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A raíz de lo que los titulares llaman “escándalo mundial sin precedentes” desatado por Wikileaks, pululan las diatribas en contra de la intromisión yanqui. El antiimperialismo está al rojo vivo.


Pero la verdad es que, aunque es posible que estén por salir asuntos más delicados, con los “secretos” hasta ahora revelados, los gringos salen bien librados.

Indagar sobre la salud mental de Cristina Kirchner, concluir que en Rusia manda Putin, descubrir la infiltración cubana en Venezuela o afirmar que a Berlusconi le gustan las “fiestas salvajes”, no es ni extraño ni grave. Hay, incluso, revelaciones positivas: que no apoyó el golpe en Honduras y que no ha cedido ante las presiones de sus aliados árabes para atacar a Irán.

Nada que ver con el bombardeo secreto e ilegal a Camboya y la alteración sistemática de las cifras de muertes en Vietnam, destapados por el New York Times en 1971 con la publicación de los Pentagon papers. Comparado con los crímenes contra la humanidad que EE.UU. ha cometido, espiar al Secretario General de la ONU es un pecado venial.

Esto no significa que ahora se hayan vuelto los buenos de la película. Sus tropas todavía ocupan Irak, los bombardeos continúan a diario en Afganistán, Guantánamo aún no se ha cerrado y siguen financiando la guerra colombiana. Otra cosa sería si los documentos filtrados hubieran sido del Pentágono o la CIA, y no del Departamento de Estado.

Pero sí es claro que estamos en una nueva era y que EE.UU. ya no es el gran imperio maligno de antes. Algo ha aprendido de sus propios errores, que le han enseñado que el poder militar tiene sus límites, así como la cruda realidad de la crisis financiera le recuerda que su economía hoy depende de otros.

Aunque ha habido algunas modificaciones recientes, el Plan Colombia aún responde al enfoque prohibicionista y represivo ya mandado a recoger. El TLC firmado hace cuatro años, cuando temas como control de capitales eran tabú, de ser ratificado e implementado, tendría un efecto devastador sobre la economía campesina en un momento en el cual el gobierno de Santos lidera un ambicioso plan de restitución de tierras y desarrollo rural.

Pero soplan vientos frescos. El nuevo embajador de EE.UU., a diferencia de su antecesor, es un tipo serio. Afirmó hace unas semanas que “abordar el tema de víctimas y tierras, es caminar hacia la eliminación de las causas de la persistencia del conflicto en Colombia y la reducción de la desigualdad”, frase que podría confundirse con una columna de Alfredo Molano. El pasado fin de semana la Embajada convocó un seminario sobre la tenencia y el uso de la tierra en Colombia, de por sí, un mensaje muy interesante.

Volviendo al Wikiescándalo, lo más grave no está en el contenido de los cables, sino el hecho de que un hacker hubiera podido penetrar la más grande potencia. Imagínense lo que le podrán hacer a uno. La privacidad está en vías de extinción.

De todas maneras es muy diciente que mientras a Julian Assange lo tienen detenido por abuso sexual, verdaderos criminales de guerra como Bush siguen libres y felices de la vida vendiendo libros.

Daniel García-Peña