La justicia y la venganza

La historia social y política de Colombia está llena de vengadores. Ha sido tan recurrente el uso de la venganza, que uno creería que vivimos entre gente más vengativa que justa. Frente a muchas injusticias permitidas y conflictos no resueltos, en lo individual y en lo colectivo, el último recurso ha sido, precisamente, un multiplicador de injusticias: la venganza.

En los últimos días -siempre esperamos que la última atrocidad sea de verdad la última-, las mayorías del país se estremecieron e indignaron con la violación y el asesinato de una humilde mujer en manos de un hombre que ya había sido condenado por otra atrocidad. Los métodos de la violación y los antecedentes del primer sospechoso hicieron pensar en un nuevo episodio de violencia y crueldad patológicas.
El caso de Rosa Elvira Cely se convirtió en el símbolo del repudio colectivo a la violencia ejercida contra las mujeres y en otra justificación de una lucha que busca, primero, justicia y, luego, un cambio radical en la mentalidad machista que mira con desdén todas las formas de agresión practicadas por los hombres contra las mujeres.

Como en otros casos -como en casi todos los casos de nuestra Historia en los que la justicia ha sido permisiva y la sociedad casi indiferente-, las primeras reacciones de repudio fueron instintivas. Nadie puede concebir que un ser humano viole con tanta saña a una mujer indefensa. Pero esto sucede casi a diario en inmensas zonas de silencio de nuestra sociedad, sin que modifique el marco legal con el que se juzgan y condenan estos crímenes.
A nadie le cabe tampoco en la cabeza que se sigan cometiendo otras formas de tortura y atrocidad: el secuestro, la desaparición forzada o la sevicia en el acto de eliminar al enemigo con métodos que desbordan todo límite legal y moral. Las respuestas que estas demenciales formas de violencia han tenido en nuestra sociedad han creado un alarmante clima de ira vengativa, como si este fuera el único modelo de justicia posible.
El martes pasado me estremecí al leer el artículo de una de las colaboradoras de un diario nacional. Sabemos que se está debatiendo la conveniencia o inconveniencia de aplicar legalmente la “castración química” a los violadores, pero lo que no esperaba ver como materia de debate público era la incitación a la venganza, la implantación de una ley del talión que, por otra parte, ha estado en las raíces podridas de nuestra historia patria.
Entiendo la indignación y la rabia, pero las páginas de un periódico serio y grande no pueden llevar al debate público frases como esta: “La castración debería ser a palo seco, sin anestesia, ojalá con serrucho infectado, realizada después de haberlos empalado y después curarlo para encerrarlo en una celda sin luz el resto de su vida”. ¿Ira e intenso dolor, como se decía antes? No, premeditación en el acto de ordenar una argumentación escrita y proponer una forma delirante de “justicia”.

Los renovados ciclos de nuestra violencia política parecen haber sido escuela de nuestra mentalidad vengativa. Por ejemplo: no se ha conocido aún, aunque exista y esté publicado, el expediente que vincula a paramilitares, guerrilleros y fuerza pública en actos de violencia atrozmente simbólica contra las mujeres en zonas de conflicto.

El marco legal y ético con que se debe responder a la violencia extrema y, en este caso, a la violencia contra las mujeres, limita de un lado con la proporcionalidad razonable del castigo y del otro, con la emotividad populista de los indignados. Con la severidad disuasiva del castigo legal se hace justicia; con la emotividad se fabrica más venganza que justicia.

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