Un Bicentenario Olvidado, la rebelión de los Luditas

Las diversas formas de expropiación impulsadas por el capitalismo a lo largo de su existencia han generado variados tipos de rebelión y resistencia, que constituyen la otra cara de la moneda del progreso técnico, ya que representan la acción de los “vencidos”, cuya memoria debe ser recordada de acuerdo al precepto de Walter Benjamin: “No pedimos a quienes vendrán después de nosotros la gratitud por nuestras victorias sino la rememoración de nuestras derrotas. Ése es el consuelo: el único que se da a quienes ya no tienen esperanza de recibirlo”1.

El origen de esas luchas se encuentra en que, como lo dice José Saramago “:Una persona no es como una cosa que se deja en un sitio y allí se queda, una persona se mueve, piensa, pregunta, duda, investiga, quiere saber, y si es verdad que, forzada por el habito de la conformidad, acaba, más tarde o más pronto, pareciendo sometida a los objetos, no se crea que tal sometimiento es, en todos los casos, definitivo”. Los seres humanos somos, “apartes de sujetos de un hacer, también sujetos de un pensar”2.

Una de las primeras formas de lucha contra el capitalismo fue desarrollada en Inglaterra entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX por los luditas. Sobre este extraordinario movimiento se ha erigido un verdadero obstáculo epistemológico que ha impedido conocerlo a fondo, regido por el determinismo técnico que impuso el capitalismo y el cual lleva a que se repita, sin ningún fundamento, que los luditas eran retrógrados, se oponían al progreso y la modernización y eran enemigos de los avances de la técnica y de la ciencia. En este ensayo, basándonos en importantes investigaciones históricas, reconstruimos de manera general la lucha de los ludditas, y su sentido para el mundo actual, y de paso recordamos un bicentenario casi olvidado en la historia del movimiento obrero y revolucionario del mundo, porque en 1812 se presentaron las más importantes sublevaciones de los luditas en Inglaterra y dos siglos después sus banderas, aunque nadie lo reconozca, siguen siendo de una extraordinaria actualidad, ante las catástrofes tecnológicas generadas por el capitalismo.

LOS DESTRUCTORES DE MAQUINAS Y LOS LUDITAS

A los luditas se les suele catalogar como destructores de máquinas, una denominación peyorativa que se ha usado desde hace dos siglos para desprestigiar el sentido de su lucha y también de todos aquellos que después, hasta el día de hoy, se han planteado otro tipo de relación con las tecnologías. Esta apreciación en términos históricos es bastante imprecisa, puesto que antes de los luditas existieron destructores de maquinas, con varias décadas de anticipación, e incluso siglos. En efecto, se tiene información verídica de que, tanto en Inglaterra como en Francia, desde antes de la consolidación del capitalismo y cuando se introducían los primeros artefactos técnicos, los trabajadores de aquellos ramos productivos afectados en forma directa por las “innovaciones”, las atacaron y destruyeron. En 1511, en la ciudad de Burdeos, Francia, se produjo la que se considera como la primera destrucción de maquinas, cuando unos trabajadores que cavaban una zanja para fortalecer la nave de la Catedral hicieron una huelga en la que rompieron una bomba que sacaba el agua del foso, porque no les reconocieron su exigencia de mejorar los jornales. En Inglaterra se atacaron la maquinas entre 1663 y 1831 como un mecanismo para exigir negociaciones colectivas. Esos ataques pretendían proteger a los trabajadores respecto a la disminución de los salarios y el alza de precios y mantener su nivel de subsistencia contra las amenazas que generaban las máquinas. Como destructores de máquinas sobresalieron los mineros, que quemaron las grúas y otros instrumentos de trabajo en varias ocasiones durante el siglo XVIII. Algo similar hicieron los tejedores durante la segunda mitad de ese mismo siglo al destruir en reiteradas ocasiones los telares. En 1758, cuando en Inglaterra se introdujo la máquina de esquilar, que dejó sin trabajo a muchos obreros, se presentaron rebeliones que terminaron con la destrucción de los talleres en que antes trabajaban3.

Todas estas acciones de destrucción de máquinas apuntaban a defender los oficios y a reclamar mejores salarios. Durante el período 1750-1850, los artesanos de los oficios cualificados, que se realizaban en los talleres, defendieron su posición social y su bienestar, porque contaban con importantes tradiciones y con saberes específicos, lo cual les proporcionaba algún tipo de protección en el mercado de trabajo4. A partir de esa experiencia acumulada durante siglos, los primeros obreros, que provenían del artesanado, exigían cierto grado de control sobre el aprendizaje. Esto tenía que ver con el intento de proteger sus expectativas tradicionales en cuanto a ingresos y métodos de trabajo, insistiendo en que se debían cumplir los procedimientos laborales acostumbrados. “Con este fin empleaban diversos mecanismos que incluían el secreto, el ritual, la intimidación e incluso la violencia en su intento de mantener la regulación autónoma del trabajo por parte de la fuerza de trabajo, o lo que se conoce como control de los obreros”5.

Entre los mineros del carbón también se organizaron Uniones laborales que defendían sus derechos, entre ellos una restricción al trabajo impuesta por ellos mismos, que no permitiese al dueño de la mina beneficiarse por la competencia incontrolada entre los picadores. La Unión aseguraba que los trabajadores no fuesen considerados como peones, es decir, individuos que podían ser fácilmente sustituidos por trabajadores sin ninguna especialización. Para la Unión, el picador era un trabajador especializado, porque había pasado por un período de aprendizaje y contaba con habilidades adquiridas con esfuerzo para seleccionar y obtener carbón de buena calidad y por eso aspiraba a ejercer algún control sobre sus propios procesos de trabajo y se le reconociera una remuneración adecuada para preservar su bienestar6. Para darse cuenta de lo que los artesanos entendían por independencia y defensa de su propio saber, resulta ilustrativo el caso de los forjadores en Inglaterra, que defendían una tradición autodidacta y de estricto cumplimiento de las normas de las sociedades artesanas, en las cuales se dictaban pautas sobre horarios de trabajo y se fijaban los salarios, prohibiendo retribuciones inferiores a 7 chelines diarios7.

En síntesis, antes de los luditas existieron dos tipos de destructores de maquinas. El primer tipo atacaba las máquinas para presionar a los patronos con el fin de obtener un mejoramiento en sus condiciones de trabajo y de vida. Esta acciones se presentaron en Inglaterra desde mediados del siglo XVIII, antes incluso de la introducción de la maquina a vapor, que simbolizaba a la revolución industrial.

Además, no atacaban solamente las máquinas sino también a las materias primas, a los productos terminados y hasta las propiedades individuales de los patronos. El segundo tipo es el más vilipendiado, porque apuntaba a destruir la máquina como objetivo prioritario. Ese ataque se originaba en los sentimientos de rechazo, por parte de los trabajadores y de sus comunidades, contra el instrumento que los desplazaba del trabajo. Eran las ocasiones en que se catalogaba a las máquinas como “instrumento del diablo”, “bestia terrible”, “monstruo de hierro”, “instrumento maldito”, “tirano vapor”, “engendro del infierno” o “bruja maldita”. Los trabajadores buscaban evitar el desempleo y mantener su nivel de vida, lo cual incluía factores no monetarios (la dignidad y la libertad) como salariales. En este sentido, “no objetaban la máquina como tal, sino cualquier cosa que supusiera una amenaza contra ese nivel de vida; sobre todo objetaba el cambio global de las relaciones sociales de producción que los amenazaba”. En este caso se buscaba controlar el mercado de trabajo y se rechazaba todo aquello que amenazara con degradar las categorías profesionales8. En concordancia, las revueltas de los destructores de máquinas tuvieron unas connotaciones especiales de dignidad y de respeto por sí mismos:
No son igualitarios rurales, aceptan el orden establecido de la sociedad provinciana y sus expectativas son extraordinariamente mínimas: una ligera mejora del salario, la destrucción de la maquinaria, la oportunidad de trabajar aunque preservando su dignidad. Acuden a su tarea de revuelta de forma educada, vestidos con sus mejores galas…pocas veces utilizan el lenguaje amenazador… Es la revuelta de la dignidad, tienen conciencia de sus propios derechos y saben que no están haciendo nada que sus padres no hubiesen hecho9.

Continuar leyendo.

Un Bicentenario Olvidado, Renan Vega

1. Walter Benjamin, citado por Michael Löwy, Walter Benjamin: aviso de incendio, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005, p. 135.

2. José Saramago, La caverna, Ediciones Alfaguara, Madrid, 2001, pp. 396-397.

3. George Rudé, la multitud en la historia. Los disturbios populares en Francia e Inglaterra 1730-1848, Siglo XXI Editores, Madrid, 1979, pp. 73 y ss. . Frank E. Manuel, “El movimiento luddita en Francia”, en Frank E. Manuel et al., Maquina maldita. Contribuciones para una historia del luddismo, Alikornio Ediciones, Barcelona, 2002, p. 56, nota 3.

4. John Rule, Clase obrera e industrialización. Historia social de la revolución industrial británica, 1750-1850, Editorial Crítica, Barcelona, 1990, p. 17.

5. Ibíd., p. 470.

6. Ibíd., p. 455,

7. Maxine Berg, La era de las manufacturas, Editorial Crítica, Barcelona, 1992, p. 300.

8. Eric Hobsbawm, Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz, Editorial Crítica, Barcelona, 1999, pp. 16 y ss.

9. Citado en J. Rule, op. cit., pp. 519-520.

Fotografía tomada de http://olhaweb.blogspot.com/2008/09/os-movimentos-ludistas-cartistas-e.html