Al habitante de calle no lo invitan a participar de su destino

Dice Alberto López, líder de esa población
“Al habitante de calle no lo invitan a participar de su destino”

Un arquitecto, que por 15 años ha vivido en la calle, habla de las formas de atención obsoletas, del temido pero probable retorno de los escuadrones de la muerte y de opciones para solucionar los problemas tras la intervención del Bronx.

En medio del problema social desatado tras la intervención del Bronx, que dejó a miles de habitantes de calle deambulando por la ciudad, se han puesto sobre la mesa distintas alternativas de solución, desde limitar sus derechos hasta crear campamentos humanitarios donde puedan recibir atención y consumir drogas con libertad. Sin embargo, poco se ha escuchado lo que ellos quieren. El Espectador habló con el arquitecto Alberto López, quien ha habitado la calle por más de 15 años -hoy vive en un centro de atención del Distrito- y es líder de esa población.

Después del operativo en el Bronx, dije: “Ojalá la respuesta social sea tan limpia y eficaz como el operativo militar”, y no ha sido así. La población de habitantes de calle en el centro ha aumentado muchísimo, la cobertura de los servicios, entre Idipron y la Secretaría de Integración, no llega a dos mil. Vi que dieron una cifra de tres mil y es falso. Estoy en este momento en uno de esos servicios y veo que no tiene esa cobertura.

Por descuidos de mi conciencia empecé a consumir bazuco hace 25 años y llegué a vivir en la calle hace 15. Siempre me preocupó el tema de la habitabilidad de calle, porque sentí que estaban pasando cosas anormales en la manera de atender a estos ciudadanos y de mirar su realidad.

Normalmente hablamos de la calle como la gran tragedia, pero tiene alternativas y ofertas interesantes, humanas. El hombre fue nómada, y entonces el caminar por las calles en una especie de seudolibertad es más divertido que encontrar una familia peleando o una escuela sin atractivos para competirle a la posibilidad de irse a cazar sapos a los humedales o de ganarse la vida hurtando en las calles.

Levi Strauss, un antropólogo estructuralista, habla en su libro, Lo crudo y lo cocido, del “adentro” para los pactos y el “afuera” para los encuentros. Esa mirada es una machera, porque nos avisa que hay atavismos, cosas profundas en la memoria genética que hacen que a uno le guste la calle. Pero esa mirada no la tiene la sociedad, para la que todo es un karma: el diablo disfrazado de droga lo tentó y el tipo terminó en la calle, dicen, y resulta que la droga no es la única causa de la habitabilidad en calle.

Sí llegué a la calle por la droga, porque procedo de una familia bonita que se preocupó por mi educación, pero encontré en la calle una zona franca para cumplir mi vida licenciosa, para satisfacer mi hedonismo. Curiosamente, en el Cartucho, que es de la época en que empecé a vivir en la calle, procedió Peñalosa con el mismo método de ahora: desalojar. En esa época la gente decía que se iba a “cartuchizar” la ciudad, porque la población se regó.

Con esa experiencia, el alcalde vuelve y repite el mismo método porque es el fácil: meter unos cuerpos policiales en abundancia. Pero ese fue un operativo en gran medida contra los habitantes de calle, porque los pillos ya se habían ido, ya los habían alertado, sólo hicieron dos capturas importantes.

En todo esto hay un asunto relevante: por tradición, el habitante de calle ha sido atendido por grupos religiosos que con amor le ofrecen su dádiva en nombre de Dios. A esa caridad se acostumbró el habitante de calle, para él todo es limosna, incluso los servicios del Estado que forman parte de un derecho constitucional. Entonces no protesta, no se agremia ni mucho menos se educa para una participación democrática. Y, por supuesto, nunca se les consulta. Al habitante de calle no se le invita a participar de su destino, es un interdicto per se. (El Distrito, de hecho, ya propuso buscar la interdicción de algunos habitantes de calle).

Es decir, porque consumí y viví en la calle entonces no razono ni tengo cualidades para oficiar mis derechos civiles. Esa figura la usan mucho los centros terapéuticos de garaje, donde meten por la fuerza a los muchachos, con la autorización de los padres, quienes caen en esa trampa y pagan millones de pesos para que a los muchachos los tengan encerrados y así librarse del problema.

En general, todo el sistema terapéutico, para mí, es una trampa que se ha hecho incluso con buena fe, pero con paradigmas inamovibles. Hay hasta entidades donde curan la bulimia, la anorexia, la zoofilia y cualquier adicción, y todas con el mismo rasero. Tiene que ser uno muy cerrado de la mente para creer en eso, que se curan todas las locuras y adicciones con el método que se inventaron en alcohólicos anónimos, tremendamente moralista y caduco.

Por eso es tan importante el fallo de la Corte Constitucional (que impide que los habitantes de calle sean tratados médicamente contra su voluntad), que es de la más sana postura democrática, respeta el libre albedrío, reconociendo que hay muchas maneras de existir en la ciudad. Uno no puede decir que el ser humano perfecto es el que tiene casa, carro, beca y viste de corbata. No, el ser humano es diverso y en esa diversidad hay quienes encuentran en la anomalía, en la trashumancia, en vagabundear una forma de existir que si no atenta contra otros, es tan válida como la del panadero o la del oficinista.

El problema es que a veces el habitante de calle termina ligado a la criminalidad. Pero en todas las clases sociales existe el delito, o, ¿acaso no hay congresistas presos por sus vínculos con el paramilitarismo? Yo, por ejemplo, viví 15 años en la calle y jamás lo hice, porque no sé hacerlo. Si hubiera aprendido de pronto hubiera delinquido porque hay momentos que en la calle uno está demasiado desamparado y tiene que subsistir. Pero hay que poner en sus dimensiones reales el delito del habitante de calle. Esa es otra necesidad, censarlos, caracterizarlos, saber quiénes son.

La Secretaría de Integración Social es una entidad que respeto porque le ha botado corriente al problema del habitante de calle. Pero a veces yerra en que se apega a paradigmas sin entender que la sociedad se transforma, que el habitante de calle no es el mismo. Estamos usando los mismos métodos de atención de cuando arrancó Peñalosa con el Cartucho y resulta que el habitante de calle ya no es igual. Por ejemplo, al de ahora, al pelado, le encanta la ropa de marca, y ¿cómo hace para levantarse eso? Se la roba. Pero esa es una realidad que no estaba estudiada por la psicología o la sociología hace 16 años.

En todo este tiempo, la atención siempre ha sido de emergencia. Cuando se abordó el Cartucho aparecieron y se fortalecieron los hogares de paso. Pero allí se cometen muchos errores. Cuando me gradué de arquitectura, varios compañeros tardaron años en encontrar trabajo, pero aquí, con seis meses de atención queremos que el habitante de calle, con toda su vulnerabilidad, salga de una vez juicioso y ubicado, y si el muchacho recae es su culpa, ¿pero ha habido un seguimiento, un acompañamiento?

Ahora está el centro de desarrollo personal El Camino, donde el proceso es más de autoconciencia, muy inteligente, pero se necesita que haya nuevas propuestas. Por decir algo, por qué no aportarle a la nueva modalidad cosas como el yoga o el ayuno para fortalecer la voluntad, o de pronto medicinas alternativas.

En el libro El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez, el patriarca les regala a los habitantes de calle un crucero por el Caribe y luego lo hunde. Ese es el estilo de solución que le gustaría a esta administración. Y lo que temo es que se alebresten los comerciantes y el vecindario, y reaparezcan los grupos de “limpieza social”. Sería volver a los 90, cuando el habitante de calle era el desechable que podía morir en cualquier momento.

Además, sabemos que aquí se generó un paramilitarismo urbano en el cambio de siglo, incluso los desmovilizados llegaron a la ciudad sin saber hacer nada más que disparar y terminaron, por ejemplo, en los cuerpos de seguridad de los comerciantes. Y ellos tienen esa mentalidad de resolver cualquier adversidad con las armas. Lo que más les duele a las sociedades con mentalidad de mercado es el bolsillo. Si esto sigue creciendo y bajan las ventas, dirán: “Desde que están esos habitantes de calle por acá hemos perdido dinero” y pueden empezar con la “limpieza”. Eso sería una tragedia, sería retroceder siglos en la sana comprensión de la convivencia y la tolerancia.

Eso puede pasar, pero también puede haber retaliaciones a la inversa, donde los habitantes de calle terminen aliándose con los sayayines y los que proveen la droga. Decía un pensador de izquierda, el esclavo adopta la conciencia del amo. Es decir, un muchacho al lado del microtráfico, siendo campanero o haciendo mandados, termina adoptando esa conciencia, como cuando el pueblo raso llegó a pensar que la manera perfecta de existir era la de Pablo Escobar. Asimismo podría pasar en retaliación con una ciudad excluyente.

Entiendo que todo este problema es complejo porque hay un delito en la mitad, que es la venta de droga, que es lo que enreda la pita para llegar a soluciones interesantes. Propondría alternativas mixtas. Hay que ampliar la cobertura de hogares de paso, si hay más seguro la gente va a ir. Hoy están llenos. Deben haber zonas de tolerancia, porque si no las genera el Estado las genera el delito, amorfas e incontroladas como el Bronx.

También pido educación para la democracia participativa, porque no hay nada más feo que habitar la calle, sentirse que uno no es nadie, perderle el aprecio a la vida en la sociedad y perder la fe en la política y las instituciones que siempre lo han negado a uno. Además, hay que entender al habitante de calle en su profundidad y hacerles ofertas como a cualquier ser humano, ofertas culturales, opciones de participación en la vida social.

Yo propuse una vocería de los habitantes de calle frente a lo que está pasando, pero como uno está fuera de las dinámicas sociales… Sin embargo, con una semana de entrenamiento de cabildeo, de alzar la mano para opinar en los hogares de paso, podríamos aprender a organizarnos y a elegir un líder que nos represente. Las entidades del Estado deben darnos espacios donde podamos discutir las problemáticas que nos rodean.

Quiero invitar a la ciudadanía a ser crítica, más allá de los operativos que salieron en televisión, a pensar en el problema humano que hay, resignificar la mirada despectiva del habitante de calle para construir una mejor convivencia. Además, que la administración estudie el fenómeno con juicio, que se asesore y se acompañe de antropólogos, etnógrafos, de otras miradas distintas a la terapia ocupacional.

Fuente: http://www.elespectador.com/noticias/bogota/al-habitante-de-calle-no-invitan-participar-de-su-desti-articulo-650524