Unas históricas y otras de su propia cosecha

En el fondo el reconocimiento de un conflicto armado, de los derechos de las víctimas, de la restitución de tierras son expresiones de un intento de modernizar el Estado en los referentes del siglo 21. Y aunque todo sea un papel que no modifique realidades estructuralmente es un espacio para acelerar la salida del atraso cavernario al que la clase dirigente y sus élites políticas, económicas y religiosas han mantenido a Colombia.


La descalificación que más ha calado es la de la “gaminocracia” para expresar el intercambio de palabras entre los Expresidentes Pastrana y Uribe con el presidente Santos. La participación de Samper es tangencial pero vuelve a revivir aquellos rencores generados por el sapeo pastranista con los famosos narco casetes. Lo sucedido en estos días se expresa el talante de nuestra clase dirigente; hipócrita, ególatra y lo más evidente su ausencia de grandeza, de gallardía para aceptar, para reconocer sus responsabilidades en este deshecho de país debido a su incapacidad o capacidad de engañar y de mantener el consentimiento social con corrupción, con violencia y con medios de desinformación.

Hace pocos años todos eran amigos, luego distantes. La zancadilla de Santos contra Samper para tumbarlo se olvido, Santos en su momento se relacionó abiertamente con el difunto “Carranza””, uno de los gestores del paramilitarismo y hoy parece se reconciliaron. La conversación de una hora en matrimonio del hijo Pastrana hace menos de 5 semanas en Cartagena entre el mandatario y el expresidentes conservador, registrado en sus publicaciones del Jet Set, quedaron atrás, con los días se reconciliarán. Tal vez, el más reconcoroso abiertamente es
Uribe, pero es posible que se unan en un largo tiempo. Pero al final es una pelea de comadres, y en ella ninguno se salva, sus intereses propios son claros. Todos ha asentido con los abusos empresariales, han beneficiado a unos sectores sin que estos sirvan al bien común, la política es un negocio para mantener a unos negociantes, ninguno a enfrentado de raíz la filosofía de la seguridad nacional que miles de víctimas ha producido.

Si alguien podría ganar de esa disputa, no contradicciones, en el Establecimiento es el propio Santos, quien dependiendo de cómo encare lo que sigue puede ser realmente un reformista o un neoconservador moderado, puede propiciar que la temerosa inversión extranjera, que el año pasado llegó a 16 mil millones de dólares no se reduzca este año con síntomas de vacas flacas, y aseguré su reelección cooptando sectores más allá de la Unidad Nacional como ha hecho con algunas ONG que le apoyan en sus políticas. El mercado global requiere esa modernización y la seguridad que daría un proceso de paz en el que se brinde algunas concesiones políticas al movimiento insurgente.

En el fondo el reconocimiento de un conflicto armado, de los derechos de las víctimas, de la restitución de tierras son expresiones de un intento de modernizar el Estado en los referentes del siglo 21. Y aunque todo sea un papel que no modifique realidades estructuralmente es un espacio para acelerar la salida del atraso cavernario al que la clase dirigente y sus élites políticas, económicas y religiosas han
mantenido a Colombia. Los ladridos de Fedegan, de Uribe y su sequito frente a las conversaciones de paz son la expresión del establecimiento rural, de aquel sector acaparador de la tierra, de los terratenientes pre modernos, de quienes operan en lógicas latifundistas, Dios, Patria, Familia, propiedad.

La posibilidad de la terminación del conflicto armado en eventuales acuerdos con las FARC, el ELN y quizás con el EPL, son parte de una pretensión de modernidad. Resolver en el diálogo, en lo razonable asuntos que no requieren usar la violencia serían un síntoma de ese nuevo paso hacia otra democracia. Sin embargo, aún todo es incierto, Santos calcula y no arriesga y ese es su punto débil frente a lo que
sigue y podría ceder a esos sectores más retrógrados del Establecimiento .

En respuesta a lo que puede calificarse como la verdadera crisis del proceso su táctica ha sido eminentemente informativa emotiva. Santos en estos días, en medio de la verborrea de los ex presidentes opera en el simbólico con un lenguaje de dureza, de belicidad, de la continuidad de la idea de la ofensiva militar, de la protección de los derechos de los militares con la firma de los acuerdos. Granjearse con los militares es una necesidad para lograr consenso y enfrentar las mentalidades que lo perciben débil. Mientras Santos habla más de guerra que de paz, su marioneta pública, el MinInterior, Fernando Carrillo, se encarga de los medios en sendas entrevistas para enfrentar a los críticos del proceso y legitimar; entre tanto, el coordinador de las conversaciones con las FARC, Humberto De La Calle, abordando a sectores del partido Conservador, a los gremios económicos, visitando a los militares heridos o con lesiones para asegurar que ninguno de sus “derechos” los políticos, los empresariales y los militares están siendo negociados, busca legitimar lo que existe de avances. A propósito, dicen que es un texto de no más de 30 páginas con coincidencias en los temas, en algunos contenidos, pero sin acuerdos.

El propósito de Santos en estos días ha sido aislar a los que ladran dentro del establecimiento y aclimatar a las serpientes internas.

Ante las fisuras internas y las grietas en el Establecimiento, la respuesta santista es una estrategia en medios civiles y militares, en cenas y visitas, para intentar demostrar que tiene el respaldo y el consenso para avanzar en el proceso.

En el rifirrafe por el tema de la paz se muestran las constantes que ha vivido el Establecimiento y entre ellos los egos que nunca se resolvieron con los gobiernos de Pastrana y de Uribe, y en los que el hoy presidente de Colombia ofició como Ministro de Hacienda y Ministro de Defensa, también participó con la misma opereta.

Las constantes de ese Establecimiento son parte de su mentalidad. Concebir que la paz es una desmovilización para garantizar una cierta participación política sin afectar el carácter excluyente, limitado, corrupto del sistema político electoral y sin algún tipo de cambios económicos o de bases para cambios de estructuras de injusticia y de desigualdad y con una verdad histórica que no devele las razones de fondo de lo que hemos vivido; o asumir que la paz no pasa por la modificación a la sacra institucionalidad militar y su doctrina de enemigos internos y que valida subrepticiamente todos los medios, entre ellos, el paramilitarismo, para ese fin noble de preservar los bienes de algunos colombianos y las garantías para los políticos tradicionales; o considerar que la paz está amarrada a un nombre, a un hombre Pastrana, Uribe, Santos. Todos quieren pasar a la historia como si la paz fuera un acto personal y voluntario o como si las decisiones de un mandatario, las decisiones del ejecutivo per se aseguraran los compromisos y su cumplimiento. Y finalmente, creer en la paz usando en el juego de poder a las guerrillas de las FARC y del ELN para no solucionar integralmente nada, para acordar con una y no
con otra.

Pero no todo puede atribuirse a esas lógicas del Establecimiento si no a la forma como Santos ejerce el gobierno y conduce el proceso de conversaciones asociado a su período de gobierno, definiendo plazos perentorios que no son realizables, a diferencia de los que serían tiempos razonables.

Así Santos no ha logrado asegurar el consentimiento social de sectores medios y de sectores populares de la sociedad en torno a las conversaciones con la guerrilla de las FARC. Su exclusión inicial del ELN o la dilatación de las conversaciones con ésta, debilita los acuerdos que se logren con las FARC y viabiliza la prolongación de la guerra. Hoy las guerrillas parecen estar más cerca de convergencias que en otros procesos y esto no lo asume o no lo comprende suficientemente Santos.

Pero además de la parcelación del proceso de conversaciones no ha logrado que la sociedad interprete que la resolución del conflicto armado posibilitaría el mejoramiento de las condiciones sociales. La paz no es interés de la opinión pública, no suscita entusiasmo ni genera esperanza. Es como un fantasma lejano de las regiones rurales, más allá de las urbes, que sucede en los extramuros de la ciudad.

La prosperidad democrática no ha logrado evitar, controlar eficazmente o resolver de raíz los brotes de protesta social que evidencian la crisis social y ambiental generada por el modelo económico y el intento de acelerar la implementación de las locomotoras del desarrollo.

En su estrategia de seguridad no ha logrado demostrar que la estrategia militar logre consolidar el control social territorial y arrinconar a las guerrillas de las FARC y del ELN. Debilidad en la consolidación de la idea de la derrota militar y aumento de la sensación de inseguridad. La crisis de la desmovilización paramilitar no ha sido resuelta, lo que imposibilita desestructurar las lógicas y los modos de operación paramilitar enquistados en amplios sectores del Establecimiento, dado que no se trata solamente de un aparato militar si no de un modo de ser, de una cultura política.

Su comunicación es la ambigüedad, no solo tartamudea dejando la sensación de inseguridad, hace gestos que no le son propios y así es con la paz. Hablando de paz con llamados a la guerra, hablando de paz e implementando medidas regresivas para los derechos de las mayorías. Eso hace poco creíble y lo hace vulnerable para los discursos de la premodernización latifundista. No se arriesga en el fondo por la paz, su cálculo es su espada.

Tampoco ha logrado con la ley de víctimas y de restitución de tierras demostrar que es posible con una visión reformista generar un consentimiento social de los directamente afectados para enfrentar la cultura de violencia y la construcción de una memoria colectiva que lleve a una democracia fundada en la ética.

Así las cosas, el remedo de paz que construye Santos refleja las falencias históricas del Establecimiento para encarar de fondo la necesidad de una nueva democracia y ya nos ubica en lo costoso que será acordar algo para ir más allá de un reformismo no constatable en Santos aún o para superar el viejo testamento, retrógrado y conservador que pervive en Colombia.

Unas históricas y otras de su propia cosecha.