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Alto Ariari, Testimonio de un regreso: Recuperando la dignidad que la guerra pretendió arrebatarles

Habitando nuevamente su Territorio en el Alto Ariari, salvaguardando la vida, su memoria y dignidad en la Zona Humanitaria de la vereda El Encanto, municipio El Castillo – Meta, un grupo de familias de la Comunidad Civil de Vida y Paz, continúan afirmando sus derechos a la vida y el territorio.


Además de su regreso a la zona humanitaria han iniciado las primeras exploraciones para la conformación de la quinta Zona de Reserva de Biodiversidad y Pan Coger del país. Las anteriores son tres cacarica y una en curvaradó, como mecanismo de protección de la biodiversidad y de recuperación de las siembras de pan coger.

El semanario El Espectador, publicó un artículo de Gladys Jimeno, el pasado 25 de junio: “Testimonio de un regreso: Recuperando la dignidad que la guerra pretendió arrebatarles”, el que reproducimos en su totalidad.

El reportaje realiza un recuento de la historia de la violencia política contra esta comunidad, que hoy en medio de nuevas amenazas, en medio de señalamientos, de tergiversaciones y judicializaciones afirman su dignidad, sus derechos, su memoria.

Regresan al Alto Ariari 27 familias de las más de 700 desplazadas del año 2002 al momento.

Testimonio de un regreso: Recuperando la dignidad que la guerra pretendió arrebatarles

Gladys Jimeno Santoyo

El 18 de marzo 27 familias campesinas desplazadas de 23 veredas del municipio del Castillo, Meta, acompañados de su dignidad, sus miedos, sus esperanzas, de los abuelos y abuelas, jóvenes, niños, niñas y hasta con los animales más queridos como sus perros y gallos, regresaron a las tierras de las que fueran desalojadas a partir del año 2002, cuando el conflicto armado los sumó al continente de desplazados por las acciones de guerra en Colombia.

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Del momento del desplazamiento hasta hoy que regresan, han sufrido el despojo, la persecución sistemática, la espera infructuosa de condiciones de paz y mínimas condiciones de seguridad dadas por las autoridades. Regresan bajo la forma de Comunidad Civil de Vida y Paz. Compraron una finca para hacer pie y darle el carácter de Zona Humanitaria al caserío del Encanto, muy cerca de Puerto Esperanza.

Los acompañan miembros de la comunidad internacional de Estados Unidos, Canadá, España, Italia, y la Iglesia. La zona humanitaria sigue los Principios rectores de los derechos de los pueblos, pero sobre todo tiene la fuerza de vida de sus gentes, con las esperanzas y semillas sembradas en sus tierras y en la memoria de tres generaciones que han vivido bajo la persecución y la violencia política y social. Ésta que hoy se continúa sobre sus hijos, quienes sin haber cumplido los siete años ya han sido testigos de estas mismas condiciones.

El desplazamiento actual empezó así:

“El 20 de enero del 2002, se rompieron los acuerdos entre las FARC y Pastrana: se acabó la zona de distensión. Vino el operativo La Conquista. (…)La zona de despeje eran 5 municipios: Mesetas, La Uribe, La Macarena, San Vicente del Caguán y Vista Hermosa. El ejército pensaba que la guerrilla iba a repuntar por esta cordillera así que enviaron unos 16.000 soldados en esa operación. Desde Puerto Esperanza veíamos cómo se tomaban ese filo de Don Pacho Silva. Avanzaban e iban tirando bombas pero como era verano el potrero se incendió y se subieron hacia estas veredas. (……)

Sucedieron varios hechos… Todavía la gente no se había desplazado. Se pusieron las denuncias (… …) pero todo quedó allí, las entidades regionales guardaron las denuncias. Pasó la operación y empezó a entrar gente armada del Dorado, zona de influencia del paramilitarismo, a robarse el ganado. En la primera arremetida se robaron como 1.500 cabezas. Lo llevaban al Dorado, era como abril y mayo, el alcalde Eusse Rondón -muerto ya- lo legalizaba y lo echaba para Bogotá.

El argumento es que era de la guerrilla e iba confiscado, pero no es cierto, era ganado hurtado a los campesinos. El que no enviaban lo entregaban a personas. A algunos les devolvieron reses, pero esos tenían que seguirles pagando impuesto mensual. Hubo un receso de estos hechos y se pensó que esa arremetida de robos y terror había pasado, pero todavía había guerrilla y combates abajo, entonces volvieron los paramilitares. (……)Apenas se supo que volvían los del Dorado, abandonamos las casas, se dejó abandonado todo porque la orden que traían –sabíamos– era arrasar con todo. Esta era una región de comercio, cafetera, agrícola, ganadera, de paz, de trabajar juntos y ayudarse. La gente ese día sacó lo que pudo y se retiraron para las veredas de la Esperanza, el Retiro, la Cima.

Mi hija de 7 años dice que no vuelve, por el recuerdo de la huida, tenía 3 años en ese momento, pero guarda esa historia, ese resentimiento pues casi se ahoga en la salida, un trauma. Se metieron a Puerto Esperanza, hubo combates con la guerrilla todo un día y mirándose vencidos pidieron el avión fantasma, eso parecía una noche de navidad, bombas, ametrallamientos, luces de bengala, el fantasma… Pelearon. (…) (…) La gente permanecía en la Cima. La fuerza pública restableció el control. Vino el saqueo del Puerto por los paramilitares, todas las casas una por una, bajaron todo lo saqueado por entre los puestos de control y nadie dijo nada… (…) …y se llevaron todo. En Puerto Esperanza hubo bombazos, entraban por el frente o por atrás a las casas, le pegaban un tiro a las chapas y robaban. Duramos en las veredas como dos meses, la Cruz Roja llevó alimentos para los campesinos pero los paramilitares impidieron la entrega. Paulatinamente, todos se fueron dispersamente a distintas regiones, a Villavicencio, Puerto Toledo, Bogotá, La Julia, La Uribe, La Paz.

La gente salió arriadita y se tomaron los paramilitares la región. En ese filo hicieron campamento, cambuches, trincheras y desde ahí dirigían operativos, como casi un año. Destecharon casas y empezaron a robarse también el ganado de los campesinos en la parte alta. Se multiplicó el ganado robado, como 3000 cabezas, lo guardaban en la tierra de dos personas de aquí que les habían ocupado sus fincas, quemaron casas de campesinos porque según ellos eran auxiliadores de la guerrilla. En este momento hay gente con problemas psicológicos en Villavicencio por pérdida de sus familiares y de todo lo que habían hecho en 20, 30 años. Algunos pensaron que con todo lo que pasó esta región no iba a volver a florecer y mire usted hoy, aquí estamos otra vez. Hoy regresamos y vea la gente, a pesar de todo, esta alegría y esta vida.”

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(…)“Fue duro regresar. Los desplazados nos fuimos encontrando, empezamos a ubicar a las personas uno por uno, difícil por la falta de dinero y alimentación porque si uno va a una actividad deja de comprar una panela para su hijo. Empezamos a pedir ayudas humanitarias, a juntarnos y a ser acompañados por la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, los Claretianos y así empezamos a organizarnos los que habíamos huido. Fuimos haciendo conciencia de volver a nuestro territorio. Entonces empezaron las amenazas y los asesinatos, ya habían asesinado a otro compañero cuando fue a Reinaldo, estábamos en una reunión en la Red, nos tomamos una aromática porque estábamos en ayunas y me dijo encárguese de esto que me voy a una reunión de derechos humanos a la Defensoría. Nos dispersamos.

Llegué a mi penhouse en el barrio de invasión de la Nohora y ya en la noche me avisan…asesinaron a Reynaldo. Salí en calzoncillos corriendo, no sabía que hacer. Yo no pude ir al velorio, ni al entierro. Seguimos de todas maneras organizándonos. Nos mataron el primer compañero, luego 2, 3. Evaluábamos lo que era esta región y en qué contexto de guerra habría que regresar si queríamos restituir nuestra dignidad y lo que teníamos. Analizamos qué exigirle al Estado. Averiguamos el listado de los asesinatos: 137 del Castillo del 2002 al 2006. Con nombre propio, cédula, y quién es responsable. (…)

Tenemos el memorial de lo que exigimos, retorno, dignidad, justicia, verdad. Se pidieron medidas cautelares (de protección) y las dieron el 16 de agosto de 2004, llevamos 2 años de medidas de la CIDH. Pero en Villavicencio las medidas fueron algo dificultoso, no nos respondieron a las medidas y a cambio, las mismas entidades de gobierno empezaron a llamarnos por altavoz y a ponernos en evidencia y riesgo, porque en esos sitios viven cuatro oídos. (…) Les dijimos entonces a las entidades que se comunicaran con cancillería y ella nos comunicara. La protección no podía ponernos en más riesgo. En la noche empezó a llegar la policía sin avisarnos y otra vez el peligro, sin conocer cómo iban a proteger y cuál era la metodología de ellos. Tuve que salirme de la Nohora. Pedimos al Gobierno una tierra para hacer proyectos productivos y regresar y nos han dicho que no podían pues no había procesos de investigación para poder hacer reparación y que tampoco tenían dinero.”

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A la Zona Humanitaria de El Encanto se llega por Puerto Esperanza, hoy totalmente abandonado y derruido. La impresión es de una inmensa tristeza y soledad asomada allí y contrasta con el retorno de hoy tan lleno de vida, de valentía, de decisión, de deseo de volver a sus tierras, de defender sus sueños y enfrentar la pesadilla que ha sido la guerra. Estas mismas familias ayer fueron perseguidas por liberales, después por ser del Partido Comunista, luego de la Unión Patriótica y hoy por querer vivir en sus tierras del Alto Ariari. Tierras en las que desde los años cincuenta se conoce que son una bolsa futura de petróleo. Los retornados se enfrentan a la persistencia de las amenazas individuales y colectivas, a la continuidad de la presencia y control en esta región de los sectores paramilitares del Meta (a pesar de la desmovilización y el desarme del frente que había). Los paramilitares de hoy se llaman Autodefensas del Meta y actúan.

Esta guerra que sufrimos todos los colombianos empezó hace 50 o más años. Y hace esos mismos años que la libertad de pensamiento y pertenencia política es perseguida. Ayer surgieron ejércitos ilegalmente armados que se llamaron los “limpios”, los “chulavitas”, hoy se llaman los “paramilitares”. Han sofisticado sus armas y métodos, pero todos tienen en común, que se han creado para defender el “establecimiento”. La gente perseguida sigue siendo la misma por distintas generaciones. La misma guerra, las mismas razones y motivaciones, con indultos, amnistías y victimización de las víctimas. Sin justicia, sin reparaciones. Con continuación de la exclusión, la pobreza y la falta de garantías para ejercer las libertades, los derechos y una vida digna.

Uno de los abuelos cuenta:
“…Hemos sufrido muchos desplazamientos desde el 48, primero mi familia salió obligada del Valle para Caldas y de Caldas para acá… acá, al fin y al cabo, construimos una finquita. En mi recuerdo en el 85, 86, empezaron a matar compañeros que no le hacían daño a nadie. Sucedió con la Unión Patriótica. Asesinaron a Maria Mercedes Méndez, una alcaldesa que sólo vivía para las comunidades organizadas y no organizadas y a William Ocampo, alcalde elegido que le recibió. Salieron para Villavicencio a los 3 días de posesionado y los mataron a los dos. Allí empezó duro la situación y empezamos a sufrir temor. En los caminos cogían a la gente, los desaparecían, los mataban por hacer parte de la organización pero aunque esto haya pasado y pase, no se acabará la lucha, nuestra resistencia, porque nosotros estamos caminando y dejando semilla. Estamos pobres, desplazados, y nos han matado amigos, familiares, hemos perdido todo pero aquí estamos y tengo fe en que el estado tendrá que pagar todas las fechorías que ha hecho. Esta gente que venía matándonos era de San Martín, de Cubarral, y venía desde Antioquia, fue cuando fundaron las convivir y el MAS”

Una matriarca cuenta:

“Hace 53 años vivo en esta región. He sufrido 4 desplazamientos. El primero fue cuando liberales y conservadores en Baraya, Huila. Mi padre no quiso voltearse como conservador y entre el cura, el comandante de la policía y el del ejército, dieron la orden de matar a la familia y no dejar ni a uno. Nos avisaron, váyanse todos, yo tenía 5 años, salimos dejando todo. Fue trágico, pero hágale y a cruzar la cordillera del Huila hasta salir al Guayabero, por unos paramos en los que uno encontraba la gente muerta de frío. Pasó la Violencia del 48 y salimos a San Juan de Arama. Reconocieron a mi papá como liberal y lo volvieron a perseguir porque en el Guayabero aplicaba inyecciones, curaba gente y entonces que era médico de la chusma.

Estacionamos un año en una vereda en Lejanías y una noche nos tocó salir al amanecer hasta aquí para que no nos mataran a todos otra vez. Era pura selva, sólo había una finca, se organizó un frente democrático y por organizarnos empezamos a ser perseguidos. Aquí no se encontraba sino a tigres y leones. Era montaña y cada 15 días se unían las familias para ir a traer la remesa. Como no había plata se trabaja con manovuelta: cada familia iba un día o dos a una finca, ayudaba y luego se devolvía la mano, así se fueron levantando las fincas y el frente democrático. Ahora empezó duro otra vez aquí la violencia y me mataron un hijo de crianza de 18 años y otra vez, los paramilitares, dijeron vamos a matar a toda la familia. Al hijo lo desaparecieron y entonces volví a salir desplazada para salvar la vida de mis otros hijos. Fue el primer grupo de paras que se formó aquí en el Dorado.

Teníamos que dormir en el monte. Hasta que hace 4 años nos tocó salir perdiendo todo, por la invasión de los paramilitares (…) que entraron persiguiendo, amedrentando, matando jóvenes. Citaron a todas la juntas de acción comunal a trabajar con ellos, ¡cómo iba a atender yo ese llamado! Me tocó entonces salir a Villavicencio. Se posesionaron de mi finca, acabaron el ganado, como 70 novillos, todos los días mataban dos. Hicieron ahí base como dos meses, guardaban el ganado que robaban Había 200, 300, 400 paramilitares. Allí pagaban, compraban, llegaban carros, detenían campesinos, llevaban heridos, se moría gente. A un muchacho lo llevaron y lo tuvieron amarrado en un corral, como un animal, al botalón.” …”Después de que se rompieron los diálogos en el 2003, sucedió el desplazamiento, salieron más de 700 familias. Cada familia de por lo menos 3 o 4 personas. Llegaban los paramilitares como langostas, se comían lo que había en las fincas y quemaban después lo que quedaba. Pero hoy estamos regresando para recuperar la finca.”

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