‘Caracortada’ todavía pone a llorar a los Montes de María

Un paramilitar al que le decían ‘Caracortada’ comenzó a confesar cómo en tres años y siete meses en las Auc cometió entre cinco y ocho mil crímenes, la mayoría asesinatos, desapariciones y desplazamientos. En los Montes de María aún preguntan por sus muertos.


Han pasado más de siete años desde su captura y los habitantes de lo que quedó en la región de los Montes de María todavía recuerdan, como si acabara de ocurrir, los hechos protagonizados por el grupo paramilitar comandado por Sergio Manuel Ávila Córdoba, conocido con los alias de ‘120’, ‘Orotú’, ‘El Gordo’ y ‘Caracortada’, por una cicatriz que tiene en el mentón. Fueron 39 meses de terror, entre enero de 1999 y julio 31 de 2002, fecha de ingreso a la zona y la última el día que lo capturaron.

La orden de su jefe, Salvatore Mancuso, fue mantener la zona ‘caliente’ y asesinar entre quince y veinte personas diariamente. Él dice que no lo logró, pero por contado en su versión durante tres días, casi lo consigue.

Sergio Manuel Ávila Córdoba era un hombre de confianza de Salvatore Mancuso Gómez, le administraba las fincas El Chimborazo, San José, El Carare, Villa Amalia, Las Pampas y El Bongo, alrededor de tres mil hectáreas en jurisdicción de El Guamo.

Esa era la rutina de alias ‘El Gordo’, hasta que un día, a finales de 1998 capturaron a Edwin Tirado, alias el ‘chuzo’ encargado de ‘abrir zona’ en la subregión de los Montes de María.

Fue así como lo enviaron en su remplazo para que ‘acabara’ con el Frente 37 de las Farc que delinquía en San Juan Nepomuceno, San Jacinto, El Carmen de Bolívar, El Guamo y Zambrano, municipios de la región de los Montes de María en el departamento de Bolívar. Ávila Córdoba llevaba la orden de posicionar a los paramilitares en estos municipios.

Los ‘paras’ bajo el mando de ‘Caracortada’ asesinaron, secuestraron, descuartizaron, extorsionaron, hurtaron tierras, robaron ganado, tumbaron puertas, incendiaron viviendas, actuaron en connivencia con autoridades civiles y militares, desaparecieron a miles de personas en tres años y siete meses, si acaso el más despiadado momento vivido por los habitantes de esa región del centro de Bolívar, conocida como los Montes de María o Serranía de San Jacinto, una estribación de la cordillera occidental. Cuántos hombres conformaban su grupo, no está claro, pero parecía un ejército de miles por la capacidad que tenían para matar.

La versión que rindió provocó momentos dramáticos, pues fue transmitida a la población de San Jacinto entre el martes y miércoles y a Calamar, jueves y viernes. Durante los cuatro días la concurrencia de víctimas fue masiva. El miércoles, un auxiliar de la fiscalía reportó que a la sede de la trasmisión en San Jacinto llegaron unas cuatrocientas personas. Provenían municipios, corregimientos, veredas y caseríos. Preguntaban por familiares que habían salido y no habían vuelto y más nunca se ha sabido de ellos; por familiares que se llevaron de sus casas; por transportadores; por personas desaparecidas en retenes; por vacas, cerdos, caballos y mulos, que les fueron arrebatados.

En la sala de audiencia en Barranquilla había una afluencia diaria de 50 personas y en Bogotá un grupo de 170 solicitaron transmisión de la versión. Gente que lo perdió todo sin saber por qué, y varios años después no tienen una explicación.

Ávila Córdova confesó 150 crímenes pero era tanta la gente que quería preguntar, que el fiscal debió darles prioridad a las víctimas. Muchos preguntaron por hechos ya confesados, pero también hubo madres y padres, hermanos, abuelas y abuelos, nietos, sobrinos, amigos y vecinos, que encontraron por primera vez una respuesta y comenzaron a realizar un duelo aplazado por casi una década.

Como le ocurrió a una abuela que educó a unos nietos como si fueran sus hijos y uno de ellos está desaparecido. Su nieto era el taquillero de la corraleja, tenía 27 años. Ella que venía de El Carmen de Bolívar, le decía que fueron a buscarlo a La Enea, el basurero, y no lo encontraron. Que a su nieto le decían ‘caballito de palo’, porque andaba en un caballito de madera. Sin ninguna contemplación, ‘120’ le dijo: “A ese, ‘El Chino’ Castellanos lo tiró al río”.

“- ¿Por qué lo mataron? ¿Qué hizo?, preguntaba la señora.

“Él estaba haciendo inteligencia ubicando el paradero de la gente de las autodefensas.” A lo que la resignada abuela sólo atinó a decir, “él era como un hijo, yo lo crié, él no hacía lo que usted dice, era un buen muchacho”.

Otra mujer le preguntaba por qué había asesinado a su esposo delante de ella y de sus dos hijos. Los amarraron a una mecedora mientras le disparaban. Los asesinos tenían la cara tapada.

Otra señora de una vereda de los Montes de María le reclamó que ellos no eran colaboradores de la guerrilla, además le exigía saber por qué maltrataron a su mamá y se robaron el surtido que tenían en la tienda. Ese día mataron en el pueblo de El Carmen de Bolívar a otros tenderos a quienes acusaban de suministrar víveres a la guerrilla. También mataron a un vigilante de un colegio y a un vendedor de butifarras.

Una persona relató que él y su padre se salvaron porque se escondieron dentro de un tanque de agua. Le dijo que habían matado a Restituto Mariño, un hombre que no le hacía daño a nadie. Alias ‘El Gordo’ le dijo que eso lo había hecho alias ‘Amaury’, comandante del Frente Sabanas, que iba desde Zambrano hasta Magangué y desde ese municipio, puerto sobre el río magdalena, hasta la ye de El Bongo. ‘Amaury’ no se desmovilizó y continuó delinquiendo vinculado a un grupo de ‘Aguilas Negras’, pero fue detenido a principios de 2009. Esos hechos los reportó alias ‘Bollera’, un informante y guía, dijo ‘120’.

Luego se presentó un muchacho preguntando por qué habían asesinado a su padre, a quien apodaban ‘el varón’, que lo había asesinado alias ‘Tamayo’.

“Un día me dijeron que no lo buscara, que él estaba muerto”, agregó el muchacho. Ávila Córdoba le preguntó si su padre era uno que vendía celulares. ‘Sí’, contestó el muchacho. Ese hecho lo ejecutó alias ‘El Pambe’, el comandante urbano en Calamar, población a orillas del Canal del Dique y del Río Magdalena. “El cuerpo lo tiraron al río”, le dijo.

El señor se llamaba Agustín Palomino y tenía un local de llamadas desde donde los hombres de las Auc hacían llamadas y según le reportó alias ‘El Pambe’, el propietario entregaba los números a un organismo de seguridad en Barranquilla y por eso lo mataron. Alias ‘El Pambe’ fue asesinado después por el mismo grupo de Ávila Córdoba.

La víctima le dijo que su padre había colaborado con las Auc y no había informado a nadie, que lo estaba llamando era a él que vivía en Bogotá y se encontraba en las inferiores de Santa Fe. “Mi padre”, dijo el hombre adolorido, me llamó para despedirse de mí, me dijo que ustedes lo iban a matar. ‘El Gordo’ reconoció que el señor era una persona de confianza del grupo, pero que a ‘El Pambe’ le había llegado una información de un organismo de seguridad de Barranquilla.

Un momento dramático
En la audiencia de versión libre una madre llegó preguntando por su hijo. La señora relató que el día que su hijo desapareció estaba con sus otros dos hermanos, habían salido para El Carmen y allá, Dalmiro, el desaparecido, se encontró con un amigo, Daniel Taboada Caro. Cuando regresaban, Taboada le dijo a Dalmiro que se quedara, mientras que los otros dos hijos regresaron a la casa. En horas de la noche apareció Taboada y la señora le preguntó qué dónde estaba su hijo y éste le dijo que no sabía. Y así la tuvo durante años, no sabía para dónde se había ido Dalmiro.

Alias ‘El Gordo’ le preguntó a la señora si a su hijo le decían ‘El Camaleón’, y ella respondió que sí. El exjefe paramilitar le dijo que Dalmiro era un miliciano de la guerrilla y la misión de Taboada era llevarlo hasta San Juan, donde lo recogió ‘El Gordo’ en compañía de alias ‘Chocolate’, ‘Pello’ y cuatro hombres de la tropa de alias ‘El Gallo’. A él, dijo, “se le dio muerte y se arrojó al río Magdalena por los lados de La Bodega, sector donde está la bocatoma del acueducto del municipio de El Guamo.”

Las esperanzas de encontrar el cuerpo de su hijo se desvanecieron en un instante. Descubrió que Taboada era un informante que le había mentido durante ocho años y que a su hijo lo asesinaron porque un amigo del pueblo, informante de las autodefensas, lo había hecho incluir en una lista como objetivo militar.

Su amigo, Taboada, según alias ‘Caracortada’, fue quien lo señaló como miliciano. Como consecuencia de la muerte de su hijo, la señora abandonó San Jacinto y se fue para El Carmen de Bolívar y persiguieron de tal manera a su familia que a uno de sus hijos se lo llevaron preso para la cárcel de Cartagena. ‘Mis hijos son inocentes, tienen a la policía comprada’, decía la señora en medio del llanto. La lista la manejaba alias ‘Bollera’, quien obtenía los nombres que la engrosaban gracias a información de la policía.

Listas e informantes
La mayoría de los crímenes reconocidos por Córdoba Ávila en su versión libre, así como los hechos por los cuales le preguntaban las víctimas, tenían como única explicación para que las personas fueran asesinadas y desaparecidas, el hecho de que habían sido incluidas en listas que eran alimentadas por habitantes e informantes a miembros urbanos del grupo armado.

En San Jacinto la lista la confeccionaba y acrecentaba diariamente alias ‘Bollera’, a quien llamaban así porque era hijo de una hacedora de bollos. Por lo general la lista con los objetivos era manejaba por el jefe del grupo en cada municipio y a la vez ellos mismos ejecutaban las órdenes, la mayoría de las veces sin consultar con ‘120’ o ‘Caracortada’.

En Calamar la romería de habitantes ante alias ‘Pambe’, el jefe del grupo en ese municipio a orillas del Río Magdalena, para denunciar a presuntos auxiliadores de la guerrilla era permanente y tenía una orden general de ejecutar sin preguntar. Alias ‘Pambe’ fue asesinado por sus compañeros por orden de sus jefes, pues se estaba excediendo.

Un gran número de miembros del grupo comandando por alias ‘120’ se encuentran muertos o desaparecidos, como ‘Betún’, ‘El Pollo’, ‘Bollera’, ‘Cantinflas’, ‘El Grillo’, ‘Negro Papaya’, ‘Chocolate’. Algunos están presos, como ‘El Chino’ Castellanos y ‘Mano e Trinche’, y otros siguieron delinquiendo como alias ‘Tatá’, quien al parecer se enroló en un grupo de ‘Águilas Negras’. De otros, se desconoce su paradero, es el caso de José, el informante de El Carmen de Bolívar, quien había pertenecido a la guerrilla, se entregó al ‘estado mayor’ de las Auc y estos consideraron que era conveniente utilizarlo como informante. También se desconoce el paradero de alias ‘Taboada’, informante en San Jacinto y ‘Flaco Peye’. ‘Wadi’, ‘Hielito’, ‘Cachaco Negro’, ‘Flaco la Muerte, ‘Cocú’, y ‘Bigote’, entre otros mencionados por él en estos cuatro días de audiencia como colaboradores y responsables de homicidios, desapariciones, secuestro y extorsión, entre otros delitos.

Pero entre los informantes no sólo había personas de la población civil simpatizantes del proyecto paramilitar, el grueso de la información –según Córdoba Ávila- era suministrada por miembros de organismos del estado, en especial Policía, Armada Nacional y Ejército. Es el caso de ‘La masacre de Capaca’ cometida el 19 de agosto de 1999, en la que participaron presuntamente 12 soldados bajo las órdenes del Cabo Barreto.

Un día, Salvatore Mancuso llamó a alias ‘120’ para decirle que lo iba a visitar una persona enviada por él para realizar una incursión. El emisario resultó ser el cabo y la orden era atacar esa población. El grupo además estaba compuesto por 20 hombres de las autodefensas comandados por el mismo Córdoba Ávila. Los 32 hombres armados, una operación mixta dirigida por un civil al margen de la ley y un suboficial de la Infantería, partió de Zambrano hacia el Carmen de Bolívar y de ahí hacia la vereda. Una señora le preguntó por qué habían asesinado a su padre, José de la Hoz Payares, a quien sacaron de su casa, y ‘El Gordo’ dijo que no sabía porque la información la tenía el cabo.

Barreto fue asesinado pocas semanas después por la guerrilla en una operación en la que fue secuestrado Eduard Cobos Téllez, alias ‘Diego Vecino’, a quien no identificaron y dejaron en libertad.

Finalmente, además de las listas de víctimas, había personas que se morían por su oficio. Por ejemplo, había una orden ‘genérica’ contra los vendedores de galletas carmeras (rellenas de coco), que se ubicaban en el sitio conocido como Gambotico, a orillas de la Troncal de Occidente en el cruce de la carretera que une a Bosconia (Cesar), Plato (Magdalena), Zambrano y Carmen de Bolívar, a quienes consideraban como informantes y auxiliadores del Frente 37 de las Farc.

Otro grupo social contra quienes pesaba sentencia por su oficio, eran los conductores de Willys que transportaban personas y víveres entre las cabeceras municipales, corregimientos y veredas. Los paramilitares improvisaban retenes, los bajaban de sus carros y los asesinaban, incendiaban los vehículos y los cuerpos eran arrojados al río. La razón para asesinarlos era porque consideraban que subían víveres y llevaban y traían razones desde y hacia los campamentos guerrilleros.

Aunque Córdoba Ávila ha concurrido a una docena de audiencias, todavía no ha reconocido ni siquiera el diez por ciento de los crímenes cometidos por el grupo bajo su mando, que dependía entonces del Bloque Sinú y Sabanas. Pero le pidió al fiscal Francisco Álvarez que solicitara su traslado de la cárcel de Urrá a La Modelo de Barranquilla para poder conseguir más información con los miembros del grupo que están detenidos en la capital del Atlántico.

Una tarea sin duda dispendiosa, pues, según le informó al fiscal, el cree que en los 39 meses que permaneció en la zona pudieron haber miles los crímenes que cometieron él y sus hombres. Por eso, porque no está claro qué pasó con la vida y bienes de miles de personas, cuando ‘Caracortada’ habla, la gente de los Montes de María todavía llora.

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