Alfonso López Peralta

Alfonso, líder campesino, miembro de la Unión Patriótica y el Partido Comunista fue asesinado a la 1:00 a.m. al lado de su hogar, en el caserío San Francisco, corregimiento de Cumacá, municipio de Tibacuy, Cundinamarca.


En desarrollo de una segunda fase de arrasamiento contra la oposición política y la organización campesina de base, la estrategia paramilitar lo asesinó como parte de un silenciamiento y aleccionamiento colectivo para los habitantes de la región del Sumapaz.

Su crimen, como los de la casi totalidad de los 5000 integrantes de la oposición política permanece en la impunidad. 7 años, y su nombre figura en anaqueles putrefactos de desidia, otro bloque en el gran monumento de la impunidad.

En medio del silencio pretendido, del terror que inocula las conciencias y lleva al olvido, la memoria sigue viva, se huele, se filtra, se muestra a través del café, de las tallas indígenas, de la creatividad y de la terquedad, de quiénes en silencio o abiertamente continúan en las tierras de Cundinamarca y el Sumapaz, sosteniendo la posibilidad de otro destino, en democracia y dignidad.

Estas son las palabras de uno de sus hijos, Fernando en el libro titulado: “Me van a matar”

La última vez que compartimos personalmente, en nuestra despedida, nos dimos un fuerte abrazo como pocas veces, le acaricié la cara y como un presentimiento le expresé que se cuidara porque quería volverlo a ver. Hace pocos días atendió al teléfono y casi no pudo hablarme porque el llanto no se lo permitió. Sabía que en cualquier momento atentarían contra su vida, nunca quiso abandonar su vieja, su finca, menos sus ideas lo cual era una cuestión de honor…

Esta sentencia de muerte es un decreto contra toda persona que se oponga al enriquecimiento de unos pocos y al empobrecimiento y exclusión social de las mayorías. A mi padre lo mató su pasión política, lo mató sus discursos encendidos contra la corrupción y la impunidad, lo mató sus palabras de campesino puro cargadas de peticiones para atender las necesidades más sentidas del pueblo. A mi padre lo mató la intolerancia política que hay en Colombia.

Lo que más duele es que en Colombia nos estamos matando entre la gente humilde, la gente de escasos recursos, entre los excluidos. Quienes le dispararon a mi padre son muchachos pobres, de escasos recursos. En Colombia quienes disparan, quienes se desploman, quienes se abrazan y lloran de verdad son gente humilde, de escasos recursos, que pasan muchas necesidades. Esos son los muchachos de la Guerrilla, del Ejército, de los Paramilitares, de los grupos delincuenciales. ¿HASTA CÚANDO?

Quiero que Ustedes se enteren que mi padre, Alfonso López Peralta, no era un delincuente, no era un guerrillero, no portaba armas, nunca atentó contra la vida de nadie, ni jamás lo haría. Que me siento orgulloso de su inquebrantable apego a la edificación de una sociedad más justa y equitativa por la vía pacifica.

Bogotá, D.C. septiembre 20 de 2010

Comisión Intereclesial de Justicia y Paz