El despropósito del cardenal Darío Castrillón “Argumentar con el difunto”

Esta semana una carta del prelado colombiano lo involucró en el escándalo por abusos sexuales. El ex embajador de Colombia ante el Vaticano lo critica con dureza.


Ha sido para muchos de nosotros desconcertante la intervención, el reportaje y otras manifestaciones del cardenal Castrillón acerca del problema de los abusos sexuales con personas menores de edad, con niños, con aquellos que aún no han despertado plenamente a la verdad del vivir las maravillas que el Creador ha entregado al ser humano en la integralidad de su “ser humano”.

Somos cristianos y somos iglesia. Los ciudadanos comunes nos sentimos avergonzados y lo confesamos públicamente en nuestras reuniones. Para muchos difícil fue el aceptarlo, otros aplicaron —como el cardenal Castrillón— la manía occidental de que “la ropa sucia se lava en casa” y otros, valientemente, afrontaron en público el desafío de poner en conocimiento de las autoridades eclesiásticas y civiles los crímenes cometidos.

El asunto de que “la ropa sucia se lava en casa” es válido cuando se tiene la certeza de que se ha lavado y se ha lavado bien. El mundo hoy ha cambiado y mucho. Desde el Concilio Vaticano II el movimiento ético que condujo a la “transparencia” exige que se tramiten las causas que a todos importan de cara a la comunidad; esta es una faceta inherente al desarrollo de una verdadera democracia.

Cuando hoy el Vaticano insiste e insiste el Papa en actuar con claridad, en superar el ayer de un sigilo mal entendido, de traslados de parroquia en lugar de sanciones reales que en buena parte ha sido el reclamo de aquellos “humillados y ofendidos”; cuando el cardenal Ratzinger desde el Vía Crucis “de la última Semana Santa que vivió Juan Pablo II en esta tierra” denunció los males de la Iglesia que escandalizaban al mundo y luego de manera fulminante sacó de la gestión ministerial y eclesial a Marcial Maciel Degollado y luego de la Carta a los irlandeses y en el ámbito de la visita a Malta de un Benedicto XVI compungido pero firme no son aceptables las explicaciones del cardenal Castrillón ni sus explicaciones de un derecho a la sola justicia eclesiástica cuando se ha ofendido a la sociedad toda. La Iglesia tiene el derecho y la obligación de castigar a sus miembros y de recuperarlos luego con misericordia y tiene que hacerlo, pero ese mismo actor de culpas es ciudadano y debe ser llevado a tribunales y ser sancionado según la ley y resocializado. Para ese tipo de delitos no puede haber hoy día ni concordatos ni fueros ya que la destrucción de la vida de alguien inocente no se perdona tan sólo con la manida frase de “lo siento mucho”.

Y mucho menos es aceptable lo que nuestras gentes sencillas llamaban “el recurrir a la prueba del difunto”. Decir o dar a entender que Juan Pablo II estuvo de acuerdo con la Carta del entonces Prefecto para el Clero en el momento en que cae la tormenta sobre la Iglesia es “indelicado” y no solamente eso sino que las denominaciones para ello no soportan las limitaciones de la palabra impresa.

El argumento de la “prueba al difunto” es la negación de todo sentido de lealtad en el momento en que Benedicto XVI acepta renuncias, solicita coherencia, pide se asuman responsabilidades. Callar es propio del ayer. Hoy la verdad ha de ser dicha y el Papa sabe muy bien que en su paso por la sede de Pedro ha de limpiar de escorias el Templo del Señor.

Olvida el Cardenal que el gravísimo daño se produce en ese obrar contra la confianza otorgada. No necesita decirnos que sólo el 1% de los casos es atribuible a la Iglesia. Esa es una mala defensa porque no se trata de quién lo hace con más frecuencia, el problema serio es que la iglesia, el sacerdote, el obispo, los y las religiosos(as) son un “referente moral” y su desaparición es un “disvalor agregado” a la acción delictiva. Y más aún es la partida de defunción para la sana ternura frente a los niños y, yendo aún más lejos, un doloroso golpe a todos aquellos religiosos o religiosas y gentes de iglesia que sacrifican en la educación, en los orfanatos, en el trabajo con los desvalidos, en las guarderías, en los hospitales, en la asistencia a los migrantes y excluidos su vida y han de continuar brindando testimonios de evangelio y de caridad en un mundo que lo necesita.

El cardenal Castrillón es sabio en el ayer y esa es su virtud para quienes como aficionados a la historia quieren en el hoy vivir con esas categorías que tuvieron en el pasado éxitos indudables. Es un hombre del Concilio Vaticano pero de aquel Vaticano I que declaró la infalibilidad pontificia. No en vano es quien está en capacidad de entender a los hijos del arzobispo Lefebvre en su cisma, el ritual de Pío V y la solicitud de regresar a la tradicionalidad de la Iglesia, a los ornamentos, a la misa en latín, a la recuperación de la simbología anterior a eso que algunos equivocadamente llaman “el despropósito” de Juan XXIII al convocar el Vaticano II.

No puede olvidarse que de su gestión toma pie aquella equivocación —el caso Williamson y la negación del Holocausto— que da pie a que Benedicto XVI tomara la determinación de pasar Ecclesia Dei regentada hasta ese entonces por el cardenal Castrillón a la Congregación de la Doctrina de la Fe y encargar esas diligencias a otros. Su visita programada a EE.UU. estaba vinculada a estos grupos tradicionalistas.

El cardenal Castrillón puede reclamar para sí y —han de reconocérsele— muchas ejecutorias pero es preciso aceptar —confirmado luego de las entrevistas escuchadas— que el Cardenal ya es parte de un ayer y que jamás contó con que el ritmo del mundo es frenético; que antes el pasado llegaba al conocimiento de las multitudes tarde, pero ahora nos persigue de manera presurosa y no perdona.

Confiamos en que el papa Benedicto XVI guíe la Iglesia por mar proceloso a puerto seguro. No será fácil la travesía, pero atengámonos a lo que el Papa diga y no a las explosiones de imprudencia mediática de muchos de sus colaboradores.

* Embajador de Colombia ante la Santa Sede entre 1998 y 2007, Doctor en Filosofía de la Universidad de Bonn (Alemania), Magíster en Teología de esa misma universidad y actual Profesor de la Universidad Gregoriana en Roma.