¿Nubarrones globales?

La muerte del Mono Jojoy significa un tremendo golpe militar contra las Farc —creo que por mucho el más duro que ha recibido esa organización hasta ahora—.


Demostración clara de que para combatir a la guerrilla con eficacia no es necesario cerrar el sistema político ni embestir a los críticos como si fueran terroristas, una fantasía que han estado tratando de propalar (e implementar) uribistas nostálgicos pero agresivos.

A la vez, los que se hayan fijado bien en la trayectoria del Mono, verán que era una figura que casi desde su nacimiento se formó en medio del conflicto rural, es decir, no una extravagancia inexplicable o un tumor de maldad pura, sino el producto de especificidades históricas (un problema rural sin resolver y el hecho de que durante cierto período se intentaran cambiar las preferencias de un gran sector de la población a punta de bala; uno y otro fenómeno estaban, además, relacionados. Todavía lo están). Esto, por supuesto, no justifica los horrores cometidos por el Mono. En este caso, comprenderlo todo NO es perdonarlo todo. Pero sí nos recuerda una lección sencilla: si de verdad no queremos más Monos, necesitamos al menos una reforma agraria en serio y un esfuerzo grande por transformar nuestra política.

Lamentablemente, enfrentamos estas exigencias de largo plazo en un marco global que parece desestabilizarse. La intuición básica detrás de esta aseveración es la siguiente. La política logró civilizarse plenamente en los países capitalistas desarrollados sólo después de la Segunda Guerra, cuando la “cuestión obrera” se domesticó sobre la base de una serie de acuerdos básicos, cuya piedra angular era el Estado de bienestar (junto con su extensión paulatina).

Con el advenimiento del euro-comunismo, puede decirse que todos los grandes partidos obreros europeos finalmente se incorporaron plenamente y sin reatos a la legalidad capitalista. Con esto, quedó también neutralizado el populismo y el radicalismo de derecha. Claro, Estados Unidos es la excepción (es el país desarrollado económicamente más dinámico, pero el que tiene más crimen y menos regulación). Pero sólo parcialmente. Incluso allá hubo experiencias análogas.

Ahora bien, el Estado de bienestar ha ido perdiendo pie, bajo la presión de tres fenómenos: cambio tecnológico, tendencias demográficas (envejecimiento de la población) y reformas neoliberales. Cada uno por separado hubiera podido desestabilizarlo; en conjunto, producen un efecto brutal. La consecuencia, apenas con un corto rezago temporal, es el retorno de numerosos fantasmas del pasado —y la aparición de nuevas pesadillas. Éstas todavía están en su fase tentativa y semidivertida—. Pero el potencial de amenaza es grande. La vieja y gruñona política de confrontación —o, si se aceptan los términos dudosos pero vendedores de Fukuyama, la Historia con mayúscula— flexiona los músculos y se apresta a salir de la jaula.

Se acumulan en efecto los síntomas preocupantes.

Francisco Gutiérrez Sanín