Bandas criminales: la genética no miente

Las autoridades persisten en un diagnóstico ficticio: las bandas criminales son un fenómeno nuevo y sin continuidad con los paramilitares. La evidencia abrumadora prueba todo lo contrario: son los mimos con las mismas y por las mismas razones – en distintas circunstancias-. Reconocer esta identidad básica es condición para poder derrotarlos.


Otra vez la misma historia

En Urabá no se abrieron los negocios. Acandí, Unguía, Turbó y Apartadó estuvieron paralizados. Todos obedecieron la orden de cerrar el comercio. Los trabajadores bananeros no fueron a las plantaciones; los retenes daban miedo. Eso pasó un miércoles, hace más de tres años.

El 15 de octubre de 2008, cuando las Autodefensas Gaitanistas de Colombia proclamaron su existencia, con frentes en varios departamentos del país [1], ordenaron un paro para hacerse sentir. La Policía anunció capturas, manifestó que se trataba de una “estructura militar” para “enmascarar” la actividad criminal, y anunció medidas de choque para acabar con el grupo, particularmente orientadas a la detención de su cabecilla visible, Daniel Rendón Herrera (conocido como Don Mario o el Viejo).

El 28 de octubre de 2008, el general Oscar Naranjo reaccionó haciendo “un llamado a todos los habitantes de Urabá, Córdoba y Antioquia que han sido sometidos por el terrorismo de este individuo (alias Don Mario) para que tengan confianza en la autoridades, para que a partir de estos resultados que son concluyentes (las capturas), realmente se acerquen a nosotros y nos ofrezcan información que nos permita capturarlos”.

Don Mario cayó efectivamente el 15 de abril de 2009. El entonces ministro de Defensa Juan Manuel Santos dijo que era un gran golpe, que Don Mario no iba a tener ningún tipo de beneficio, puesto que se había salido “del proceso de Justicia y Paz para delinquir”. Era el fin de las Autodefensas Gaitanistas.

La página de Internet de la Fiscalía General de la Nación reporta que Don Mario, desmovilizado del Bloque Héroes del Llano, comenzó a rendir versión libre ante Justicia y Paz el 3 de noviembre de 2009 y no ha parado: ha participado en más de 60 sesiones.

Desafortunadamente, las noticias de hoy muestran un panorama aterrador. Las Autodefensas Gaitanistas son la misma organización que se conoce ahora con el nombre de los Urabeños. Los mismos que ordenaron un paro en varios departamentos al inicio de este año como respuesta a la muerte de su último jefe, alias Giovanni.

Las autoridades nacionales manifestaron sorpresa frente a la capacidad del grupo. El 6 de enero pasado, el propio ministro de Defensa dijo que la reacción no se había dado antes por falta de una denuncia y que ahora sí ve la necesidad de “elevar los mecanismos de inteligencia y judicialización, porque lo que es importante es que no se presenten de manera sorpresiva estos hechos (…) sino que se pueda actuar antes y no después”.

Igual que hace tres años, el gobierno nacional volvió a anunciar importantes capturas y convocó a la ciudadanía a que “no se dejen amedrentar por amenazas”. Dijo el ministro:

“la gente debe recuperar la confianza”, entre otras razones, porque “una vez la Fuerza Pública reacciona, hace presencia, pues las cosas deben normalizarse”.

Pasaron más de tres años entre los dos paros: el discurso y las medidas oficiales son casi idénticas, mientras la capacidad coercitiva del grupo armado creció. Es hora de reflexionar sobre la naturaleza de estos grupos, sus modos de actuación y la efectividad de las medidas tomadas hasta ahora para combatirlos.

Son los mismos con las mismas

Es necesario comprender las raíces de cada uno de estos grupos, entender su estructura, comprender la naturaleza voluble de sus relaciones y analizar su evolución. También es necesario cortar sus lazos con las autoridades.

Continuidad de fenómenos pasados
La división que quiere hacerse entre los paramilitares de ayer y las bandas criminales de hoy es artificial. La desaparición del aparato criminal denominado Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) no representó el fin de los grupos que se coaligaron bajo ese mote para tener interlocución política con el gobierno de Uribe.
La desmovilización paramilitar fue un proceso calculadamente imperfecto e incompleto. La falta de control oficial sobre la desmovilización permitió que los paramilitares usaran las ceremonias de entrega como escenarios de escondite de personas y de unidades militares enteras. Como resultado, el desvanecimiento de las AUC dio pie a un proceso de reestructuración de los aparatos criminales que, además, hizo evidente la fluidez de la estructura y su naturaleza asociativa difusa.

El narcotráfico siempre determinante

El proceso de desmovilización de las AUC puso de manifiesto el papel prominente del narcotráfico en el fenómeno paramilitar. La mesa central estuvo repleta de narcos, incluyendo a Gordolindo, los Mellizos, el Tuso Sierra, Cuco Vanoy, el Arcángel o el Hombre de los líquidos, y Don Berna, por nombrar sólo a algunos.
Que se haya negociado con narcotraficantes y que la reconfiguración de los grupos armados de hoy esté signada por la economía ilícita debería ser un tema de discusión pública y de establecimiento de responsabilidades.

La división que quiere hacerse entre los narcotraficantes de hoy y los grupos paramilitares de ayer es falaz. Desconoce los vínculos históricos del paramilitarismo con el narcotráfico y el apogeo del negocio ilícito durante su operación.

Estructuras fluidas , sin jerarquías clásicas, pero arraigadas en lo local
Los grupos armados no tienen una estructura jerárquica clásica ni todos comparten orígenes ni formas de organización comunes. Además, dos de sus cualidades más destacadas son su naturaleza voluble y su necesidad de evolucionar. Son fenómenos organizacionales con distintas lógicas y diferente grado de maduración. Extender el diagnóstico de un grupo a otro puede llevar a cometer errores que limitan la efectividad de las acciones oficiales contra estas organizaciones.
El punto se ilustra mejor con un ejemplo de las diferencias: la organización de Los Rastrojos es distinta de la de Los Paisas. Sus orígenes diversos condicionan su evolución y su relación con realidades locales y con agentes privados y públicos.

Los Rastrojos tuvieron una manifestación inicial condicionada por la lógica del norte del departamento del Valle. Existen como organización desde hace dos décadas, con presuntos vínculos históricos con la Policía y con un aparato armado que ha controlado territorios extensos.
Este grupo intentó ingresar en la mesa de negociación de Ralito bajo el mote de Rondas Populares Campesinas, comandadas por alias Mondragón, también conocido como Jabón o Wílber Varela, un ex policía. Pero luego, al no ingresar en el proceso de desmovilización, iniciaron una fase de expansión y desataron varias guerras internas y externas que han llevado a la muerte y captura de sus líderes públicos, incluyendo a Jabón, sin que esto haya desacelerado el crecimiento del grupo ni su lucrativo negocio. En su aparato militar hay varios mandos medios del Bloque Central Bolívar y aún mantienen lazos estrechos con oficiales de la Policía.
En cambio, los Paisas representan una expresión criminal que se manifestó después de la desmovilización, haciendo explícito el poder del crimen organizado de Medellín. El grupo de los Paisas se inició bajo el patrocinio de Don Berna, con acciones urbanas y rurales. En Medellín su influencia es obvia y generalizada, sobre todo por las alianzas con combos y pandillas. En zonas rurales, como en el Nudo de Paramillo, los pobladores observaron el sinsentido de la supuesta desmovilización del bloque paramilitar Héroes de Tolová y la reaparición días más tarde de Los Paisas.
La presencia de estos grupos en territorios y comunidades y su control de mercados y rentas ilegales les exige adoptar formas de organización suficientemente rígidas como para ejercer funciones de seguridad y control, incluyendo reclutamiento y entrenamiento de tropa, control de las transacciones comerciales, control de la población, actividades de combate, planeación y ejecución de asesinatos, extracción de información y operaciones de inteligencia.
Sin embargo, también deben mantener suficiente flexibilidad y libertad como para involucrarse en las dinámicas locales [2] y responder a manifestaciones concretas de poder.

Vínculos funcionales con el aparato estatal

Uno de los elementos determinantes de los grupos armados organizados que controlan territorio y mercados es su relación con miembros de la Fuerza Pública y las élites locales.
Cuando en julio de 2011 fue asesinado Ángel de Jesús Pacheco (alias Sebastián, jefe de Los Rastrojos en el Bajo Cauca y ex mando del Bloque Central Bolívar), se hicieron evidentes los vínculos y tentáculos oficiales de Los Rastrojos. Los hombres que lo asesinaron (sus escoltas), entregaron a las autoridades múltiples registros que comprometían seriamente en a miembros de la Policía, del Ejército y del DAS. Desafortunadamente, este no es un caso aislado.

La cohabitación de Los Rastrojos y Los Urabeños con la Policía y el Ejército, y otras autoridades es muy similar a la que tuvieron los grupos paramilitares. Desde sus orígenes, el paramilitarismo colombiano mezcló propósitos contrainsurgentes con intereses económicos. Su relación encubierta y cómplice con algunos agentes estatales giró en torno de intereses privados; no siempre estuvo en función de fines contrainsurgentes. No ejercen el poder local – esto sería demasiado obvio – sencillamente, aprovechan el desgobierno típico del “nadie ve y nadie sabe nada”.

Capacidad coercitiva de la violencia

Las fluctuaciones en los patrones de violencia son de esperar en cualquier conflicto armado, particularmente cuando hay cambios en los actores.
Los Rastrojos, los Urabeños y los Paisas tienen en común el hecho de haber abandonado el uso de la violencia como forma de exterminio; en cambio, la violencia es utilizada como un instrumento o un medio coercitivo.

El uso masivo de violencia por parte de los paramilitares fue el método perfecto para que sus sucesores pudieran aplicar una estrategia de violencia coercitiva, disminuyendo el uso de la violencia física. Sobre este punto recalca Kalyvas que “el terror exitoso implica bajos niveles de violencia, dado que la violencia no tiende hacia el camino de la estabilización. La coerción falla si simplemente destruye el sujeto cuyo acuerdo o consentimiento se busca” [3]. Esta es una de las razones que explica por qué los índices de la violencia de hoy son menores que los de los años pasados. Pero la disminución de violencia física no debería llevar a la conclusión – errada, pero generalizada – de que la situación está mejor.

Para encarar la amenaza

En febrero de 2010 la Policía Nacional anunció una campaña en contra de estos nuevos enemigos. “Por un país sin bandas criminales” rezaba el slogan de la campaña publicitaria que difundió El Tiempo. Los objetivos: informar a la ciudadanía de la amenaza, hacer públicos los éxitos y lograr apoyo para este “nuevo” esfuerzo. Pero las cosas no van muy bien.

La Policía alertó sobre esta “nueva” amenaza desde que se llevaban a cabo las ceremonias de la desmovilización paramilitar, en 2005. En ese momento, sus cálculos advertían que había bandas emergentes por todas partes, que podían reunir unos 4.000 hombres en armas. Hoy, la Policía reporta miles de capturas y centenares de muertes, y manifiesta que los miembros activos en los grupos también están por los miles. La matemática es un misterio, pero lo cierto es que los grupos tienen el don de la multiplicación.

Las versiones oficiales afirman que este es un fenómeno inédito; que estos grupos no tienen que ver con los del pasado. Pero a todos los que buscan y todos los que caen están ligados con fenómenos paramilitares o de narcotráfico que se conocen de vieja data.

Si bien es comprensible que la versión oficial no quiera reconocer la continuidad entre la criminalidad de ayer y la de hoy, parecería más sano y más honesto aceptar la evolución de los aparatos criminales en vez de seguir cultivando el cuento de bandas criminales nuevas. Negar la continuidad de estos aparatos armados es obstaculizar la comprensión de un fenómeno que crece y se consolida. El pasado da pistas, no lo neguemos.

Es necesario hacer frente a la lógica del mercado ilegal de manera integral, incluyendo:

la puesta en marcha de una estrategia de inteligencia efectiva;
la captura y judicialización de los miembros de los grupos armados,
la desarticulación de lógicas locales que favorecen las empresas criminales,
la desarticulación de las alianzas entre estos grupos armados y la fuerza pública y otras manifestaciones del poder público, y (probablemente lo más difícil)
adoptar una política integral para encarar el narcotráfico (incluyendo las dimensiones sociales y de salud del fenómeno).
El reto es gigantesco y lo que no podemos seguir haciendo es sorprendernos por el poder coercitivo que tienen estos grupos. Es hora de asumir el pasado, reconocer los errores y encarar con seriedad una amenaza capaz de desestabilizar al país.
La confianza de la ciudadanía en la Fuerza Pública y la desarticulación del temor que experimentan los pobladores no se logran con declaraciones vacías. Es hora de actuar y de poner en marcha mecanismos que no dependan de la exposición de los ciudadanos, sobre todo, mientras siga el desgobierno en zonas rurales y urbanas marginales.

* Socio fundador e investigador de la Corporación Punto de Vista. mreed@cpvista.org

http://www.razonpublica.com/index.php/conflicto-drogas-y-paz-temas-30/2662-bandas-criminales-la-genetica-no-miente.html