Franco Boscán Bonivento – Ararurayu casta Epinayú- Jorge Boscán Ortiz
Asesinados por paramilitares
28 de diciembre de 2001
Memoria y Justicia
El 28 de diciembre de 2001, día de “los santos inocentes”, paramilitares del grupo de Jorge Tobar, alias ‘el Papa’ o ‘Jorge 40’, asesinaron al reconocido Wayúu Ararurayu Franco Boscán Bonivento, de 89 años de edad, Cacique Indígena de la casta Epinayú, junto a su hijo Jorge Boscán Ortiz, de 38 años, después de una larga persecución a través de La Vía de La Majayura, jurisdicción de Maicao, departamento de La Guajira.
“El Cacique Wayúu Franco Boscán Bonivento, aunque vivió en medio de la guerra, hizo cuanto estuvo a su alcance por darle paz a su comunidad. Su muerte violenta causa consternación en un pueblo que lo reconoce como ejemplo de integración humana por encima de las diferencias.
Aunque por razones atávicas estuvo siempre alerta a los ataques de los enemigos, que jamás entendieron que “la violencia no deja nada bueno”, Franco Boscán Bonivento fue auténtico hombre de paz, convencido de que “por más antiguas que sean las leyes, pueden y deben cambiarse si no ayudan a que la gente viva mejor”. De 89 años, enfermo, decaído físicamente, pero siempre orgulloso de su raza Wayúu, último cacique de la casta Epinayú y a la vez respetable patriarca de toda La Guajira indígena colombo-venezolana, fue perseguido por sus asesinos por las calles de Maicao –donde vivía y habitaba en el barrio que llevaba el nombre de su ancestro: Boscán– y acribillado con su hijo Jorge, quien conducía el vehículo dentro del cual nada pudieron hacer para evitar cerrar con broche de sangre este fatal día de inocentes del año 2001.
Hijo de José Domingo Boscán, fundador de Maicao a finales de los años treinta del siglo pasado, y también asesinado por intentar reconciliar odios tribales, Franco Boscán Bonivento asumió desde entonces un liderazgo de acción para buscar caminos que condujeran al entendimiento entre familias Wayúu que han venido matándose desde tiempos inmemoriales por profesar la filosofía del “ojo por ojo y diente por diente”, situación que los paramilitares han aprovechado por disfrazar sus acciones justificando que todo se debe a guerras entre Rancherías.
Como jefe guerrero tuvo que comandar constantemente la defensa de sus súbditos y de sus derechos, pero tuvo siempre muy claro el precepto de “vivir en paz, como primera obligación de la vida”. Hizo lo que pudo y a pesar de que no logró ver su sueño de convivencia pacífica cumplido, dejó historia en un pueblo al que ayudó a configurar comercial y socialmente y por el que siempre estuvo dispuesto a darlo todo.
Amante de la naturaleza y fervoroso creyente de las bondades de la tierra, en lugares desérticos construyó haciendas para la agricultura y la ganadería, recuperó las aguas de ríos que la sociedad consumista contaminaba con sus desperdicios, defendió la fauna y la flora, fue valiente y honesto, severo y compasivo cuando tuvo que serlo, y sin ningún tipo de alarde dedicó buena parte de su vida a fomentar la actividad honrada como base para el progreso y el entendimiento entre los Wayúu y los aríjunas (los blancos o “civilizados”).
Mucho logró en ese sentido en el transcurso de la última mitad del siglo XX. Experto en armas, pero también en soluciones para evitar conflictos, recibía constantemente la visita de los últimos Wayúu auténticos, quienes acudían a su consejo sabio, lo mismo que de los indígenas de su casta y de las otras, que también le respetaban y reconocían virtudes, igual que los generales, los altos oficiales y grandes personajes de la República, que alguna vez le conocieron y desde entonces fueron siempre sus amigos y sus admiradores.
Con Chela, su esposa, una bella aríjuna de ojos grises, mantuvo siempre abiertas las puertas de sus casas, donde siempre hubo lugar para su inmensa familia de catorce hijos más sus descendientes, pero también para los forasteros que llegaban a ellas enviados por quienes en todos los lugares de la costa y aún del interior del país, hablaban de la hospitalidad y el desprendimiento de sus dueños.
Cuando ocurrió el asesinato, la noticia corrió como un escalofrío por toda la columna vertebral de la Guajira; y al día siguiente, en el entierro, pese al miedo latente frente a la amenaza de los paramilitares, que aún proclaman que seguirán en su cometido siniestro, en el cementerio de Maicao una multitud de Wayúu pero también de aríjunas y de árabes y de costeños y cachacos y de gente de todos los lugares vecinos y remotos, que alcanzaron a llegar para la despedida, confirmó que con el crimen se llevaron la vida del último cacique ejemplar de la península, pero en cambio dieron paso al nacimiento de la leyenda de un hombre que será orgullo y ejemplo para las generaciones venideras.
Aunque en sus eiruku, es decir en la carne, ya han muerto y sus almas se encuentran en Jepirra, lugar a donde viajan los Wayúu después de muertos, aún habitan en nuestros corazones y en nuestra memoria, dándonos el coraje y la fortaleza para seguir resistiendo en nuestro territorio, Woumain, para seguir defendiendo nuestra Vía de la Majayura.
Transcurridos 1.095 días de su asesinato, este crimen, al igual que otros que se han cometido en contra de nuestro pueblo Wayúu, siguen en la impunidad. Amparados en las negociaciones que se están escenificando en Santa Fe de Ralito (Tierralta, Córdoba), los grupos paramilitares continúan ejerciendo control político y militar sobre extensas áreas de territorio Wayúu, en particular pretenden tener el control sobre la Vía de la Majayura.
Sólo fortaleciendo los vínculos telúricos con las raíces, se pueden dibujar esperanzas y sueños en el horizonte para Woumain – Territorio Wayúu”.
Bogotá, 30 de diciembre de 2004
Comisión Intereclesial de Justicia y Paz