador (Edgardo Maya), que, a punto de rematar al tigre, se espanta con el cuero y deja el cargo sin atreverse a firmar la sentencia condenatoria a la que condujo la investigación…

el nuevo Procurador (Alejandro Ordóñez), elegido con la ayuda del Presidente, que acude a salvar la situación y, modificando unos pocos renglones de la inminente sentencia, vuelve blanco lo negro y convierte a los culpables en inocentes…

las “dudas razonables” que anidan en la conciencia jurídica personal del nuevo Procurador; las pruebas que para nueve magistrados de la Corte eran concluyentes, a él le parecieron dudosas y le bastaron para absolver a los acusados…

los dos procuradores que se enredan: Ordóñez, que afirma que su predecesor le entregó un proyecto de sentencia, y Maya, que lo niega…

la actitud sorprendente de Ordóñez, que pide condenar a Avendaño por venderse, pero no a quienes lo compraron…

Todo esto atufa, hiede, apesta a huevo podrido.

Para que entre un poco de aire, conviene abrir lo que en lenguaje de bambuco se llamaría “las ventanas del recuerdo”.

Esas ventanas indican que Yidis Medina cambió el voto a última hora para reflotar la reelección inmediata, y que Avendaño, su compañero de comisión de la Cámara, se ausentó para no votar en contra, y luego pasó cuenta de cobro.

¿Por qué el súbito viraje en pro de una reforma que habían combatido? Basada en la confesión de Yidis, y superadas las primeras mentiras de la congresista, la Corte afirma que les ofrecieron diversas prebendas: contratar parientes suyos en hospitales públicos, ahijados políticos en notarías, recomendados en el Sena y amigos en dependencias del Ministerio del Interior. Todo ello está probado. Una serie de decretos de los ministerios de Interior y de la Protección Social demuestra que los nombramientos se produjeron.

Blanco era, frito se comía y gallina lo “colocaba”, como dicen ahora. De manera que la Corte dijo “huevo” y condenó a Yidis a cuatro años de prisión por cohecho. Para el cohecho, sin embargo, hacen falta dos partes: la que soborna y la sobornada. Presa Yidis, faltaba saber quién le había ofrecido prebendas por cambiar el voto. Alguien tuvo que ser. Alguien tenía que estar en el otro extremo del binomio culpable.

La responsabilidad de señalar a ese alguien recayó en la investigación disciplinaria de la Procuraduría. Y fue entonces cuando se pudrió el huevo y se expandió la pestilencia. Porque, como queda dicho, los abogados de la entidad habían concluido en un primer texto que el “alguien” eran los dos ministros y los funcionarios incriminados; pero luego, asustado el Procurador anterior y posesionado el nuevo, este retocó electrónicamente unos cuantos renglones del documento condenatorio y absolvió a los acusados.

Absueltos están por ahora y la ley manda aceptarlo así. La jurisprudencia, sin embargo, imparte orden pero no perfuma. Por eso persiste el olor maluco. Es la impunidad de los amigos del Gobierno, que se levanta como un fantasma sobre el proceso y exhala deplorable fetidez.

Daniel Samper Pizano

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http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/danielsamperpizano/el-mal-olor-de-la-impunidad_4959063-1-> http://www.eltiempo.com/opinion/columnistas/danielsamperpizano/el-mal-olor-de-la-impunidad_4959063-1]