Varones y baronías

Ambos hicieron el ridículo, y al unísono confirmaron que la región es un chiquero en lo que a presidentes se refiere. Sin embargo, de los dos varones ilustres de Indias, el único que con su tropelía me insultó a mí fue mi coterráneo.

Por: Carolina Sanín
Domingo 27 Feb 2010

Con su conminación adolescente “¡Sea varón!”, el colombiano le decía al venezolano que debía dar la cara y no huir cobardemente como una mujer. Al establecer una antonimia entre valor y feminidad, insultó por lo menos al 51% de la población colombiana. Pero esto no tuvo ninguna repercusión en la vida política nacional; en parte, porque aquí desde hace tiempo no importan las palabras; y en mayor parte, porque las mujeres importamos menos, y las posiciones políticas que más oprobio reciben son las feministas (seguidas por las que sugieren que la guerra no es el único medio para conseguir la paz).

El tono del sátrapa anima a sus barones y, en su debate de esta semana, el precandidato conservador Andrés Felipe Arias, autodenominado “Gladiador del Presidente”, estuvo más varón que nunca:
puntuaba cada una de sus opiniones levantando un simbólico dedo a imitación de su modelo masculino; cada dos por tres y sin que viniera a cuento, recordaba que era padre; y con significativa insistencia, repitió sin cesar las palabras “verticalidad” y “firmeza” a lo largo de sus intervenciones. Parecía candidato a una erección más que a una elección, si me dejan pasar el chiste fácil.

Pero si bien el énfasis sexual del Gladiador (a quien, por cierto, nadie le ha contado que los gladiadores eran esclavos) es comprensible (pues, ¿cómo no va a tener complejo de castración aquel a quien todo un país llama “Uribito” por el diminutivo del nombre de su patrón?), me parece inadmisible el silencio de las mujeres que están en campaña política. Ellas no se dieron por aludidas con las manifiestas ideas discriminatorias de su presidente. Cada una siguió por su lado.
Mientras una candidata uribista prometía en la revista Soho: “Si votan por mí me desnudo para la próxima edición”, justificando con su banalidad y su sumisión el prejuicio sexista, algunas otras, entre votos de fidelidad al patriarca, prometían perpetuar la guerra en caso de ser elegidas. “Voten por nosotras y verán cómo nos crece un pipí”, parecían decir.

A las candidatas guerreristas les falta leer Lisístrata, la comedia feminista y pacifista de Aristófanes. La de Soho, por su parte, debería mirar la revista en la que salió. Y Uribe, que acaso se ha sentido intimidado por la corpulencia militar del vecino, por sus fálicos pozos de petróleo o por su machera al prevalecer sobre el poder judicial, podría celebrar un concurso de virilidad. Que cada presidente se pare a un lado de la línea fronteriza, y que nos dejen ver cuál de los dos orina más lejos dentro del territorio del otro.

Así, en ese espacio en el que vive y donde las mujeres no cuentan, en esa especie de cárcel para hombres que él tiene por mundo, nuestro presidente quedará, para decirlo con sus persistentes diminutivos paternalistas, como un varoncito: meado.