Oscura desbandada

Ya la imágen es familiar. Paramilitares esposados, caminando lentamente, cubiertos con chaleco antibalas, la mirada baja, los labios tensos, el rostro indescifrable.


Suben al avión de la DEA y abandonan Colombia, dejando abandonados millares de seres humanos que quedaron en tierra condenados a jamás saber la verdad. A jamás tener una reparación digna. A jamás conocer qué significa la palabra justicia. Como en oscura y tenebrosa desbandada paulatina se van volando los crímenes, los genocidios, las torturas, las masacres de miles de hombres, mujeres y niños cuyo único pecado fue el vivir siempre abandonados del Estado, en medio de fuegos cruzados.

Culmina este éxodo, por ahora, con la extradición de uno de los hombres más macabros que haya parido madre alguna. En su haber miles de muertos. Seudónimo H.H., creo que hubiera sido más propio H.P. Estaba dispuesto a hablar. A decir con nombres, apellidos y fechas lo que casi todo el mundo sabe pero nadie se atreve a testimoniar. Una esperanza surgía para esas miles de familias, madres, padres, hijos, abuelos. La esperanza de conocer algún día la verdad. De poder asomarse a las fangosas fosas para divisar y reconocer algún trozo de lo que tanto amaron. De conocer en qué circunstancias sucedieron los crímenes. De aceptar la terrible noticia de que las aguas del río se habían llevado hasta el mar sus familiares y que jamás sabrían nada más. Tal vez hubieran podido mirar a los ojos al responsable, tal vez podrían perdonar. Tal vez su dolor y sus lágrimas cesarían con el tiempo.

Esperanza que se vio truncada, cuando, inexplicablemente, y a pesar de las peticiones de ONG internacionales y prórrogra de la permanencia en Colombia concedida por USA , H.H. fue montado al avión siniestro de la DEA y alzó el vuelo dejando una estela gris de desolación mientras se perdía en el horizonte.

H.H. quería hablar. Tal vez al Estado, a ciertos terratenientes, a muchos políticos, a empresarios y latifundistas no les convenía que hablara. Una vez más ganó la impunidad. Como ganó con la extradición de Mancuso, Jorge Cuarenta, y todos los bárbaros que sumieron a Colombia en un mar de sangre y desolación, apoyados por la clase dirigente, como en una cruzada “matando en nombre de Dios”.

Queda una vez más un pueblo campesino engañado. Olvidado. No nos digamos mentiras. No existe reparación alguna. No existe justicia para ellos. No existe la verdad. Existe sencilla y llanamente la complicidad torva de un país que en su dirigencia, léase civil, empresarial y política, se sigue tapando los excrementos con tierra… con la misma tierra que cubre esas fosas que salpican el territorio nacional. La diferencia es que unos están enterrados en ellas y otros la disfrazan de oropel y poder. Qué vergüenza.

Los Jefes paramilitares ahora viven en USA. Los políticos paramilitares están recuperando su libertad en Colombia. Seguirán en el Congreso. Los crímenes de lesa humanidad siguen impunes… y nosotros tan campantes.

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