María Paulina Ruíz, ¡Hasta siembre!

Maria Paulina, luchadora popular, al lado de su companero Plinio Bernal, hoy ha pasado a la historia. Sin compás de espera, siempre andando, a pesar de todo y contra todo fiel y leal a lo que siempre creyó. Aquí y allá, sin tapujos, con solidaridad, con pasión. Maria Paulina ha pasado a la historia.


Aquí las palabras de su compañero de lucha, Luis Carlos Dominguez..

Nos acaba de sorprender la repentina muerte en San Antonio del Táchira de la entrañable María Paulina Ruiz. Militante comunista si hubo alguna, hizo de su vida toda el más auténtico, el más abnegado, el más firme acto de solidaridad. Con los perseguidos, los humildes y los luchadores populares. Fueron las cárceles su espacio vital, donde ejerció su militancia, además de los comités de solidaridad, los que fueran, casi sin preguntar de qué o para qué. Ahí estaba ella de primera, ante esa palabra se rendía.
Hoy los miles de presos políticos que atiborran las cárceles colombianas, especialmente las preferidas del régimen para sus opositores, Valledupar, Cómbita, Palo Gordo, La Dorada, Acacías, La Modelo, La Picota y El Buen Pastor, resienten la pérdida de esa mano amiga, esa voz de estímulo y ese discurso insuflado de fe en la validez de sus causas, que durante muchos años los acompañó. Porque la visita que se hiciera a cualquier cárcel del país para atender a un preso político, comportaba infaliblemente entregar y recibir un recado de y para María Paulina. Y no sólo eso. También se ocupaba de recoger ropa, libros, utensilios de aseo, documentos políticos y gestionar la atención jurídica de sus presos.

El otro campo en el que tuvo una destacada actividad junto con su camarada y compañero el filósofo Plinio Bernal, fue el de la solidaridad internacional. Primero y siempre con la Cuba revolucionaria a través de la inolvidable Casa de Solidaridad pionera en este campo; y después también con la Venezuela Bolivariana, de la que Plinio se convirtió en el mejor conocedor y difusor. Allí estaba María Paulina hoy 16 de Octubre, tal vez en esas tareas, cuando rindió su jornada. No murió en suelo extranjero.

Hace tiempo veíamos a María Paulina agotada. Era notorio ya el cansancio de su dura brega, y tanto más admirábamos el tesón con que se sobreponía a ese reclamo de su cuerpo para continuar ejerciendo su causa. Son las vidas iluminadas, esas que salvan el mundo, las que en medio de las deserciones tras el oro y el brillo con que el poder orla a los suyos, reivindican lo mejor de la condición humana. Y permiten soñar con que al final, quizás, el Hombre triunfará.