Vuelve y juega Piedad

Mañana lunes, a las 10 de la mañana,Piedad Córdoba irá a la Procuraduría
General de la Nación a responder por las acusaciones que le ha hecho el
superior de esa entidad, en las que la señala como “cómplice de las Farc” y
“traidora a la patria”.*

Estarán allí, en el atrio de esa parroquia medioeval —que es en lo que ha
convertido el Torquemada nativo al Ministerio Público—, muchos amigos
solidarios de la afectada: afrocolombianos, indígenas, mestizos, blancos,
mujeres, intelectuales, artistas, trabajadores, estudiantes, comunidad LGBT,
defensores del aborto, ex rehenes liberados y familiares de cautivos aún en
poder de las Farc, todos ellos en algún momento representados en sus
derechos por la mujer a la que, justamente por defender esas causas, aunque
utilizando otros pretextos, el señor Ordóñez Maldonado se empecina en llevar
a la picota pública y obstaculizarle el derecho a posesionarse de su curul
el próximo 20 de julio.

Difícil convencer a la próxima generación de colombianos con la historia de
que, ya iniciado el siglo XXI, una mujer necesitó de todo su arrojo para
ejercer unas convicciones que en otra parte no le exigen ser heroico a
nadie. La sevicia del poder contra Piedad Córdoba constituye, pues, un
honor, por provenir de un funcionario cuyas creencias y lenguaje se nutren
de los tiempos más oscuros de la humanidad. Ordóñez Maldonado quedará para
la memoria como el anacrónico reciclador de una basura confesional por la
que hasta el Vaticano pidió perdón hace años.

Pero no porque resulte honroso sufrir los anatemas de alguien así —lo que
convierte en sujeto de la modernidad a quien sea perseguido por él—, deja de
ser lamentable la sociedad que lo soporta sin sentir vergüenza. Muy
explicable que su ascenso a esa posición se deba a una mayoría de
congresistas, pillos muchos de ellos, pero inexcusable que de ella hayan
formado parte miembros de un partido que se pretende progresista.

No siendo este país de hoy el mismo de hace dos meses, al final la acusada
será absuelta, pues el trato que tuvo con la organización guerrillera fue en
cumplimiento de tareas humanitarias que le autorizó —a regañadientes,
intentando muchas veces hacérselas fracasar y poniéndole en riesgo la vida—
el propio Presidente de la República. Ahora, eso de “traición a la patria”,
es cosa de risa. Uribe nunca fue la patria. Y en realidad su aislamiento del
mundo fue algo que él logró por cuenta propia armando camorra por donde iba
e incluso disparando desde acá.

Espero que la defensa de la Senadora contenga una acusación de complicidad
al Estado por la negligencia con que ha manejado las incitaciones al
linchamiento moral y físico contra ella contenidas en la red Facebook y en
los foros de las versiones virtuales de la prensa. Esta ciberagresión, que
ya empezó a dejar en paz a algunos columnistas a los que se les enviaban
arrobas (@) de bajezas, no se permite, en cambio, ninguna tregua frente a
ella, estigmatizándola con un racismo y una misoginia vulgarísimas. Todo el
mundo sabe que ese léxico gansteril tiene su origen en alguna agencia de
seguridad oficial. Que esos textos se redactan por escribidores pagados y se
despachan en bloque desde centrales informáticas muy sofisticadas.

Hace poco, yendo en un taxi a las once y cuarto de la mañana, escuché por
radio una rueda de prensa en la que Piedad informaba de los preparativos
para la devolución del cabo Moncayo. Al abrir mi computador veinte minutos
después, la publicación en caliente de esas declaraciones por El Espectador
ya tenía 327 mensajes, desde distintos correos electrónicos, con frases
escritas a cuchilladas contra ella. Qué rapidez la de esa tecnología de
punta.

Y el Gobierno nada que llama a los sabuesos informáticos del FBI que le
sirvieron para rastrear al muchacho que amenazaba a sus hijos. Primero la
familia.