Debilidad externa

Exportaciones mundiales crecieron durante 25 años al 9% y en tres meses cayeron a -12%.

La economía colombiana ha girado en los últimos años alrededor de las exportaciones y de la entrada de capitales, llámese crédito externo o inversión extranjera. Ambas actividades se ven seriamente afectadas por la crisis mundial que ha cerrado los mercados de intercambio y los flujos financieros mundiales.


Los esfuerzos generalizados de los países emergentes se han orientado a deprimir los salarios y reducir los consumos para propiciar la expansión de las exportaciones. Durante mucho tiempo el desbalance se mantuvo con el elevado consumo de Estados Unidos, que tenía como contraparte un déficit creciente de la balanza de pagos. Así, los ahorros de los países emergentes, en particular de Asia, se enviaban a Estados Unidos para colocarse en la valorización de activo, configurando un orden económico que no era sostenible.

La desvalorización de activos ocasionó un exceso de ahorro sobre la inversión, que tuvo como epicentro Estados Unidos, y generó una congestión que impidió la financiación de las importaciones, trasladando el exceso de ahorro al resto del mundo. Las exportaciones mundiales, luego de crecer durante 25 años al 9%, en tres meses cayeron a -12%.

Las condiciones de Colombia se ven especialmente agravadas por el acelerado deterioro de las economías andinas, que en los últimos años operaron como sus grandes compradores. Las exportaciones a Venezuela ascienden a US$6.500 millones y las importaciones a US$1.400 millones y hasta el momento los productos colombianos han ingresado por el régimen preferencial, que significa un tipo de cambio tres veces mayor. De seguro, las autoridades venezolanas acudirán a diferentes procedimientos para morigerar el descuadre; como mínimo se puede esperar una reducción de las exportaciones de US$2.000 millones.

La inversión extranjera, o si se quiere la confianza inversionista, propició la revaluación y una congestión de recursos que debilitó la base propia de generación de divisas y el ahorro. Como lo prevenimos en múltiples oportunidades, los recursos vienen a sacar ventaja de la revaluación, las privatizaciones, la valorización de activos, y una vez cambian las condiciones favorables de la economía, los flujos se invierten. Lo que sale es mucho mayor que lo que entra. En la información corriente del Banco de la República se muestra cómo los ingresos de inversión extranjera, que llegaban a razón de US$10.000 millones anuales, en la actualidad son negativos.

Desde luego, las condiciones serían mucho más graves con el TLC, que contempla la baja de los aranceles de Colombia de 12% a cero, sin mayor contraprestación de Estados Unidos. En todos los estudios serios se muestra que el desmonte aumentaría las importaciones en el doble de las exportaciones. El país estaría al borde de la crisis cambiaria.

La enorme vulnerabilidad del sector externo ha quedado al descubierto. El déficit en cuenta corriente se acercará al 5% del PIB y los ingresos de la inversión extranjera saldrán despavoridos. El país se enfrenta ante un exceso de ahorro sobre la inversión y un cierre de los mercados internacionales que no pueden enfrentarse exclusivamente con las políticas fiscales y monetarias convencionales.

La solución de fondo sólo puede lograrse mediante una modificación del modelo orientado a concederle prioridad al mercado interno. Entre las diversas propuestas presentadas en esta columna, la pieza reina reside en elevar los aranceles de los productos finales y bajar los de las materias primas para sustituir las importaciones por producción doméstica y suministrar el margen para elevar el salario mínimo.

A raíz de la acogida en el Congreso, la fórmula recibió la reprimenda y descalificación de Luis Carlos Villegas y Alberto Carrasquilla, en Caracol. Los dos personajes, que hace seis meses solicitaban superávit fiscales, ahora en su transición al keynesianismo no han logrado asimilar la primera lección: en una economía en recesión, el aumento de la demanda incide más en las utilidades que el alza de los costos.

Esto se ilustra con las cifras de los balances divulgados recientemente por las empresas. Si se tiene en cuenta que los trabajadores con salario mínimo corresponden a la cuarta parte de la fuerza de trabajo y contribuyen al 8% del PIB, la elevación del salario de 30% aumentaría los costos de producción en 2,4%.

Ciertamente, la medida reduciría en el primer impacto los márgenes de ganancia de 7,6% a 5,2%, lo que no significa ningún cataclismo. Pero, de inmediato, en virtud de multiplicador, incrementaría la demanda en 5% y las utilidades en más de 2,5%, y si se adiciona la revisión arancelaria, el efecto neto sobre las utilidades resultaría positivo con creces.

Es un juego de suma mayor a cero en que todos ganan. No existe ningún otro camino tan poderoso para ampliar la demanda efectiva y la producción.

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