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Peregrinar en el Jiguamiandó – Día 4

Horas de camino de los peregrinos pasando el río Jiguamiandó atravesando la selva virgen y la trabajada por manos campesinas llegaron al Curvaradó, a otro mundo, el de la aridez, el que anuncia apocalípticamente el progreso, el de la ilegalidad que pretende garantizar la acumulación de la riqueza. Un profundo contraste, una profunda contradicción el mundo habitado y protegido para la humanidad, al mundo del progreso, destrucción de la creación y de las criaturas humanas.


En medio de la arrogancia del progreso, los peregrinos guiados por el nuevo Moisés, por el hombre de fe en el Dios de la Vida llegaron a un espacio de la vida, afirmado en la resistencia. La vida y la Muerte, la biodiversidad y la Palma, la justicia o la impunidad es el caminar del Jiguamiandó al Curvaradó, camino de los 101 peregrinos.

Desde una casa, la de un hombre sabio, sensato los peregrinos escriben su caminada de hoy. Adjunto textos y fotografías


Bogotá, D.C. Agosto 11 de 2005

COMISION INTERECLESIAL DE JUSTICIA Y PAZ

CUARTO DIA
Peregrinación
Macro Ecuménica y Ecológica
En el Jiguamiandó y el Curvaradó

(Santuario en el Curvaradó, Agosto de 2005) Iniciamos nuestra jornada desde tempranas horas, unos en la Eucaristía, otros en el encuentro con la naturaleza otros en entrevistas, se escuchó en la Zona Humanitaria una canción de la memoria: “cada cual con su taburete, tiene un puesto y una misión” y luego a cada uno su Zarapa, es el almuerzo envuelto en hojas de plátano, alistar equipaje y echar a andar, la bendición ecuménica y el ritual indígena en personas o grupos. A caminar, a contemplar, nos esperaba el llanto y la esperanza.

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Y a las 8:30 a.m. partimos cruzamos el río Jiguamiandó por segunda vez, los 101 Peregrinos, nos adentramos en la hermosa selva secundaria y en medio de los bosques primarios que hablan de la memoria, de la ancestralidad, del pasado y del presente y del futuro de la humanidad fuimos dejando atrás la Zona Humanitaria, pasamos por el antiguo caserío de “Nueva Esperanza”. En ese lugar, memoria de la atrocidad, huellas no visitadas por la Fiscalía, en donde se constata que la gente allí vivió, que hubo quemas, se observa la maleza que cubre el pasado, escuchamos las voces de la arquitectura en madera, de la platanera, de la cochera, del criadero de especies, los frutales caídos por el paso del tiempo, ellos hablaban de la existencia de un pueblo, ahora un pueblo sin alma. Pasamos por una mejora, en la que su habitante, en medio de una cruz improvisada que encabezaba la caminada expresó:”esta tierra es nuestra, no está en venta, aquí ha estado nuestra vida, de aquí nos han querido sacar, nos atacaron los paramilitares muy temprano y nos hicieron pasar al otro lado del río, pero nosotros queremos estar aquí de este lado, y no queremos la Palma, destruye nuestra vida y la de la humanidad” y decidió entonces colocar un letrero de madera. Y seguimos la caminada con los testigos, los nuevos profetas que aman el territorio y una cruz signo de la divinidad de la tierra y el cielo, de lo humano que es divino.

Poco a poco fuimos dejando la caída de cerro “Cara de Perro”, donde se encuentran minerales y riquezas aún inexploradas y que explican el interés de unos pocos de abrir carreteras con la estrategia paramilitar, de tomarse a sangre, a fuego o con ilegalidad, las mejoras de los afrodescendientes. Entre sombras, entre tenues luces, que el tejido de sombrar de las ramas dejaron colar, nos fuimos abriendo camino. Hacia muchos años, que los afrodescendientes, algunos 8 años desde el desplazamiento de 1.997 otros desde el desplazamiento del 2001 que no habían andado por ahí. Y poco a poco empezamos a percibir las trochas que se están abriendo, dicen, que por ahí se abrirán los nuevos canales, los nuevos caminos de las empresas, a donde ha llegado acompañados cuando no de las Fuerzas Militares como paramilitares.

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Y de pronto, de la frescura selvática, luego de dos horas y media de camino, el sol empezó a aparecer más intenso, fuimos descubiertos en minutos por un paisaje distinto. Aguas transformadas un silencio desértico de superficie verde, sin animales, sin el canto de los pájaros, sin el vuelo de las mariposas, un horizonte sin encanto. Creación destruida, homogenizada la tierra, plantas similares, uniformes, en distancias precisas, el orden del “progreso” simulado con el uso de maleza orgánica, era la Palma. Naturaleza transformada en la que se encuentran los vestigios milenarios, árboles caídos de más de 30 a 40 metros de longitud, de 1 o 2 metros de diámetro, arrancados por grandes máquinas de hierro.

Uno de los pobladores mostró con voz entrecortada los linderos de su finca, la que se ha sembrado sin su consentimiento con Palma, en la que sigue creciendo la palma. Uno de los peregrinos al terminar de recorrer la propiedad expresó entonces: “hasta aquí era su finca”, el integrante del Consejo Comunitario aclaró: “no, es mi finca destruida por otros, pero es mi finca, hasta aquí es mi finca, y si he de morir por ella, por ella muero, por que Dios la dio para nuestra vida familiar y para el cuidado de la humanidad, y esto es de reparar.” Cercas, tumbadas, casas destruidas, toda una vida aniquilada por la “Palma”

Horas y distancias interminables al rayo del sol, en medio de las implantaciones de palma, y llegamos a un camino transitado por carros de la empresa o por camiones militares. El desierto verde, la sensación dolorosa de estar pasando por la fetidez hecha por la criminalidad. Atravesando por un lugar donde los muertos están bajo tierra sin ser considerados víctimas del terror. Pasando por lugares que fueron habitados de alegría e ingenuidad humana en los que existen los rasgos de caseríos que no existen ya, porque su gente fue obligada a desplazarse. Sensación de estar pasando por un crematorio donde cada planta es la lápida negada de centenares de mujeres y de hombres a quiénes se les ha arrebatado su habitat. Sensación de nuestra propia muerte, muerte de la humanidad sin aire fresco, sin olores distintos, sin cantos de pájaros, sin mariposas, sin miles de vidas, sin aguas cristalinas.

Y continuamos andando en el infierno verde, de pronto detrás como fantasmas, saliendo de la nada hombres del ejército salen de los rastrojos, y entonces no son necesarias las palabras, todos entendemos qué protegen y a quién protege. En menos de 8 años, los que fueron desplazados por la estrategia paramilitar conocida por la Brigada XVII, quiénes fueron reconocidos en el 2001 en ceremonia presidida por el Presidente de la República, son ahora los intrusos, los invasores, pues ellos ni pueden habitar sus tierras ni pueden transitar por aquí, porque de Territorio Colectivo se convirtió en Tierra Privada, custodiada y amparada por las fuerzas de la ley y la ilegalidad.

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Nos acercamos a Caño Claro, nos encontramos con los signos de unas casetas quemadas, “eso fue quemado por la guerrilla hace poco, era un campamento de los trabajadores y de los empresarios” y muy cerca de ahí observamos un campamento militar, tampoco era necesario decir nada, todo era claro, estamos en una zona de conflicto armado, en una zona de un profundo conflicto social por la tierra, estamos con una población civil que en medio de eso, sin usar la fuerza, desde la fe en ellos, desde la hermandad construida afirman sus derechos a la vida y al Territorio.

Y seguimos andando, agotados, son ya casi 5 horas de camino, con nuestra carga a la espaldas y en medio del desierto verde llegamos al oasis, a lugar de la resilencia, de la persistencia, de la espiritualidad en el Curvaradó, la mejora del patriarca Enrique Petro, el profeta de estos tiempos. Creyente, sin elucubraciones, de palabras diáfanas, frutales de primitivo, aguacate, maíz, ganado, y las mariposas, la reina del pacífico vuelve aparecer, está como siempre, como ayer como hoy, como mañana. “Yo regrese a esta tierra que Dios me dio, Dios está conmigo. Dios está con nosotros. Después de ser desplazado, me han sembrado más de mis 90 hectáreas en palma, me he quedado en 30 que he cercado. Me han amenazado, me han señalado de guerrillero, pero en mi tierra, en mi mejora que es de Dios, no permito que se siembre palma. Me han amenazado, me han mentido, me han engañado, me han ofrecido plata pero no.

Atrás de la casa las aguas cristalinas de Caño Claro, las bellas melodías naturales, la frescura de los árboles y el profeta canta: “Si un ejército acampa contra mi, yo no le temeré por que Dios conmigo está” y sigue el salmo y vuelve el canto. Casi hipnotizados por su autoridad hacemos un círculo, nos tomamos de la mano y sigue el canto y sigue la palabra: “Felices los que trabajan por la Justicia por ellos son los hijos de Dios. Felices los que trabajan por la paz porque ellos heredaran la tierra”

Y luego de las Zarapas abiertas, nuevamente a andar, nos regresamos a Caño Claro por donde están los cimientos del campamento de una empresa, caminamos hacia donde hace ocho años habitaron los pobladores de Andalucía en el Curvaradó. Llegamos allí, nos encontramos con un templo abandonado convertido en refugio de insumos para siembras o en establos, una casa pastoral convertida en hospedaje de forasteros, una escuelas hechos para el albergue de trabajadores de la palma, casas abandonadas marcadas con inscripciones de los paramilitares y militares, en un pueblo de desierto verde por todas partes, en el que se construye la agroindustria del olvido. De los desaparecidos, ni de los asesinados los forasteros hablan, solo existe el lenguaje del patrón, de la lealtad al olvido. Y nuevamente, como forma de estar juntos en el desierto, la palabra “Bienaventurados los desheredados por que de ellos será la Tierra” y en medio de esta parte del Territorio antes sagrada, ahora convertida en cueva de ladrones, un letrero en búsqueda de la comunión y de la reconciliación con la vida: “Dios ha dado este Territorio a los Habitantes ancestrales de Andalucía para que vivan en ella”
Y otra vez de regreso al oasis, luego de la sabrosa cocina tejida con esperanza, la memoria, los nombres de algunas, de millares de víctimas de estas comunidades. En medio del la memoria oramos, cantamos, celebramos la vida. Con el sueño vino la lluvia, la fertilidad de la caminada, la fertilidad del Territorio, la fertilidad de la vida. Nadie quedo sin lugar. Un mismo sueño, en una tierra compartida para los pueblos del Mundo. Allí en la noche se consagro un santuario ecuménico y ecológico de la humanidad. La lluvia fue la bendición.

Peregrinos del Curvaradó