Detrás de una esmeralda

¿Serán solo las lágrimas de un dios muisca lo único que se ha derramado por estas dos esmeraldas que con tanta vanidad muestra Víctor Carranza?


Un narcotraficante conocido como ‘el Tuso’ Sierra logró parapetarse a última hora en el paramilitarismo y, años antes de desmovilizarse en Ralito, fue recibido por un alto diplomático de la embajada colombiana de España como si se tratara de un próspero empresario. Ignacio Guzmán, el diplomático que lo recibió, dice que lo hizo porque iba recomendado por el entonces senador liberal Mario Uribe.

El cuentico de que lo recibió porque no sabía de los antecedentes de Sierra tiene para mí un tufillo de permisividad que explica en cierta medida la facilidad con que fortunas logradas en la ilegalidad consiguen convertirse en corto tiempo en fortunas legales. El mejor ejemplo de lo anterior es Víctor Carranza, quien a sus 70 años acaba de salir en la última carátula de la revista Diners, empuñando una hermosa esmeralda de 11.000 quilates, catalogada como la más grande del mundo y avaluada en más de dos millones de dólares. La crónica nos explica que hace ocho años la encontró en su mina y que desde entonces le puso el nombre de Fura. Fura no está guardada sola en la caja de seguridad de un banco en el centro de Bogotá, sino que comparte la soledad con otra esmeralda más pequeña, pero mucho más valiosa, que Carranza bautizó con el nombre de Tena. Hay en su mirada una satisfacción que deja la codicia. ¿Será que este año lo van a elegir empresario del año?

Sin embargo, hace 20 años, Carranza no era nada de lo que es hoy. Como todos los que se dedicaban a la extracción de esmeraldas en la región de Muzo, era un esmeraldero de dudosa reputación, acostumbrado a vivir en su propia ley en medio de guerras clandestinas. Probablemente los esmeralderos construyeron la primera cultura de autodefensas en el país y hasta que el negocio no se legalizó, según la opinión de varios académicos, estas organizaciones operaron con los mismos parámetros de una mafia: con sus propias reglas, con sus propias leyes y ejerciendo el control en los territorios.

Según varias denuncias hechas en 1989 por Ariel Otero, la mano derecha de Henry Pérez, ya fallecido, y por el capitán retirado del Ejército Óscar Echandía, quien aún vive, Víctor Carranza fue uno de los integrantes, junto con Gilberto Molina, el Mexicano y Henry Pérez, de las Autodefensas del Magdalena Medio. De todos ellos, el único vivo es Víctor Carranza.

Si nos atenemos al valioso testimonio de Diego Viáfara, un médico que terminó colaborando con la justicia y que vive actualmente protegido en los Estados Unidos, Carranza financió uno de los cursos de entrenamiento dados por Yair Klein y envió desde el Meta a 12 de sus mejores hombres. ¿Por qué la justicia no ha podido investigar la veracidad de estos señalamientos?

Ha sido acusado de conformar grupos paramilitares en los Llanos, luego de que se encontraron unas fosas en una de sus fincas, pero fue absuelto por un juez. Según El Espectador, en 1993 fue requerido nuevamente por la Fiscalía por los delitos de enriquecimiento ilícito y conformación de grupos paramilitares, pero en menos de un año “saldó su problema”. A comienzos de 1994 fue escogido como una de las 100 personas más influyentes por la revista Dinero y, a pesar de que su imagen se transformó desde entonces, en 1999 fue capturado por el delito de secuestro y paramilitarismo. La Fiscalía lo llamó a juicio, pero un juez lo absolvió. El Alemán lo ha mencionado en sus versiones más de una vez, pero la justicia no le ha iniciado por esos casos ninguna investigación. Dice la revista Diners que Carranza bautizó sus dos esmeraldas con los nombres de Fura y Tena en honor a la leyenda de esos dos príncipes muiscas que se amaron antes de que llegaran los españoles. Tena cumplió la profecía de suicidarse porque Fura era un amor imposible.

¿Serán solo las lágrimas de un dios muisca lo único que se ha derramado por estas dos esmeraldas que con tanta vanidad muestra Víctor Carranza en la revista en mención?