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En Curvaradó, Chocó, los campesinos perdieron la tierra y ahora luchan por salvar su vida

Caracol Radio recorrió parte de la zona del Bajo Atrato donde se denuncia el despojo de tierras a centenares de campesinos y afrodescendientes por parte de empresas palmeras y repobladores, luego de la orden de captura de 24 empresarios por parte de la Fiscalía y la orden de la Corte de suspender la entrega de tierras, hasta cuando se haga un censo de los propietarios.


Los habitantes de Curvaradó en el Chocó tienen claro que solo Dios los tiene con vida, porque esa guerra que han soportado a lo largo de 14 años, ha sido a muerte.

Jóvenes y viejos, hombres y mujeres en esta zona de cielos azules e inmensos pastos permanecen bajo el fuego cruzado. Lo han perdido todo y han vuelto a comenzar.

El abandono es evidente. Desde Bogotá hay que llegar a Medellín y de allí a Curvaradó y en enseguida pasando por Chigorodó hay que internarse por una carretera destapada hasta llegar a Belén de Bajira, donde las “Águilas Negras” y los paramilitares rondan, según la misma comunidad.

Luego hay que llegar al Puerto de Brisas, otro epicentro de los armados, se cruza el Río y ahí está a cinco minutos, la primera de las ocho zonas humanitarias que promueve la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz. Según sus habitantes al pasar el río es zona de las Farc.

Historia de amenazas y persecuciones

Ligia María tiene más 70 años, 8 hijos, 36 nietos y 51 años de vivir en la zona del bajo Atrato donde ha resistido por lo menos 13 desplazamientos forzados. Ella como cientos de pobladores de Curvaradó en el Chocó, sigue anclada a esa tierra fértil, como un enorme mar, que huele a hojas de plátano.

“Los dueños del territorio somos nosotros, los que lo hemos habitado más de 50 años, gasté mi juventud y ahora lucho por el futuro de mis hijos y mis nietos”, señaló Ligia.

Esta mujer pequeña de estatura, quemada por el sol y con las manos y el alma arrugadas por tanta violencia ha visto pasar por su vida y su finca al frente 51 de las Farc que le causó el primer desplazamiento y luego en el año 96 a los paramilitares.

“Se metieron en un operativo rastrillo y mataron centenares de campesinos y nos tocó salir huyendo, las balas sonando y nosotros corriendo y durmiendo al aguacero”

Ha visto morir a más 140 líderes y otras más perderse, mientras se quedaba en la extrema pobreza con la llegada de la famosa palma africana.
Sus vecinos, mestizos como ella soportaron, como si fuera poco, los rigores de esa operación Génesis que hizo famoso al General Rito Alejo del Río y que labró a un más la desgracia, dice Enrique con más de 65 años de edad y unas recuerdos amargos de la guerra.

“Se sabía que mataron a tantos, que los tiraron al agua, que los desaparecieron, les decía a la gente que salieran que iban a sacar a la guerrilla”, dijo Enrique.

Junto a otros campesinos del Bajo Atrato, se armaron de valor y regresaron a sus tierras, pero con sorpresa, encontraron que no era la misma.

“Ya la empresa había entrado a sembrar corozo, eso era puro rastrojo, todo se había perdido el ganado y los cultivos se perdieron”
Se encontraron con empresarios de la palma, unos honestos y otros no tanto que los obligaron a dejar sus tierras o venderlas por cualquier peso.

“Me debían pagar 40 millones de pesos, no me dieron la plata y la tierra me la sembraron toda en palma y me dañaron 50 hectáreas de madera”, indicó.

Enrique y Ligia María llevan 11 años luchando por recuperar sus tierras y con ellas la tranquilidad de los días soleados de trabajo en el campo, pero no ha sido posible y su lucha les ha causado graves amenazas y persecuciones, hasta que por su vida los paramilitares han puesto precio.

“A ellos les ha quedado duro de matarme y por eso han pagado 30 millones de pesos para que los señores paramilitares me sacrifiquen”

Pese a todo, al abandono estatal, a la indiferencia de las autoridades y a la burla de los empresarios, siguen peleando por esas tierras fértiles que los vieron nacer y que hoy se disputan las Farc, los paramilitares y algunos aprovechados.

Zonas humanitarias. ¿la salvación?

Los habitantes del Bajo Atrato aprendieron en estos 14 años de leyes, de autos, fallos y órdenes, pero también aprendieron que nadie las cumple y que solo su valor y resistencia les permitirá recuperar las más de 40 mil hectáreas que les fueron arrebatadas.

“Y el mismo gobierno fue el que le dio la ayuda a las empresa de palma, una prueba es Auropalma que era de Carlos Castaño y le abrieron las puertas para los créditos”, señaló uno de los habitantes de la zona humanitaria Las Camelias, ubicada a 4 horas de Apartadó.

“Estamos aquí resistiendo por defender la vida y el territorio, sufridos hasta el berraco, porque todos los derechos que tenemos para reclamar”, agregó.

Para vivir en paz, se organizaron en ocho zonas humanitarias en la cuencas de los ríos Curvaradó y Jiguamiandó. Allí volvieron a dormir a reír y sobre a garantizar que ningún armado se acerque.

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“Tamos encerrados en cuerditas de alambre en zonas humanitarias, porque la guerra que hay en el país, es dura, aquí es una guerra del Gobierno contra las comunidades”, dijo otro de los labriegos.

Después de gozar de la libertad de los inmensos potreros y de la imponencia de los árboles de esas calurosas tierras, los campesinos permanecen encerrados en la zona humanitaria, bordeada con alambres de púa y con letreros que prohíben la entrada, como una alternativa para salvar sus vidas.

“El ex paramilitar Pedro Torrecilla, les pide un cobro a los campesinos para permitir el paso de los alimentos. Aquí siguen las presiones”.

Su libre caminar por la labranza es hoy prevenida y miedosa mientras los troncos secos de los árboles de palma aceitera recuerdan su desgracia.

“Lo amenazan a uno, a mi me amenazaron con ganas de darme el corte, me persiguieron y me escondí en un palo”, contó uno de los afrodescendientes de la zona.

No quieren grandes proyectos productivos, no les interesa el monocultivo, solo aspiran a vivir del maíz y del arroz para no cansar la tierra.

La guerra los llevó a entender que el Gobierno los abandonó a su suerte y que se convirtió en su verdugo. También cayeron en la cuenta que el Ejército y los paramilitares andan juntos, mientras las Farc siguen acechando.

“Ellos cargan una lista y el que encuentren venga pa’ca, en cambio aquí no entra ningún armado”.

En medio de esta vida de esperanza y desilusiones los campesinos inventen, descubren y recrean su vida cotidiana, para no morir de dolor y se preguntan cada día por qué avanza hacia ellos guerra? y por qué pareciera que su vida no existiera como problemática para el Gobierno.

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