3er día Peregrinar en el Jiguamiandó
(Zona Humanitaria, Nueva Esperanza, Agosto 2005) Muy temprano se ven encendidas las cocinas, son cerca de las 4:30 a.m., minutos antes los gallos cantan, el frío levemente cubre nuestros cuerpos. Un café caliente, anticipa a los versos, los cánticos y las oraciones de todos los creyentes. Minutos después entre el tímido sol, un baño en las aguas corrientosas del Jiguamiandó y luego el otro espacio del encuentro arepas de maíz, el chocolate, el agua.
A eso de las 9:00 a.m. empezamos a abordar las embarcaciones, nos trasladamos desde la Zona Humanitaria de Pueblo Nuevo, hasta la Zona Humanitaria Nueva Esperanza. Fueron 45 minutos de navegación, varios viajes, hacia el medio día nos agrupamos los peregrinos. Todos en las aguas verdosas, azulosas en medio de la frondosa vegetación, experimentamos la frescura armónica del río y los árboles, en algunos viajes con la constante lluvia.
Cien metros antes de llegar al lugar de desembarque, divisamos las cuerdas amarillas que delimitan la Zona Humanitaria, lugar de la población civil, lugar de los sueños, de la protección, de la sobrevivencia, de la educación, de la economía propia visibilizada con una inmensa pancarta de tela azul con las palabras “Zona Humanitaria Nueva Esperanza” y luego, pequeñas pancartas acompañando otra que expresa: “zona humanitaria no se permite el ingreso de armados”.
Agolpados niñas, niños, jóvenes y adultos, de pieles distintas, mestizas y afros se entremezclaron con palabras de bienvenida, abrazos de regocijo. Algunos decididos a disfrutar el agua como niños nuevamente a nadar y poco a poco, rompiendo la timidez, pero también el miedo. Los niños se lanzaron al agua, atravesaron a nado más de la mitad del río en su amplitud y empezaron a jugar “nos da miedo bañarnos aquí mucho tiempo, nos da miedo atravesar tan lejos el río, en la otra orilla nos han hecho daño, a veces ellos se ocultan entre la maleza y nos atacan, en verano se cruzan el río y nos matan, nos han llevado a mucho de nuestros padres, otras veces llegan por helicópteros”.
Y luego, en medio de visitas a cada una de las casas donde nunca falto un tinto, ni una lágrima, un recuerdo, una alegría íbamos escuchando las historia, los relatos, los testimonios de lo hermoso que han vivido, de lo que construyeron y de lo que la guerra destruyó desde hace 8 años cuando apareció la estrategia paramilitar, nos contaron del único desplazamiento por confrontación armada y de sus múltiples intentos para protegerse en la hermosa tierra que Dios les dio: “Si Dios no estuviera con nosotros, no nos hubieran protegido con esta tierra, donde los árboles o el río no han dado luz, protección, si Dios no nos hubiera elegido para vivir en este Territorio nada tendríamos que hacer aquí, pero Dios esto no los dio a nosotros y a ustedes los que habitan en la tierra”.
Después de almorzar en 5 grupos donde los peregrinos fuimos atendidos por la comunidad, partimos hacia las mejoras de dos habitantes de la zona humanitaria quienes previamente nos comentaron que sus tierras habían sido destrozadas para hacer un canal. Cruzamos el río y en una lenta caminata, pues se debía esperar para abrir el camino cubierto de selva de 4 años, después de media hora de marcha constatamos lo advertido: la antigua quebrada de Bijao, cristalina, que permitía a los habitantes de esa zona de la cuenca del Jiguamiandó alimentarse, lavar, pescar, ha sido desviada y con ella se alimenta un canal en línea recta de mas de 3mts de ancho por 4 de profundidad. Las orillas están cubiertas por los terraplenes removidos por maquinaria pesada. “Nosotros no autorizamos esto, hace dos meses unos jóvenes que andaban de cacería se dieron cuenta que existía este canal, le falta muy poco para llegar hasta el río Jiguamiandó. Para hacer este canal andan con militares y paramilitares porque cuando escuchábamos las maquinas trabajando, montaban retenes en la orilla del río y llamaban a las personas que veníamos subiendo. Nosotros queremos volver a nuestra tierra, recuperarla, nos la dejaron nuestros abuelos, de ésta tierra no queremos salir, nosotros no sabemos de palma africana, que la siembren donde quieran menos en la tierra que no es de ellos”.
Un árbol Guarumo a 10 metros del canal fue el escogido por los miembros de la comunidad para evidenciar su posesión de esa tierra y su oposición a que sea sembrado con palma aceitera, en el se lee:
En ese altar natural, profanado por el metal de la maquinaria pesada de los empresarios de la palma aceitera, se convirtió en lugar de culto a los dioses: “Todos venimos de la tierra y a la tierra vamos, por que todos somos hijos de la tierra, todos somos hermanos, aún aquellos que le hacen daño a la tierra, por ellos también pedimos. Serremos los ojos y pensemos en los frutos de esta tierra que consideremos más valiosos y llevémoslos con la memoria hasta la raíz del Guarumo en la que pusimos el letrero”. Así inició el indígena Kankuamo su rito a la madre tierra.
Después de recoger frutos de la tierra y de plantarlos con la mente un tabaco verde se convirtió en signo de unidad de los pueblos de Europa y Norteamérica con los pueblos afrocolombianos, mestizos e indígenas que nos encontramos en la peregrinación, unidad también de las iglesias, las convicciones que trascienden la institucionalidad de ritos, que integra en la vida, en la dignidad que estamos acompañando: “Cada uno lo fuma y lo pasa al otro, que ese humo llegue al cielo que después enterraremos el tabaco en el árbol que alberga la decisión de las comunidades sobre el territorio. Así nos unimos en un sueño, el de volver a encontrarnos con nuestra madre tierra, con sus riquezas, con el sueño de la justicia ante tantos hombres que la quieren destruir. Si dejamos de soñar estamos derrotados, nuestro sueño es como el humo del tabaco empezamos a soplar, se aleja, no lo vemos, pero sabemos que está ahí, que se hace aire, que volvemos a soplarlo en nuevos tabacos compartidos entre nosotros”.
Hacia las 5 de la tarde emprendimos el camino de vuelta hacia la zona humanitaria de Nueva Esperanza y un nuevo texto se fijó en las orillas del río Jiguamiandó, en el cual las comunidades llamaban de nuevo al reconocimiento de la propiedad colectiva de su territorio. En la noche de nuevo las palabras, las de allá y las de acá, las de la solidaridad, resistencia, alegría y proyectos de vida. Una representación de los hechos del desplazamiento, hecha arte, por niños y jóvenes, caló hondo en los participantes: en estos tiempos de impunidad por la ley llamada de “Justicia y Paz” ésta memoria dolorosa se resiste a ser sepultada. Al final el baile a ritmo de tambores y de cantos de resistencia.