¿Qué muestra la campaña militar de la guerrilla?

Tiene razón el ministro de defensa, Rodrigo Rivera: el triunfalismo no es bueno. Las reiteradas acciones de las Farc y el Eln en las últimas dos semanas muestran cuán equivocados estaban quienes, a finales del 2008, hablaban del “fin del fin” de la guerrilla o, incluso, se atrevían a señalar que estábamos en la “posvictoria”.


Se dejaron obnubilar por los grandes golpes que la Fuerza Pública les propinó a las Farc a lo largo de ese año: las bajas de ‘Raúl Reyes’ e ‘Iván Ríos’, la Operación ‘Jaque’, el desmantelamiento de importantes estructuras del ‘Bloque Oriental’ y el asedio a alias el ‘mono Jojoy’. Se dejaron impresionar por la muerte de ‘Manuel Marulanda Vélez’, el desorden en las filas de la guerrilla en ese año y el impresionante número de deserciones que afrontaron.

Los hechos eran tan contundentes que desorientaron, incluso, a personas dedicadas por entero el análisis del conflicto armado que vive el país. Se olvidaron en ese momento de la gran capacidad de adaptación que han tenido las guerrillas colombianas, de su habilidad para retroceder, esperar, resurgir de las cenizas y volver a la ofensiva.

No fueron capaces de ver con claridad lo que ocurrió al año siguiente, en el 2009, cuando se produjo el relevo efectivo del mando de las Farc, se inició la reestructuración de buena parte de los frentes y se proclamó el ‘plan renacer’. Un año en el que las acciones de la guerrilla aumentaron en 30 por ciento en comparación con el 2008, y los muertos y heridos de la Fuerza Pública sumaron 2.320, cifra superior a la de 2.126 registrada en el año 2002, al final del gobierno de Andrés Pastrana.

No se percataron de que el Eln había pasado de agache la larga ofensiva del presidente Uribe y, en medio de su debilidad y escaso accionar, había preservado su mando histórico y su presencia en algunas zonas claves de las fronteras. Ahora es capaz de realizar acciones en varias partes del país y aparecer de nuevo en el nordeste de Antioquia, donde hacía años no tenía operaciones.
No quieren ver la realidad de los últimos 15 días. Diez ataques que han dejado 80 bajas entre muertos y heridos son valorados como “sombras chinas”, “artificios del terrorismo”, “acciones aisladas y de baja escala”, “manifestaciones de debilidad”. No se dan cuenta de que el ritmo de estos ataques y el volumen de estas bajas harán que el balance de final de año sea aún más escabroso que el del 2009.

Entiendo que estos analistas están más interesados en defender las valoraciones que hicieron en el 2008 sobre el conflicto, o en resaltar las brutales manifestaciones de sevicia de los insurgentes, que en escudriñar los cambios que han tenido las guerrillas en estos años.

Ahora se han diseminado en pequeños grupos; utilizan intensivamente el minado de territorios y las armas artesanales; privilegian las operaciones de comando y las emboscadas sobre pequeñas unidades policiales o militares; viejas modalidades de la guerra irregular tan letales para la Fuerza Pública como la toma de pueblos y las grandes concentraciones de guerrilleros del pasado.

Afortunadamente, varios militares con los que he hablado en estos días son plenamente conscientes de que la destrucción de las guerrillas está lejos, de que algunas de las estrategias desarrolladas en los últimos años han perdido vigencia y de que los cambios operados en los insurgentes exigen también transformaciones en las Fuerzas Armadas. El mismo espíritu tiene el llamado del ministro Rivera a desechar el triunfalismo.

Pero lo más importante es que el nuevo gobierno piensa que la salida no está únicamente en el campo militar y entiende que las regiones donde se ha arraigado la confrontación piden a gritos soluciones sociales y alternativas productivas que sirvan de base para la reconciliación. Sabe que negando el conflicto o proclamando la victoria definitiva sobre los grupos irregulares no resolverá una guerra que se inició cuando apenas empezaban los años 60 del siglo pasado.

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León Valencia