José Eduardo Umaña Mendoza

Memoria y Justicia

“Los Derechos de los Pueblos, los Derechos humanos son una lucha de soledades que se encuentran” Eduardo Umaña Mendoza

Hace once años, ellos festejaban, se reían, aunque tormentosamente, porque su presencia está presente, porque su crimen conmociona aún, aunque todo pareciera ser el olvido. Sus victimarios parece que fueron con el paso del tiempo también asesinados. Otros, los que ordenaron, los que pagaron mercenarios en Medellín, viven como hombres de la buena moral, de las buenas costumbres, militares retirados que aparecen en las páginas sociales, otros, detrás de ellos gozando de las mieles de riquezas de esta democracia indolente.


Esa de la que Eduardo hablo, la de unos pocos, en la que los excluidos están sometidos a la injusticia y a la vida miserable consentida como última palabra de la historia.

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Un sábado, como el de hoy, en Bogotá, con un clima muy similar, entre un sol apaciguado por nubes grises y un frío que corta la piel, un sábado como hoy, hace 11 años, 18 de abril, antes del medio día, en su apartamento, lugar habitado por la búsqueda insaciable de la justicia, espacio pequeño que albergó grandes ideales, allí ingresaron, con su rostro encubriendo la falsedad, la mentira de su identidad, la muerte. Sus victimarios, mercenarios de la muerte, sicarios de esta democracia, le engañaron, como lo hicieron los jueces militares en los tribunales militares o los fiscales cuando obraron contra Derecho cuando el defendía a los presos políticos o a los llevados sin causa alguna a procesos confeccionados por la justicia sin rostro o como actuaron los fiscales o jueces que se negaron a condenar altos mandos militares responsables de crímenes de lesa humanidad. Los mercaderes del crimen intentaron llevárselo a la fuerza, pero él se negó, se les enfrentó y por eso tuvieron que dispararle, una, dos y tres veces

Desde ese día cesaron las humaredas de cigarrillo para apaciguar la ansiedad, las que se difuminaban entre los cuartos donde los perseguidos encontraban esperanzas, donde las víctimas de Crímenes de Estado encontraban una mano amiga, en ese recinto su hogar, que era su oficina allí cayó sin hacer concesiones a los cabalgantes de la muerte. Desde ese día dejo se sonar el teléfono antes de las 6 00 a.m., quedaron las sillas vacías de diálogos en las calles. Desde ese día un silencio profundo siempre se encuentra en el alma.

En medio de su humanidad escondida en las palabras claras y contundentes, en medio de su soledad apaciguada en la intimidad, en su ternura ocultada o en la dureza, transparente, elegante y de fondo frente al establecimiento, reflejó hasta el final sus convicciones y su profunda sensibilidad.

Su ejercicio del derecho creativo, del derecho en medio de las condiciones de los poderosos, se extraña, es ausente o tal vez presente, en las objeciones, en la recreación del derecho, en las prácticas más allá de las formalidades judiciales… Su fragilidad absoluta, el cansancio del alma, la angustia permanente, las noches insomnio, los sueños hechos trizas, y la reconstrucción diaria del sentido en medio del sin sentido, hace falta.

11 años después su crimen está en la impunidad, es la misma, hoy remozada, la misma que él denunció, que el enfrentó y sobre la cual asumió el reto de desmoronarla.

Ahí se refleja la metástasis de la investigación penal en Colombia, denunciada por Eduardo en el interior de sus defensas, de sus partes civiles, en sus conferencias, en sus análisis, en los que exigía obrar en verdad y en justicia, en las mismos presupuestos del derecho burgués, pero ese modelo de injusticia, que no de justicia, no es coherente ni puede serlo, porque solamente obra para penalizar a los de abajo o los que se suman a la lucha de los de abajo, a los excluidos

Hoy en las pretensiones del Estado comunitario que obnubila para ocultar las causas de la expropiación de las tierras, la acumulación de la riqueza y las razones de la guerra, que sigue, que hiere también a inocentes decía Eduardo “Se hace necesario por lo menos hablar de la humanización de la guerra, para que la paz de mentiras se derrumbe, para superar esta pantomima de sobrevivencia cómplice y pueda hablarse con dignidad, con la voz y las manos de todos, de la humanización de la vida”.

11 años después, por eso que es innegociable, lo que continúa siendo imprescindible, por eso lloramos a veces sin llorar, reímos a veces sin reír, cantamos sin cantar, porque el vacío es presente, porque el sin sentido que a él le atravesó también nos atropella, por que parece ser hoy más cercana la derrota de la vida… pero aún así, cuando nada somos o nada tenemos, le tenemos cerca, le recordamos, le escuchamos en el susurrar de nuestras almas, cuando nos erigimos, cuando nos levantamos, cuando nos recreamos, cuando resistimos, ante una realidad tan aplastante, tan avasallante, donde ya nada parece conmover, allí su soledad se encuentra con nuestras soledades “porque si la vida no se entrega por algo, uno acaba dándola por nada” Eduardo.

Bogotá, D.C. Abril 18 de 2009

COMISION INTERECLESIAL DE JUSTICIA Y PAZ