Una cuestión estructural

Muchos se preguntan por qué no se da con los responsables del carro-bomba activado frente a Caracol.


Bien pudo ser la extrema izquierda o la extrema derecha. Poco parece importarle al Gobierno. El Presidente ya no habla de ello. A su Ministro de Defensa le preocupa más “mojar cámaras” que mostrar resultados. Una policía y una justicia eficaces tendrían resuelto el asunto en 48 horas. Pero todo apunta a un nuevo caso de impunidad. Se repite la historia de los miles de magnicidios irresueltos. La circunstancia de estar relacionado un sargento del Ejército con los hechos terroristas daría pie para prender las alarmas. La sola sospecha de participación oficial cuestiona la legitimidad del Estado. Las autoridades y la opinión pública no deberían desatender el asunto. Hacerlo revela superficialidad e indolencia. La naturaleza tampoco ayuda. La tormenta que partió al avión de Aires desplaza la atención del acto terrorista, como en su momento la erupción del Nevado del Ruiz enterró a Armero y desplazó la atención con respecto a los desaparecidos del Palacio de Justicia y a los responsables.

En el país escasean las actitudes cooperativas. Esto es síntoma de una intencionalidad colectiva fragmentada. Compartimos creencias, deseos e intenciones poco capaces de cultivar y asegurar la justicia. No bastan las buenas intenciones. Existen condiciones culturales de difícil transformación. Ya Santos empieza a reconocer, como en su momento Obama, que sobreestimó el poder presidencial de cara a los poderes sociales de facto, lícitos e ilícitos. La opinión pública, al vaivén del periodismo ligero, poco puede contra las mafias enquistadas en las estructuras social y política. Muchas personas y grupos se benefician de la violencia y de la guerra. Nuestra capacidad investigativa para combatirlos es análoga a la capacidad de competir de la selección nacional de fútbol. Sin una actitud cooperativa, que comparta creencias, deseos e intenciones, no es posible obtener resultados. Esto vale tanto para la persecución de criminales como para las competencias por equipos.

John Searle, filósofo norteamericano, ha llamado la atención sobre el fenómeno de la intencionalidad colectiva. Ésta no puede ser reducida a la intencionalidad individual. Podemos ser mediocres en fútbol, básquet o béisbol y contar no obstante con excelentes patinadores, clavadistas o velocistas. Carecemos aún de una actitud común constructiva. Esto explica la ausencia de solidaridad con los diferentes, marginados y excluidos. Hemos naturalizado la miseria y justificado la arrogancia del capital. Nada puede contra ello el coyuntural discurso de la unidad nacional. El problema es más profundo. Estructural. Hunde sus raíces en la génesis de la colonización y en la construcción de la República. La sangre y el fuego, no el derecho y la cultura, han sido las fuerzas forjadoras de la nacionalidad. De nada servirán en la lucha contra la impunidad los esfuerzos de lavarse las manos por las violencias pasadas. La mácula es honda y la vergüenza poca. En el caos social se benefician y apalancan diversos sectores sociales, pudientes y emergentes.

Parecemos estar condenados al eterno retorno de lo idéntico, recordado por Nietzsche en el Zaratustra. Por ahora no asimilamos nuestra ignorancia ni aprendemos de ella. Pronto vendrá el reinado de Cartagena y los hechos luctuosos quedarán en el olvido. Y el susurro de la retórica oficial tendrá el efecto adormecedor que necesitamos para escapar de la cruda realidad de una sociedad fracturada y resignada. ¿Hasta cuándo? La respuesta la tienen las nuevas generaciones.

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Rodolfo Arango